Oración para disponer el corazón
Señor, dicen que entrar en la Cuaresma es como entrar contigo en un desierto. ¡Como si no hubiera ya suficientes “desiertos” en mi vida!
Tú me conoces, Señor, Tú lo sabes todo:
- conoces mi soledad de cada día,
- conoces mis miedos y mis luchas,
- conoces mis “mermas” y disminuciones,
- la salud, que se va llenando de “goteras”,
- la desgana y la falta de ilusión (yo, que antes me comía el mundo...),
- la jubilación anticipada, que me hace sentir como un trasto inútil,
- la marcha de los hijos (es verdad, es ley de vida... ¡pero qué vacío dejan!)...
Ah, Señor, la vida no es fácil. Tú lo sabes, Tú lo ves, Señor:
- los apuros para llegar a fin de mes,
- lo difícil que lo tienen los jóvenes para encontrar un trabajo digno,
- la violencia e inseguridad que se instala, poco a poco, en nuestras ciudades,
- la droga, que amenaza a nuestros hijos, hermanos o amigos...
Y, abriendo más los ojos, abarcando el mundo:
- Tú ves, Señor, inmensos desiertos poblados de hermanos que mueren de hambre y de sed, o viven la agonía cotidiana de la amenaza de muerte por guerras absurdas,
- ves la corrupción y la codicia de quienes gobiernan el mundo
y no se compadecen de aquellos a los que les ha tocado peor suerte.
Y finalmente, ves, Señor, otro desierto más oculto:
el de mi pecado, que no quiero que exista,
y el del pecado del mundo, que amenaza la vida.
Ayúdanos, Señor y Maestro, a reconocer nuestros desiertos.
Ayúdanos a vencer al tentador en ellos.
Ayúdanos a salir de ellos, de tu mano, caminando hacia la Vida.
Enséñanos a vencer, con la luz de tu Palabra
y la fuerza de tu Eucaristía.
Re-créanos y ayúdanos a vencer Tú, Hijo amado del Padre
y Hermano nuestro.
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Lucas 4,1-13
1 Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto,
2 durante cuarenta días, tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días y, al cabo de ellos, sintió hambre.
3 Entonces el diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.
4 Jesús le respondió: Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre.”
5 Llevándole a una altura le mostró en un instante todos los reinos de la tierra; 6 y le dijo el diablo: «Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero. 7 Si, pues, me adoras, toda será tuya.»
8 Jesús le respondió: «Está escrito: “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto.”
9 Le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el alero del Templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo; 10 porque está escrito: A sus ángeles te encomendará para que te guarden. 11 Y “En sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna.”
12 Jesús le respondió: «Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios.»
13 Acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno.
CUANDO LEAS
1. Fíjate en las palabras: desierto-tentado (tentación) – cuarenta- hambre, de los vv. 1 y 2. Si un judío leyera estos versículos, inmediatamente le vendría a la memoria toda la gran aventura del éxodo, en el que Israel caminó por el desierto durante cuarenta años, padeció hambre y sed, y experimentó diversas tentaciones: murmurar contra Dios, que lo había liberado de la esclavitud, desear volverse atrás, e incluso fabricarse un Dios hecho de metal (el becerro de oro), desconfiando del Dios Vivo y Verdadero.
Al leer esos versículos, el judío del que hablamos también pensaría en Moisés y en Elías, los dos grandes profetas que permanecieron cuarenta días y cuarenta noches, el uno en el Sinaí (Éx 34,28), y el otro en el desierto de Berseba (2 Re 19,8).
El evangelio nos presenta a Jesús como el nuevo Israel en el desierto. Como verdadero hombre que era (igual en todo a nosotros, excepto en el pecado), experimentó el hambre y la tentación. Pero su respuesta fue muy diferente a la del pueblo de Israel.
2. Lucas nos cuenta que Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu. Y es que Jesús lo vivió todo en el Espíritu, porque en Él reposaba, desde el bautismo, como una paloma reposa en su nido.
En el desierto, Jesús fue tentado tres veces por el diablo. Si nos fijamos bien, en el fondo se trata de una única tentación: “Demuestra que eres el Hijo de Dios; demuestra que Dios es tu Padre, te ama y sale por ti; demuestra tu poder...”.
a) Primera tentación: el hambre y el pan - En qué consiste ser Hijo
Éxodo 16 nos cuenta que cuando los israelitas sintieron hambre en el desierto, murmuraron contra Moisés y Aarón diciendo: “Nos habéis traído a este desierto para matarnos de hambre”.
Cuando Jesús siente hambre, el tentador intenta que se aproveche de su condición de Hijo y utilice su poder en su beneficio, convirtiendo las piedras en panes.
Pero, para Jesús, ser Hijo no tiene nada que ver con demostrar su poder. Ser Hijo es fiarse de Dios y de su Palabra incondicionalmente. En el evangelio de Juan 4,34, Jesús les dice a sus discípulos: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y realizar su obra”. Es decir, no le alimenta alardear ni hacer valer sus derechos. No “le engorda” ser poderoso. El amor NO SE HINCHA.
Las palabras con las que, en nuestro evangelio responde a la tentación están tomadas del Deuteronomio 8,3: “No sólo de pan vive el hombre”. Mateo completa: “…sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
c) Segunda tentación: la soberbia y el poder – Sólo Dios es digno de adoración
El tentador no consigue hacer mella en la confianza filial de Jesús, así es que tantea el hambre de poder y la ambición de riquezas que se esconden en todo corazón humano, para ver si puede hacerle tropezar. Lo lleva a un monte alto (los montes elevados, en algunos profetas, designan la soberbia y la altanería) y le ofrece los reinos del mundo a cambio de que se postre y lo adore. El tentador es, como dice San Juan, el mentiroso. En este caso la mentira es, además, una blasfemia, porque la misma maldad se hace igual a Dios y pretende que Jesús reconozca esa falsa divinidad a cambio de unas riquezas que él no puede otorgar, porque sólo Dios es el dueño de todo.
Jesús desenmascara esa mentira y responde con palabras del Dt 6,13-14: “Al Señor tu Dios temerás, a él servirás... No vayas detrás de otros dioses...”.
b) Tercera: el agua y la sed – Poner a prueba al Padre.
La tercera tentación tiene como escenario el Templo de Jerusalén. De nuevo, la voz del tentador le toca a Jesús la fibra más sensible: “Si eres Hijo de Dios...”. En el bautismo, Jesús había escuchado estas Palabras del Padre: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco”. El amor del Padre y su voluntad es lo único importante para Jesús pero, a lo largo de su vida, tuvo que escuchar muchas voces que ponían en duda su identidad de Hijo, sobre todo al final, en la cruz: “¡Sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!... Ha puesto su confianza en Dios; que lo salve ahora, si es que de verdad le quiere, ya que dijo: Soy Hijo de Dios” (Mt 27,40.43).
En el Templo de Jerusalén, Jesús siente la tentación de pedirle al Padre una prueba de su amor y protección. Sin embargo, rechaza con fuerza esa tentación respondiendo con las palabras del Dt 6,16: “No tentarás al Señor, tu Dios”. Estas palabras evocan el episodio de Massá y Meribá, cuando los israelitas sintieron sed en el desierto y Dios hizo brotar para ellos agua de la roca. En aquella ocasión, tanto los israelitas como Moisés y Aarón desconfiaron del Señor (cf. Nm 20,1-13; Éx 17,12 ss). Jesús, por el contrario, expresa su confianza radical en el Padre.
El episodio descansa en un desenlace que nos remite al final del evangelio, en el que de nuevo el diablo aparecerá tentando la confianza de Jesús en el amor del Padre.
CUANDO MEDITES
- Sólo una propuesta de meditación: tus tentaciones, tu fe y tu amor a Dios… Date cuenta de cómo vives estas tres realidades. Cuáles son tus tentaciones… Cómo es tu fe y cómo la alimentas… Cómo es tu amor y cómo lo alimentas…
- MEDITA EN TU CONDICIÓN DE HIJO/HIJA DE DIOS… en tu condición de hija amada y en las consecuencias para tu vida…
- Contempla Jesús se siente HIJO AMADO DEL PADRE.
CUANDO ORES
a) Ora con Jesús:
Imagina que estás junto a Jesús en el desierto y escucha este salmo como pronunciado por Él dirigiéndose a su Padre, después de haber vencido las tentaciones.
Te doy gracias, Padre, porque has escuchado mi súplica. Yo te había dicho: Protégeme Dios mío, que me refugio en ti, Tú eres mi dueño, mi único bien. Y cuando el tentador me ha puesto delante los dioses de la tierra, esos tras de los que muchos van corriendo y a quienes dedican sus desvelos, has estado junto a mí y he podido repetirte: Tú eres mi copa y el lote de mi heredad, mi destino está en tus manos. Me ha tocado tu amor como mi parcela hermosa, como herencia magnífica y te bendeciré siempre por ello, Padre. Tú me guías y me aconsejas en todo momento, hasta de noche escucho el susurro de tu palabra que me instruye internamente, y como estás siempre presente a mi lado, no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón, gozan mis entrañas y mi carne descansa serena: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás al que te es fiel conocer la fosa. Tú me irás enseñando el sendero de mi vida, me colmarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha” (cf. Sal 16).
(Oración de Dolores Aleixandre)
b) Sólo Tú
Porque nuestros proyectos se desmoronan y fracasan
y el éxito no nos llena como ansiamos.
Porque el amor más grande deja huecos de soledad,
porque nuestras miradas no rompen barreras,
porque queriendo amar nos herimos,
porque chocamos continuamente con nuestra fragilidad,
porque nuestras utopías son de cartón
y nuestros sueños se evaporan al despertar.
Porque nuestra salud descubre mentiras de omnipotencia
y la muerte es una pregunta que no sabemos responder.
Porque el dolor es un amargo compañero
y la tristeza una sombra en la oscuridad.
Porque esta sed no encuentra fuente
y nos engañamos con tragos de sal.
Al fin, en la raíz, en lo hondo, sólo quedas Tú.
Sólo tu Sueño me deja abrir los ojos,
sólo tu Mirada acaricia mi ser,
sólo tu Amor me deja sereno,
sólo en Ti mi debilidad descansa
y sólo ante Ti la muerte se rinde.
Sólo Tú, mi roca y mi descanso.
(Javier Montes Maury, sj)
c) Tú sostienes mi vida
Tú sostienes mi vida.
Tu savia invisible me recorre
de los pies a la cabeza,
de la cabeza a los pies,
como un manantial de agua pura
que va vivificando órganos, extremidades,
y el ser entero,
o como una música danzarina que hace vibrar
cada átomo de este cuerpo
que es, por obra y regalo del Espíritu Santo,
el Cuerpo de Cristo.
Tú sostienes mi vida.
Tu Palabra creadora no cesa
de pronunciarse sobre mí: “¡Existe!, ¡vive!
Porque eres preciosa a mis ojos y yo te amo”.
Tus manos de alfarero no cesan
de modelar mi barro, siempre inacabado.
Quiero tus manos sobre mí,
tu aliento sobre mí,
tu Espíritu sobre mí para ser Tú.
Quiero ser Tú, como Tú,
pero sin el “como”…
Tú, Tú… viviendo Tú en mí
y yo en Ti,
Amor que llenas todos mis espacios.
Tú sostienes mi vida.
Como Jesús, soy tu hija amada.
La única tentación que nos llevará a ser lo que no somos,
si la escuchamos,
es la negación de nuestro ser más profundo,
la que nos hace creer que no somos dignos de lo Bueno,
de la Vida y del Amor más incondicional.
Somos hijas e hijos de Dios y somos Amor.
“La verdadera meta de la existencia
no consiste en amar,
Tampoco consiste en dejarse amar.
Consiste, simple y llanamente,
en convertirse en AMOR”.
(Thomas Schied)
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