miércoles, 13 de noviembre de 2013

La gloria de Dios

A propósito de Lucas 17, 11-19

La gloria de Dios es que el hombre viva plenamente.
Dar gloria a Dios no es construirle templos que parecen palacios, ni darle incienso, ni hacerle reverencias litúrgicas haciendo gestos hieráticos, ni posar ante Él cual estatuas de piedra. No es ponerse, en su Nombre, suntuosos ropajes ni usar lenguajes que ya nadie entiende.
Dar gloria a Dios es hacer que el hombre viva. Es hacer que todos tengan pan, y acceso a la educación, y trabajo, y descanso (a ser posible, en lugares hermosos). 
Dar gloria a Dios es reconocer la dignidad de todo ser humano, y la bondad de todo ser viviente, y el respeto y cuidado que debemos a toda la creación.
Dar gloria a Dios es cuidar del otro tanto como de uno mismo.
Dar gloria a Dios es amar y sanar. Sanar con las palabras, con las miradas, con los gestos, con las acciones solidarias. Es ayudarse a uno mismo y a los demás a ser lo que somos, en nuestra mejor versión.
No es pronunciar palabras grandilocuentes de alabanza a Dios, sino bendecirlo con humildad en su verdad, y bendecir a sus hijos e hijas con palabras sanadoras.
Jesús fue el que mejor supo dar gloria a Dios a todas horas. De él dice Lucas que pasó haciendo el bien y curando, porque Dios estaba con él.
Quiero darte gloria así, hoy y siempre.
Quiero darte gracias, hoy y siempre, por todos tus regalos, Señor que amas la vida.


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