jueves, 22 de agosto de 2013

Cartas a Dios (I)

Amado Dios:

Es un total atrevimiento dirigirme a Ti como una se dirigiría a una persona cualquiera; a Ti, inmenso, grande, infinito, inabarcable; a Ti, Misterio y Ser sin nombre e inaccesible a nuestro conocimiento. Es un atrevimiento y, quizá, un hecho sin sentido. Quizá es falsa la creencia de que me escuchas, te interesas por mí, me comprendes, tienes un designio para mí y me amas. Puede ser que mi creencia sea un error. Pero, me fío de Jesús. Me fío de Jesús que te llamó Padre, Abbá. Y me fío de quienes me han contado, porque lo han visto en Jesús, que Tú eres Amor. Amor es tu Nombre.

Ayer escribía en un trocito de papel cualquiera: "No sé si Dios existe como yo lo pienso, pero quiero mantener un hilo de búsqueda y adoración todos los días de mi vida. Arrodillarme ante Él y dirigirle, con total atención, la mirada interior".
Sin embargo, ni siquiera necesito pensar si Tú eres de un modo u otro. Creo a Jesús. Y creo a mi propio corazón. Las lecturas de la Escritura de hoy eran terribles porque su dios es violento y odioso. No necesito que nadie me diga que Dios no puede ser así. Y, si fuera así, no lo amaría en absoluto y viviría al margen de su existencia. Pero son nuestras imágenes distorsionadas y monstruosas de la divinidad las que pueden conducirnos a hacer votos que atentan contra la vida propia o de otros, o nos causan sufrimientos inútiles e irreparables.
El dios de Jefté no es el Dios de Jesús. El dios colérico de la parábola del banquete de bodas en Mateo (22,1-14) tiene poco que ver con el pastor de la oveja perdida, el buen samaritano o el padre del hijo perdido. ¿Cuál es la razón por la que Mateo escribió una parábola tan amenazante tras haber escrito también "amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen" (Mt 5,44)? Incluso la liturgia cristiana ofrece una penosa caricatura de Ti cuando conserva oraciones como la siguiente: "Señor, a quien ofende el pecado y aplaca la penitencia, aparta de nosotros el azote de tu ira, merecido por nuestros pecados". Como si Tú fueras como nosotros. Como si fuera tan corto tu amor, tan mezquina la entraña de tu ser, tan diminuta tu paciencia y tan incontrolable tu "ira".

Dios, quiero conocerte. Quiero ver cómo eres.
¿Qué tengo que hacer para acercarme a Ti? ¿Cómo he de orar? ¿Me sentaré en silencio simplemente para escuchar? Quiero saber cómo eres. "Déjame ver tu Rostro, déjame oír tu voz, pues dulce es tu voz y encantador tu Rostro" (Cantar de los Cantares).