martes, 27 de noviembre de 2007

Como el primer día

Estoy terminando de resumir un libro de Federico Pastor Ramos titulado "La familia en la Biblia". Es un libro breve pero denso, que nos presenta, con pinceladas detalladas, tres cuadros sobre la familia bíblica: un cuadro de rasgos antropológicos, otro de características teológicas, y otro que plasma la dimensión moral y ética de la vida familiar.
Este libro me sirve como guía fundamental para un curso sobre Familia humana y Familia de Dios en la Biblia que estoy impartiendo en dos parroquias de Madrid. Complemento el contenido de ese libro con la bibliografía que ofrezco abajo, por si a alguien le interesa (1).

En la Biblia no hay una única imagen de la familia. Hay una evolución en el modelo sociológico familiar, que va desde los clanes numerosos de los patriarcas hasta modelos más parecidos a la familia nuclear moderna.
Y, por supuesto, en el plano religioso, la plenitud de la revelación de lo que es la familia en el proyecto de Dios acontece con Jesús: como es la Trinidad, así está llamada a ser toda comunidad humana, empezando por la familia, una comunidad de amor que da y que recibe, que acoge y se entrega.

Todos hemos nacido en el seno de una familia y sabemos lo importante que es para nuestra estabilidad, crecimiento, madurez y felicidad habernos sentido arropados y amados por un padre y una madre.
Puede que nuestras familias no sean perfectas. Pero son nuestro hogar, a cuyo calor crece la vida.

Soy consciente de que, en el lapso de tiempo en que escribo esto, al menos dos matrimonios se han roto. Así lo dice un estudio del Instituto de Política Familiar (IPF), publicado en mayo de este año: en España hay una ruptura cada cada 4,3 minutos y 333 al día. Cada cuatro matrimonios que se celebran, se divorcian tres. Alarmante. Y triste. Sorprende que aún haya alguien felizmente casado a nuestro alrededor. Lo que antes era la norma general ha pasado a ser una excepción y, pronto, los hijos pertenecientes a parejas estables se convertirán en "una especie protegida y en extinción"...

Por eso quiero rendir un homenaje hoy a todos los que se han tomado en serio eso de:

"Yo te recibo a ti... y me entrego a ti,
y prometo serte fiel,
en las alegrías y en las penas,
en la prosperidad y en la adversidad,
en la salud y en la enfermedad,
y así amarte y respetarte
todos los días de mi vida".

El ejemplo que me resulta más familiar de este modo de amarse "a las duras y a las maduras" es el de mis padres. Su vida juntos no ha sido fácil: inoportunas incursiones de la familia política..., muerte de dos hijos, enfermedades, trabajo (¡mucho trabajo!)... Y, sin embargo, se siguen queriendo. Con quejas, como un par de ancianos "gruñones" ambos..., pero se siguen queriendo como el primer día. No, como el primero no. Más aún. Porque cuando se pierde la belleza del cuerpo, la salud, la juventud... permanecer fieles al amor ya no es algo que se dé por descontado. Ha de ser una opción de la libertad y de la voluntad, que deciden seguir amando a quien un día eligieron.


Y mis padres han permanecido fieles hasta hoy. Se siguen cuidando. Se siguen acompañando.

El poeta y cantante argentino Alberto Cortez cuenta que, tras una discusión con su mujer en la que "pequeñas nubes empañaron por algún momento el límpido cielo del amor", ella dijo: "Pienso que ya no me quieres como antes; seguramente tu amor ha ido perdiendo el ardor de otrora y ya no te gusto".

Entonces él, en su mesa de trabajo, se sintió inspirado para escribir estos versos, como hablándole al oído:


"Te sigo queriendo como el primer día,
con esta alegría con que voy viviendo.
Más que en el relevo de las cosas idas
en la expectativa de los logros nuevos.
Como el primer día de un sentir primero,
como el alfarero de mi fantasía,
con la algarabía de un tamborilero
y el gemir austero de una letanía.
Como el primer día, te sigo queriendo.

Te sigo queriendo, valga la osadía,
con la garantía de mis pobres sueños,
es decir, empeños porque, todavía,
vive el alma mía de seguir creyendo.
Como el primer día, como el primer beso,y el primer exceso de melancolía.
Como la folía del primer intento,
como el argumento de una profecía.
Como el primer día, te sigo queriendo.

Te sigo queriendo, si no, lo diría,
sé que no podría con mis sentimientos;
lo que llevo adentro se convertiría
en una jauría de remordimientos.
Como el primer día, eres el velero,
la estrella y el viento de mi travesía,
mi filosofía, mi apasionamiento,
mi mejor acento, mi soberanía.
Como el primer día, te sigo queriendo".

Yo no digo que los maridos les inventen versos a sus mujeres o viceversa. Pero existen palabras ya inventadas que uno podría tomar en sus labios para decir el amor, para restablecer el amor, para desenmascarar fantasmas, para seguir eligiendo lo que un día eligieron totalmente convencidos de que ese amor duraría siempre.
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(1) Federico Pastor Ramos, La familia en la Biblia, Verbo Divino, Estella 1994
Jorge E. Maldonado, Aun en las mejores familias, Nueva Creación, Buenos Aires 1996
Luis Alonso Schökel, Símbolos matrimoniales en la Biblia, Verbo Divino, Estella 1997
Luis Alonso-Schökel, ¿Dónde está tu hermano? Textos de fraternidad en el libro del Génesis, Verbo Divino, Estella 1997
Nuria Calduch-Benages, La Sagrada Familia en la Biblia, Desclée de Brouwer, Bilbao 2001
Veronique Margron, Historias de amor en la Biblia, Mensajero, Bilbao 2005

viernes, 16 de noviembre de 2007

Yo soy, dice Jesús

SERIE: "Orad constantemente" (1 Tes 5, 17)

Mi blog anda un poco abandonado... Días de actividad intensa por muchos motivos.
Hoy preparo una hora de oración para los adolescentes que se confirmarán mañana en nuestra parroquia. Precioso día en el que el Espíritu desdencerá sobre ellos para convertirlos en servidores y testigos en su Iglesia y en el mundo. Demasiada responsabilidad para unos niños... Muchos, cumplido "el trámite" del sacramento, desaparecerán de la comunidad y no volveremos a verles más, quizá y con suerte, hasta el día de su boda. Otros seguirán entre nosotros buscando cuál es su carisma y su don personal para compartir.
Comienzo esa oración con los nombres de Jesús, los nombres que encuentro, sobre todo, en el evangelio de Juan: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6) ; "Yo soy la luz del mundo..." (Jn 9,5); "Yo soy el buen pastor..." (Jn 10,14); "Vosotros me llamáis el maestro y el señor y decís bien, porque lo soy..." (Jn 13, 13); "Yo soy la resurrección y la vida..." (Jn 11,25); "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo..." (Jn 6,51); "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos..." (Jn 15, 5); "Yo soy el agua viva..." (Jn 4,10); "Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie podrá quitaros vuestra alegría..." (Jn 16,22).
Mi oración está inspirada en una que compuso mi hermana de congregación Mª del Pilar Casarrubios.
Esos nombres y la súplica que sigue son una confesión de fe y la expresión del deseo de un modo de vivir.
Seguimos orando en todo tiempo.
Incluso cuando mis ojos están ciegos, puedo seguir contemplando y susurrando con un íntimo clamor:
- Yo soy tu LUZ. Deja que ilumine tus sombras.
- Tú eres mi Luz. Ilumina todos mis rincones oscuros.
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Lector: Yo soy tu CAMINO. Sígueme.
Todos: Tú eres mi CAMINO. Quiero seguirte.

Lector: Yo soy tu VERDAD. Cree en mí.
Todos: Tú eres mi VERDAD. Creo y me apoyo en ti.

Lector: Yo soy tu VIDA. Ábrete a mí.
Todos: Tú eres mi VIDA. Haz que viva de verdad.

Lector: Yo soy tu LUZ. Deja que ilumine tus sombras.
Todos: Tú eres mi Luz. Ilumina todos mis rincones oscuros.

Lector: Yo soy tu PASTOR. No temas, yo te guío.
Todos: Tú eres mi PASTOR. A veces tengo miedo. Cuídame y guíame.

Lector: Yo soy tu REDENTOR. No tengas miedo, yo te rescato.
Todos: Tú eres mi REDENTOR. Recátame de aquellos o aquello que me oprime. Libérame de mis esclavitudes.

Lector: Yo soy tu CREADOR. Te hago nuevo.
Todos: Tú eres mi CREADOR. Hazme nuevo.

Lector: Yo soy tu FUERZA y tu ESCUDO. No temas ser débil.
Todos: Tú eres mi FUERZA y mi ESCUDO. Tú peleas por mí. No temo ser débil.

Lector: Yo soy tu REFUGIO y tu ALCÁZAR. Ven a mí.
Todos: Tú eres mi REFUGIO y ALCÁZAR. En ti encuentro protección.

Lector: Yo soy tu ROCA. Apóyate en mí.
Todos: Tú eres mi ROCA. Me apoyo en ti.

Lector: Yo soy tu MAESTRO. Escucha mi voz.
Todos: Tú eres mi MAESTRO. De ti aprendo a vivir.

Lector: Yo soy tu SEÑOR. Entrégate a mí.
Todos: Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen. Me entrego a ti.

Lector: Yo soy tu PAN VIVO y tu alimento. Come de mí.
Todos: Tú eres mi alimento. Dame siempre tu pan de la vida, el pan de tu EUCARISTÍA y de tu AMOR.

Lector: Yo soy tu AGUA VIVA. Sáciate en mi fuente.
Todos: Tú eres mi AGUA VIVA. Dame tu Espíritu, torrente que salta hasta la vida eterna.

Lector: Yo soy la VID y tú el sarmiento. Permanece unido a mí.
Todos: Tú eres la VID y yo el sarmiento. Dame el permanecer unido a ti.

Lector: Yo soy la RESURRECCIÓN y la VIDA. Abandónate en mí.
Todos: Tú eres la RESURRECCIÓN y la VIDA. Me abandono en ti.

Lector: Yo soy tu SANADOR y SALVADOR. ¿Quieres salvarte?
Todos: Tú eres mi SANADOR Y SALVADOR. Cógeme de la mano y tira de mí, en el naufragio, hacia un puerto de salvación.

Lector: Yo soy tu ALEGRÍA, la que nada ni nadie puede quitarte.
Todos: Tú eres mi GOZO Y MI ALEGRÍA. La que ningún contratiempo, ninguna desdicha, ninguna amenaza, ningún pecado, ninguna pérdida... me pueden quitar.

martes, 6 de noviembre de 2007

"La rosa", una parábola de crecimiento y esperanza

Hoy, una amiga me ha enviado una "parabolilla", acompañada de una foto que ella misma hizo a la co-protagonista del relato en cuestión. La protagonista es la mujer llena de esperanza (o sea, mi amiga); la co-protagonista es la rosa, que cobra vida gracias a su espera y sus cuidados obstinados, contra todo lo razonable.

Aún no tengo su permiso (que presupongo; ¿verdad, amiga mía?), pero quiero traer aquí esta parábola porque la considero valiosa. Sobre todo, porque es metáfora de una superación y de una "resurrección" desde la esperanza en que nada está definitivamente perdido.

Cuando la he leído, he pensado irremediablemente en esa otra parábola de Jesús que nos cuenta Lucas (13, 6-9) sobre el dueño de una viña que quería cortar una higuera sin fruto, y sobre un viñador que intercedió por la higuera porque confiaba en que, si le daba tiempo y le prodigaba sus cuidados, la higuera volvería a ser fecunda.

En los últimos post de este blog, tres figuras se parecen mucho: mi amiga con su rosa, mi madre con su limonero, y Jesús con nosotros (higueras adormecidas que no siempre damos el mejor ni el mayor fruto posible). Su denominador común es el amor y la esperanza. Y ambas cosas posibilitan el resurgir de lo mejor de nosotros.
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La rosa
Frente a mi balcón hay una casita en la que vivían en verano un hombre muy viejo y una mujer también vieja. Él había nacido en el pueblo de al lado; ella, que aún vive, en Jamilena. Por la fachada de la casita trepan dos rosales y una parra. Una vez, hace ya unos tres o cuatro años, el hombre, que se llamaba Antonio, después de podar sus rosales, me dio un esqueje del que más me gustaba. Era una ramita miserable. La puse en un buen tiesto con buena tierra y la regué y cuidé lo mejor que supe. Dio hojas que luego se secaron, tenía brotes que luego no prosperaron, pero yo seguí con el esqueje. En invierno se le cayeron las hojas y parecía completamente seco. En la primavera brotó. Luego languideció. Mi abuela y mi tía, curtidas por la experiencia, empezaron a decirme que lo tirara, que no me empeñara. Además, un rosal en una maceta... Pero no quise tirar el esqueje. ¡Me resistía! Aunque una miseria, tenía vida, puesto que echaba unos brotes raquíticos y unas hojas endebles.

Pasaron un par de años y se hizo la jardinera que hoy precede la escalinata de entrada. Se me ocurrió poner ahí la ramita de rosal. La invadieron todas las plantas, la ocultaron las demás flores, pero no se moría. Este otoño, extraordinariamente, vi que las hojas le brotaban con vigor y muy buen color. Hace muy pocos días descubrí con una emoción indescriptible un capullo, ¡el primero!
Ahí está, mi rosa tenaz que quería vivir. Y yo tan contenta al ver su belleza que ha florecido, porque seguí regándola y cuidándola, confiando en que algún día llegaría a vivir.

lunes, 5 de noviembre de 2007

En el día de los difuntos (II)

Os confieso que, a menudo, pienso en la muerte.
Sin miedo. Sin obsesión. Como un ingrediente más de la vida.
Bueno, no. Como uno más no, sino como el horizonte último y definitivo al que, en apariencia, está abocada nuestra existencia.
El hombre es un "ser-para-la-muerte", decía Heidegger en "Ser y tiempo". Y yo aprendí esto a la edad de cuatro años y medio.

Era un once de mayo, primavera, cuando la muerte se acercó rozándome la espalda y cercenó la vida de mi compañero de juegos, sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Ni siquiera me dio la oportunidad de enfrentarla, mirándola a la cara. Hasta entonces, yo creía que sólo se morían los viejos, pero aquel día la vida hizo añicos mis fantasías infantiles y me enseñó, con implacable dureza y crueldad, que "apenas un hombre viene a la vida, ya es bastante viejo para morir" (Heidegger).
El segundo golpe de gracia de este aguijón del pecado que es la muerte a destiempo (1) llegó años más tarde, un veinticinco de agosto, llevándose las primicias del amor de mis padres: a mi hermano mayor, al fuerte, al silencioso que lo llenaba todo con su vitalidad, su energía, su belleza y su radiante felicidad recién estrenada. El de los ojos verdes, "verdes como la albahaca"...

Y puesto que mis dos hermanos amados se fueron de modo inesperado y prematuro, no puedo evitar pensar, de vez en cuando, en que la muerte me podría sorprender también a mí de igual manera y, en ese caso, me pregunto cómo querría vivir el tiempo que me resta. Si supiera que moriré mañana con certeza, ¿qué les diría a las personas que habitan mi vida?
Sin duda: "¡Gracias!" y "¡Recordad que os quiero!"
Les diría que no temo a la muerte porque creo en Jesús, nuestra Resurrección y nuestra Vida. Y les pediría que no se entristezcan por mí, puesto que mi vida ha sido hermosa y sólo siento gratitud por el tiempo que he vivido.

En este mes de noviembre "escatológico", quizá a alguno os pueda parecer cursi, o demasiado "pastelosa" (como diría mi amiga Cristina), pero querría aprovechar para decirles a todos mis seres amados cuánto les quiero, cuánto me importan.
Sí, quiero hacerlo... mientras aún estoy a tiempo.




(1) 1 Cor 15,56
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viernes, 2 de noviembre de 2007

En el día de los difuntos (I)

Siempre me ha parecido un folklore de romería la movida general de flores, encalados y reuniones familiares, característica del día de difuntos. Desempolvamos nuestros sepulcros. Su pulcritud, ausente en temporadas invernales, estivales o de alegre primavera, parece querer disimular la realidad aciaga de la muerte.
Los vendedores de flores, a la puerta de los camposantos, hacen su agosto, y las frías moradas eternas, adornadas ya, parecen querer emular las exuberantes carrozas del Rocío sevillano, con su derroche de rosas y claveles. Falta, en el Rocío, el olor otoñal a castañas asadas, y una nostalgia que frenaría la jarana de palmas, cantares y roncas guitarras.
Difuntos, modestas flores de tiempo gélido y castañas forman una tríada inseparable en mi recuerdo de la infancia, cargado de fragancias peculiares, y de cielo y sol radiantes, como el de hoy.
En otro tiempo, las conocidas coplas del poeta (1) hubieran dado color de lúgubre sentimiento a este día:
"Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte,
tan callando..."
Los posmodernos, sin embargo, sorbido el adormecido seso por el mito de la eterna juventud, se hacen ignorantes a la voz del poeta, y sordos a inquisidoras cuestiones metafísicas. "¡Hay que vivir el "aquí" y el "ahora"!" "Envejecer" es la palabra tabú. La caja tonta, en su asedio publicitario, revela los secretos de la vida perennemente joven en apariencia: mil remedios para "detener el paso del tiempo"... No han leído, seguramente, estos otros versos, revestidos de esperanza, de un contemporáneo nuestro (2):
"Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
comprendiendo
que hay que llenar nuestra vida
y así dar muerte a la muerte".
El que escribió esto, posiblemente, sonría hoy en un lugar desconocido y, descalzo, como los niños, pasee entre las flores de la otoñal romería, aspirando el olor de apetecibles castañas, tostadas en las brasas de un vetusto asador.
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Modesto, asando castañas en la plaza de mi pueblo



Vistas desde el cementerio. Bonito, ¿no?

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(1) Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre
(2) José Luis Martín Descalzo