viernes, 28 de diciembre de 2007

Y llegó... y casi pasó la Navidad

Hace semanas que no escribo en mi blog. Comencé con la fuerza de un torbellino. Dieciocho mensajes en un mes. Pero el curso se echó encima, y las tareas... Y mis personajes (Micaela, María y Judit) quedaron mudas de repente, y la lectura continua de la Biblia, interrumpida, y los sentires al hilo de lo cotidiano, silenciosos...
Pero la Navidad hermosa necesita un eco. La Palabra de Dios pronunciada sobre nosotros quiere resonar en todas las antenas, canales, medios... para alcanzar a todos. El eco lejano del llanto de un niño que nace en Belén resuena HOY nuevamente en nuestro mundo, y quiere decirnos algo a cada uno, como algo le dijo a su madre María, y a su padre, José, y a los pastores, y a los magos... y a tantos hombres y mujeres de su tiempo.
En nuestro tiempo, ese Niño que podemos ver, oír, contemplar y tocar... tiene una Palabra de Gracia que decirnos y nos pide una palabra de respuesta. ¿CUÁL ES SU PALABRA PRONUNCIADA SOBRE TI Y CUÁL ES TU PALABRA PARA ÉL?

¡FELIZ NAVIDAD
Y FELIZ COMIENZO DEL 2008!


sábado, 1 de diciembre de 2007

La pareja feliz

Sigo ilustrando el escrito anterior, porque hace tiempo que quería traer a este blog a un matrimonio que, desde que llegué a Toledo hace más de cuatro años, me ha suscitado gran admiración y ternura. Ellos son Jesús y Odete Soledad. Una de mis primeras impresiones sobre ellos, la dejé plasmada en mi diario el 14 de junio de 2004:

"Llegan a la Iglesia con paso ágil y decidido, como quien acude a una cita deseada. Al arrodillarse, sus voces se unen en oración unánime. Sus corazones laten en el mismo fervor.
Deben de tener casi ochenta años. Cualquiera diría que son dos jóvenes enamorados. Por la calle siempre van cogidos de la mano. Son todavía bellos en su ancianidad y conservan el brillo en los ojos, la vivacidad en las palabras y la sonrisa en los labios.
Al mirarlos, recuerdo imágenes de los salmos y de los profetas: "¡Feliz el que ama al Señor! Será como un árbol plantado junto a las corrientes de agua. Al llegar el estío, no lo sentirá. No se marchitarán sus hojas" (cf. Sal 1; Jr 17,7-8).
Jesús y Odete tienen noventa y ochenta y cinco años. A primera vista, calculé mal. Pero es que son tan vitales que resulta increible que ambos sean ya, casi, nonagenarios.
Alguna que otra mañana me he divertido uniéndome a su "accidentada" oración. Y es que, en ocasiones, "entre col y col, encontraba una lechuga", entre las "ave marías", su vida...:
Ella: - ¡Dios te salve, María, llena eres de gracia...!
Él: - ¡Ahhhh! ¡Se me ha olvidado una cosa!... ¡Santa María, Madre de Dios...!
Ella: - ¿Qué?... ¡Dios te salve, María, llena eres de gracia...!
Él: - La cartilla... ¡Santa María, Madre de Dios...!

Entre los pucheros, está Dios. Y entrelazado entre las preocupaciones de la visita médica de mi matrimonio feliz, también. Lo curioso es que no perdían el ritmo ni la atención a las plegarias de su diaria Estación a Jesús Sacramentado. La llevan impresa en la memoria del corazón.

Gracias por vuestro testimonio cotidiano, por vuestra fidelidad a la Eucaristía, por vuestra permanencia y amor.

martes, 27 de noviembre de 2007

Como el primer día

Estoy terminando de resumir un libro de Federico Pastor Ramos titulado "La familia en la Biblia". Es un libro breve pero denso, que nos presenta, con pinceladas detalladas, tres cuadros sobre la familia bíblica: un cuadro de rasgos antropológicos, otro de características teológicas, y otro que plasma la dimensión moral y ética de la vida familiar.
Este libro me sirve como guía fundamental para un curso sobre Familia humana y Familia de Dios en la Biblia que estoy impartiendo en dos parroquias de Madrid. Complemento el contenido de ese libro con la bibliografía que ofrezco abajo, por si a alguien le interesa (1).

En la Biblia no hay una única imagen de la familia. Hay una evolución en el modelo sociológico familiar, que va desde los clanes numerosos de los patriarcas hasta modelos más parecidos a la familia nuclear moderna.
Y, por supuesto, en el plano religioso, la plenitud de la revelación de lo que es la familia en el proyecto de Dios acontece con Jesús: como es la Trinidad, así está llamada a ser toda comunidad humana, empezando por la familia, una comunidad de amor que da y que recibe, que acoge y se entrega.

Todos hemos nacido en el seno de una familia y sabemos lo importante que es para nuestra estabilidad, crecimiento, madurez y felicidad habernos sentido arropados y amados por un padre y una madre.
Puede que nuestras familias no sean perfectas. Pero son nuestro hogar, a cuyo calor crece la vida.

Soy consciente de que, en el lapso de tiempo en que escribo esto, al menos dos matrimonios se han roto. Así lo dice un estudio del Instituto de Política Familiar (IPF), publicado en mayo de este año: en España hay una ruptura cada cada 4,3 minutos y 333 al día. Cada cuatro matrimonios que se celebran, se divorcian tres. Alarmante. Y triste. Sorprende que aún haya alguien felizmente casado a nuestro alrededor. Lo que antes era la norma general ha pasado a ser una excepción y, pronto, los hijos pertenecientes a parejas estables se convertirán en "una especie protegida y en extinción"...

Por eso quiero rendir un homenaje hoy a todos los que se han tomado en serio eso de:

"Yo te recibo a ti... y me entrego a ti,
y prometo serte fiel,
en las alegrías y en las penas,
en la prosperidad y en la adversidad,
en la salud y en la enfermedad,
y así amarte y respetarte
todos los días de mi vida".

El ejemplo que me resulta más familiar de este modo de amarse "a las duras y a las maduras" es el de mis padres. Su vida juntos no ha sido fácil: inoportunas incursiones de la familia política..., muerte de dos hijos, enfermedades, trabajo (¡mucho trabajo!)... Y, sin embargo, se siguen queriendo. Con quejas, como un par de ancianos "gruñones" ambos..., pero se siguen queriendo como el primer día. No, como el primero no. Más aún. Porque cuando se pierde la belleza del cuerpo, la salud, la juventud... permanecer fieles al amor ya no es algo que se dé por descontado. Ha de ser una opción de la libertad y de la voluntad, que deciden seguir amando a quien un día eligieron.


Y mis padres han permanecido fieles hasta hoy. Se siguen cuidando. Se siguen acompañando.

El poeta y cantante argentino Alberto Cortez cuenta que, tras una discusión con su mujer en la que "pequeñas nubes empañaron por algún momento el límpido cielo del amor", ella dijo: "Pienso que ya no me quieres como antes; seguramente tu amor ha ido perdiendo el ardor de otrora y ya no te gusto".

Entonces él, en su mesa de trabajo, se sintió inspirado para escribir estos versos, como hablándole al oído:


"Te sigo queriendo como el primer día,
con esta alegría con que voy viviendo.
Más que en el relevo de las cosas idas
en la expectativa de los logros nuevos.
Como el primer día de un sentir primero,
como el alfarero de mi fantasía,
con la algarabía de un tamborilero
y el gemir austero de una letanía.
Como el primer día, te sigo queriendo.

Te sigo queriendo, valga la osadía,
con la garantía de mis pobres sueños,
es decir, empeños porque, todavía,
vive el alma mía de seguir creyendo.
Como el primer día, como el primer beso,y el primer exceso de melancolía.
Como la folía del primer intento,
como el argumento de una profecía.
Como el primer día, te sigo queriendo.

Te sigo queriendo, si no, lo diría,
sé que no podría con mis sentimientos;
lo que llevo adentro se convertiría
en una jauría de remordimientos.
Como el primer día, eres el velero,
la estrella y el viento de mi travesía,
mi filosofía, mi apasionamiento,
mi mejor acento, mi soberanía.
Como el primer día, te sigo queriendo".

Yo no digo que los maridos les inventen versos a sus mujeres o viceversa. Pero existen palabras ya inventadas que uno podría tomar en sus labios para decir el amor, para restablecer el amor, para desenmascarar fantasmas, para seguir eligiendo lo que un día eligieron totalmente convencidos de que ese amor duraría siempre.
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(1) Federico Pastor Ramos, La familia en la Biblia, Verbo Divino, Estella 1994
Jorge E. Maldonado, Aun en las mejores familias, Nueva Creación, Buenos Aires 1996
Luis Alonso Schökel, Símbolos matrimoniales en la Biblia, Verbo Divino, Estella 1997
Luis Alonso-Schökel, ¿Dónde está tu hermano? Textos de fraternidad en el libro del Génesis, Verbo Divino, Estella 1997
Nuria Calduch-Benages, La Sagrada Familia en la Biblia, Desclée de Brouwer, Bilbao 2001
Veronique Margron, Historias de amor en la Biblia, Mensajero, Bilbao 2005

viernes, 16 de noviembre de 2007

Yo soy, dice Jesús

SERIE: "Orad constantemente" (1 Tes 5, 17)

Mi blog anda un poco abandonado... Días de actividad intensa por muchos motivos.
Hoy preparo una hora de oración para los adolescentes que se confirmarán mañana en nuestra parroquia. Precioso día en el que el Espíritu desdencerá sobre ellos para convertirlos en servidores y testigos en su Iglesia y en el mundo. Demasiada responsabilidad para unos niños... Muchos, cumplido "el trámite" del sacramento, desaparecerán de la comunidad y no volveremos a verles más, quizá y con suerte, hasta el día de su boda. Otros seguirán entre nosotros buscando cuál es su carisma y su don personal para compartir.
Comienzo esa oración con los nombres de Jesús, los nombres que encuentro, sobre todo, en el evangelio de Juan: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6) ; "Yo soy la luz del mundo..." (Jn 9,5); "Yo soy el buen pastor..." (Jn 10,14); "Vosotros me llamáis el maestro y el señor y decís bien, porque lo soy..." (Jn 13, 13); "Yo soy la resurrección y la vida..." (Jn 11,25); "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo..." (Jn 6,51); "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos..." (Jn 15, 5); "Yo soy el agua viva..." (Jn 4,10); "Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie podrá quitaros vuestra alegría..." (Jn 16,22).
Mi oración está inspirada en una que compuso mi hermana de congregación Mª del Pilar Casarrubios.
Esos nombres y la súplica que sigue son una confesión de fe y la expresión del deseo de un modo de vivir.
Seguimos orando en todo tiempo.
Incluso cuando mis ojos están ciegos, puedo seguir contemplando y susurrando con un íntimo clamor:
- Yo soy tu LUZ. Deja que ilumine tus sombras.
- Tú eres mi Luz. Ilumina todos mis rincones oscuros.
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Lector: Yo soy tu CAMINO. Sígueme.
Todos: Tú eres mi CAMINO. Quiero seguirte.

Lector: Yo soy tu VERDAD. Cree en mí.
Todos: Tú eres mi VERDAD. Creo y me apoyo en ti.

Lector: Yo soy tu VIDA. Ábrete a mí.
Todos: Tú eres mi VIDA. Haz que viva de verdad.

Lector: Yo soy tu LUZ. Deja que ilumine tus sombras.
Todos: Tú eres mi Luz. Ilumina todos mis rincones oscuros.

Lector: Yo soy tu PASTOR. No temas, yo te guío.
Todos: Tú eres mi PASTOR. A veces tengo miedo. Cuídame y guíame.

Lector: Yo soy tu REDENTOR. No tengas miedo, yo te rescato.
Todos: Tú eres mi REDENTOR. Recátame de aquellos o aquello que me oprime. Libérame de mis esclavitudes.

Lector: Yo soy tu CREADOR. Te hago nuevo.
Todos: Tú eres mi CREADOR. Hazme nuevo.

Lector: Yo soy tu FUERZA y tu ESCUDO. No temas ser débil.
Todos: Tú eres mi FUERZA y mi ESCUDO. Tú peleas por mí. No temo ser débil.

Lector: Yo soy tu REFUGIO y tu ALCÁZAR. Ven a mí.
Todos: Tú eres mi REFUGIO y ALCÁZAR. En ti encuentro protección.

Lector: Yo soy tu ROCA. Apóyate en mí.
Todos: Tú eres mi ROCA. Me apoyo en ti.

Lector: Yo soy tu MAESTRO. Escucha mi voz.
Todos: Tú eres mi MAESTRO. De ti aprendo a vivir.

Lector: Yo soy tu SEÑOR. Entrégate a mí.
Todos: Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen. Me entrego a ti.

Lector: Yo soy tu PAN VIVO y tu alimento. Come de mí.
Todos: Tú eres mi alimento. Dame siempre tu pan de la vida, el pan de tu EUCARISTÍA y de tu AMOR.

Lector: Yo soy tu AGUA VIVA. Sáciate en mi fuente.
Todos: Tú eres mi AGUA VIVA. Dame tu Espíritu, torrente que salta hasta la vida eterna.

Lector: Yo soy la VID y tú el sarmiento. Permanece unido a mí.
Todos: Tú eres la VID y yo el sarmiento. Dame el permanecer unido a ti.

Lector: Yo soy la RESURRECCIÓN y la VIDA. Abandónate en mí.
Todos: Tú eres la RESURRECCIÓN y la VIDA. Me abandono en ti.

Lector: Yo soy tu SANADOR y SALVADOR. ¿Quieres salvarte?
Todos: Tú eres mi SANADOR Y SALVADOR. Cógeme de la mano y tira de mí, en el naufragio, hacia un puerto de salvación.

Lector: Yo soy tu ALEGRÍA, la que nada ni nadie puede quitarte.
Todos: Tú eres mi GOZO Y MI ALEGRÍA. La que ningún contratiempo, ninguna desdicha, ninguna amenaza, ningún pecado, ninguna pérdida... me pueden quitar.

martes, 6 de noviembre de 2007

"La rosa", una parábola de crecimiento y esperanza

Hoy, una amiga me ha enviado una "parabolilla", acompañada de una foto que ella misma hizo a la co-protagonista del relato en cuestión. La protagonista es la mujer llena de esperanza (o sea, mi amiga); la co-protagonista es la rosa, que cobra vida gracias a su espera y sus cuidados obstinados, contra todo lo razonable.

Aún no tengo su permiso (que presupongo; ¿verdad, amiga mía?), pero quiero traer aquí esta parábola porque la considero valiosa. Sobre todo, porque es metáfora de una superación y de una "resurrección" desde la esperanza en que nada está definitivamente perdido.

Cuando la he leído, he pensado irremediablemente en esa otra parábola de Jesús que nos cuenta Lucas (13, 6-9) sobre el dueño de una viña que quería cortar una higuera sin fruto, y sobre un viñador que intercedió por la higuera porque confiaba en que, si le daba tiempo y le prodigaba sus cuidados, la higuera volvería a ser fecunda.

En los últimos post de este blog, tres figuras se parecen mucho: mi amiga con su rosa, mi madre con su limonero, y Jesús con nosotros (higueras adormecidas que no siempre damos el mejor ni el mayor fruto posible). Su denominador común es el amor y la esperanza. Y ambas cosas posibilitan el resurgir de lo mejor de nosotros.
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La rosa
Frente a mi balcón hay una casita en la que vivían en verano un hombre muy viejo y una mujer también vieja. Él había nacido en el pueblo de al lado; ella, que aún vive, en Jamilena. Por la fachada de la casita trepan dos rosales y una parra. Una vez, hace ya unos tres o cuatro años, el hombre, que se llamaba Antonio, después de podar sus rosales, me dio un esqueje del que más me gustaba. Era una ramita miserable. La puse en un buen tiesto con buena tierra y la regué y cuidé lo mejor que supe. Dio hojas que luego se secaron, tenía brotes que luego no prosperaron, pero yo seguí con el esqueje. En invierno se le cayeron las hojas y parecía completamente seco. En la primavera brotó. Luego languideció. Mi abuela y mi tía, curtidas por la experiencia, empezaron a decirme que lo tirara, que no me empeñara. Además, un rosal en una maceta... Pero no quise tirar el esqueje. ¡Me resistía! Aunque una miseria, tenía vida, puesto que echaba unos brotes raquíticos y unas hojas endebles.

Pasaron un par de años y se hizo la jardinera que hoy precede la escalinata de entrada. Se me ocurrió poner ahí la ramita de rosal. La invadieron todas las plantas, la ocultaron las demás flores, pero no se moría. Este otoño, extraordinariamente, vi que las hojas le brotaban con vigor y muy buen color. Hace muy pocos días descubrí con una emoción indescriptible un capullo, ¡el primero!
Ahí está, mi rosa tenaz que quería vivir. Y yo tan contenta al ver su belleza que ha florecido, porque seguí regándola y cuidándola, confiando en que algún día llegaría a vivir.

lunes, 5 de noviembre de 2007

En el día de los difuntos (II)

Os confieso que, a menudo, pienso en la muerte.
Sin miedo. Sin obsesión. Como un ingrediente más de la vida.
Bueno, no. Como uno más no, sino como el horizonte último y definitivo al que, en apariencia, está abocada nuestra existencia.
El hombre es un "ser-para-la-muerte", decía Heidegger en "Ser y tiempo". Y yo aprendí esto a la edad de cuatro años y medio.

Era un once de mayo, primavera, cuando la muerte se acercó rozándome la espalda y cercenó la vida de mi compañero de juegos, sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Ni siquiera me dio la oportunidad de enfrentarla, mirándola a la cara. Hasta entonces, yo creía que sólo se morían los viejos, pero aquel día la vida hizo añicos mis fantasías infantiles y me enseñó, con implacable dureza y crueldad, que "apenas un hombre viene a la vida, ya es bastante viejo para morir" (Heidegger).
El segundo golpe de gracia de este aguijón del pecado que es la muerte a destiempo (1) llegó años más tarde, un veinticinco de agosto, llevándose las primicias del amor de mis padres: a mi hermano mayor, al fuerte, al silencioso que lo llenaba todo con su vitalidad, su energía, su belleza y su radiante felicidad recién estrenada. El de los ojos verdes, "verdes como la albahaca"...

Y puesto que mis dos hermanos amados se fueron de modo inesperado y prematuro, no puedo evitar pensar, de vez en cuando, en que la muerte me podría sorprender también a mí de igual manera y, en ese caso, me pregunto cómo querría vivir el tiempo que me resta. Si supiera que moriré mañana con certeza, ¿qué les diría a las personas que habitan mi vida?
Sin duda: "¡Gracias!" y "¡Recordad que os quiero!"
Les diría que no temo a la muerte porque creo en Jesús, nuestra Resurrección y nuestra Vida. Y les pediría que no se entristezcan por mí, puesto que mi vida ha sido hermosa y sólo siento gratitud por el tiempo que he vivido.

En este mes de noviembre "escatológico", quizá a alguno os pueda parecer cursi, o demasiado "pastelosa" (como diría mi amiga Cristina), pero querría aprovechar para decirles a todos mis seres amados cuánto les quiero, cuánto me importan.
Sí, quiero hacerlo... mientras aún estoy a tiempo.




(1) 1 Cor 15,56
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viernes, 2 de noviembre de 2007

En el día de los difuntos (I)

Siempre me ha parecido un folklore de romería la movida general de flores, encalados y reuniones familiares, característica del día de difuntos. Desempolvamos nuestros sepulcros. Su pulcritud, ausente en temporadas invernales, estivales o de alegre primavera, parece querer disimular la realidad aciaga de la muerte.
Los vendedores de flores, a la puerta de los camposantos, hacen su agosto, y las frías moradas eternas, adornadas ya, parecen querer emular las exuberantes carrozas del Rocío sevillano, con su derroche de rosas y claveles. Falta, en el Rocío, el olor otoñal a castañas asadas, y una nostalgia que frenaría la jarana de palmas, cantares y roncas guitarras.
Difuntos, modestas flores de tiempo gélido y castañas forman una tríada inseparable en mi recuerdo de la infancia, cargado de fragancias peculiares, y de cielo y sol radiantes, como el de hoy.
En otro tiempo, las conocidas coplas del poeta (1) hubieran dado color de lúgubre sentimiento a este día:
"Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte,
tan callando..."
Los posmodernos, sin embargo, sorbido el adormecido seso por el mito de la eterna juventud, se hacen ignorantes a la voz del poeta, y sordos a inquisidoras cuestiones metafísicas. "¡Hay que vivir el "aquí" y el "ahora"!" "Envejecer" es la palabra tabú. La caja tonta, en su asedio publicitario, revela los secretos de la vida perennemente joven en apariencia: mil remedios para "detener el paso del tiempo"... No han leído, seguramente, estos otros versos, revestidos de esperanza, de un contemporáneo nuestro (2):
"Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
comprendiendo
que hay que llenar nuestra vida
y así dar muerte a la muerte".
El que escribió esto, posiblemente, sonría hoy en un lugar desconocido y, descalzo, como los niños, pasee entre las flores de la otoñal romería, aspirando el olor de apetecibles castañas, tostadas en las brasas de un vetusto asador.
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Modesto, asando castañas en la plaza de mi pueblo



Vistas desde el cementerio. Bonito, ¿no?

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(1) Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre
(2) José Luis Martín Descalzo

miércoles, 31 de octubre de 2007

Retazos de mí... contados por mi siamesa (Maravillosa aprendiz de escritora)

El escrito que sigue no es mío.
Pero lo siento como mío.
Me ha parecido hermoso... y genial. Por eso os lo ofrezco aquí, por si aún no conocéis su blog.
El limonero está en el patio de mi casa. Es un arbolito que pasaría desapercibido para cualquiera, menos para alguien que sabe mirar y que rescata, con sus ojos luminosos, el sentido profundo de un objeto, convirtiéndolo en sujeto para otros: sujeto cuya presencia enraizada en la historia de una familia alegra sus tardes al sol.
Toda una tarea: educar la mirada, al estilo de Dios, cuyos ojos son "diez mil veces más brillantes que el sol, que observan todos los caminos y penetran los rincones más ocultos" (cf. Ben Sirá 23,19)
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El limonero



Al abrigo de una pared de cal descansa el limonero. Sus frondosas ramas se vencen hacia el suelo. Ramas desbordadas de hojas, acorazadas de espinos, plagadas de limones verdes como los berros, otros iniciando su metamorfosis a verde amarillento luminoso, otros convertidos ya en óvalos relucientes amarillo limón, con olor a deshielo, paladar agridulce de ceño fruncido.

Es el único superviviente a la helada de un mes de Marzo de no recuerdo qué año, que congeló la savia del joven cerezo y lo despojó de todas sus hojas, y de todas sus flores, esas que se abrían inocentes a las caricias del sol de una recién estrenada primavera y estranguladas con alevosía por un manto de escarcha, al encontrarlas dormidas, confiadas al despuntar el día. Él, que más que cerezo de un humilde patio empedrado, resplandecía como si fuese del Jerte, engalanado de colores hasta el copete, presuntuoso y coqueto, ahora quebrado, roto, seco, muerto.

Hoy, su lugar lo ocupa otro nuevo cerezo, que el ama cubre con una fina tela cada noche, con mimo, para que no se congele su savia ante el repentino frío, para que no se sienta abandonado por ese que lo acaricia con hilos de seda a la luz del día. Para que no le invada el miedo en las noches sin luna. Para que las gotas de rocío no se conviertan en puñales de hielo. Para que dormite tranquilo.

Él, el limonero, también parecía muerto... se quedó sin hojas, desierto, descolorido, mudo... El mismo motosierra que cercenó el cerezo a ras de suelo, seccionó impunemente una de sus ramas primero, tal vez con la esperanza de encontrar lo que encontró: la vida por dentro... Resguardada, tímida, fría como la muerte, la savia resbaló por la herida, furtiva lágrima dejándose caer por la mejilla con la esperanza de ser vista. "Niña, mira, el limonero no está seco. Mejor lo podo entero, a ver qué pasa". Y sólo dejó el tronco y seis o siete puntas desnudas que salían de él, mirando al cielo... Y pasó la primavera, y pasó el verano, y pasó el otoño, y el invierno, y llegó otra nueva primavera, y en sus frágiles ramas afloraban las hojas, pero no las flores, como el vientre de mujer estéril, que se vierte mes a mes sin ninguna esperanza de retener el cálido mar donde germina la vida... El limonero no daba limones, daba hojas y más hojas, y ramas y más ramas plagadas de espinos. Ahora era meramente ornamental en ese humilde escenario: un inmenso patio meticulosamente empedrado por un padre y un hijo, piedra sobre piedra, día tras día, hasta completar el petreo mosaico color piedra, enmarcado entre cuatro paredes de cal y tejas.Un hijo de ojos verdes,
verdes como la albahaca,
verdes como el trigo verde
y el verde, verde limón.
El padre, entonces, quería cortarlo... el hijo ya no estaba... nunca supo del limonero, nunca supo que varias piedras, de las que él porteó, colocó, martilleó y fijó sobre ese suelo, fueron arrancadas para sembrar un pequeño limonero. Un limonero que ya no daba limones, sólo hojas y más hojas, espinos y más espinos. La madre se negaba a cortarlo. A ella -más indulgente- no le importaban los limones, le gustaba cómo quedaba su limonero en el patio, si no daba limones qué más daba; daba armonía, daba color... en una palabra: Belleza. "No, el limonero no se corta".

Y el limonero no se cortó.Sentada en una vieja butaca de mimbre, al abrigo de una pared de cal, en la tranquilidad de esta soleada tarde de domingo otoñal, observo detenidamente al limonero, cuyas ramas se mecen tímidamente al vaivén de la brisa, y en ellas docenas de limones, verdes como los berros, amarilloverdosos, verdeamarillentos, amarillos como soles, con olor a deshielo, con sabor a tequila, con sabor a sal, con sabor agridulce que te hace fruncir el ceño, con sabor a supervivencia, con sabor a victoria.

Sí, ahí está, el testigo de nuestras vidas, el testigo de mi patio. El limonero.

lunes, 29 de octubre de 2007

Súplica desde la dispersión y el despiste

SERIE: "Orad constantemente" (1 Tes 5, 17)

En la Escritura, encontramos múltiples oraciones sembradas por los distintos libros, en boca de personajes que estaban atravesando momentos existenciales de todo tipo.
La Biblia es un libro de grandes orantes (1) que nos enseñan a ir por la vida volviendo constantemente nuestra mirada hacia el Único Rostro.
Ellos rezan en todo tiempo. Toda circunstancia de la vida es susceptible de verse convertida en oración. Y ahí tenemos, por ejemplo:
- a Ana, suplicando un hijo en su esterilidad y dando gracias a Dios cuando fue escuchada (cf. 1 Sm 1,9-18; 2),
- a Tobías y a Sara, orando en su desesperación (cf. Tob 3,2-6.11-15),
- a Myriam, entonando, al son de tímpanos, el cántico del paso del Mar Rojo (cf. Éx 15,20),
- a Débora, bendiciendo a Dios por la victoria cósmica del bien sobre el mal, simbolizada en la aniquilación de Sísara (cf. Jue 5),
- a Judit, pidiendo fuerza para vencer con su debilidad al opresor poderoso (cf. Jud 13,4-7),
- a Mardoqueo y a Esther, unidos en clamor unánime (Est 4,17a-17z-Biblia Jerusalén),
- a Jesús, el Orante por excelencia y nuestro Maestro de oración (2)

Docenas de ejemplos de creyentes para quienes la oración es tan connatural como respirar. En el A.T. existe incluso un libro de ciento cincuenta oraciones para ser cantadas (salmodiadas). Es el libro de los Salmos.

Al hilo de estos orantes bíblicos, inicio esta serie dedicada a la oración para invitar a todos a "orar siempre sin desfallecer" (cf. Lc 18,1), a orar en todo tiempo. Son oraciones compuestas desde diversos sentires (gozo, tristeza, desolación, fascinación, asombro, felicidad...) y desde los acontecimientos vitales más dispares (nacimiento, crecimiento, amor, enfermedad, fecundidad, muerte, esperanza...).
En este caso, oro desde la dispersión, así, como vino, una mañana de agosto.

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¿Tendrás un instante de tu tiempo?

Hola, Señor, estoy aquí.
Y no me extrañaría nada que estuvieras en otra parte.
No me extrañaría nada, y no podría reprocharte en absoluto
que, en este momento, me dieras la espalda
y me dejaras sola, en este pequeño rincón,
abandonada a mi cuaderno, a mi guitarra,
y a la lectura orante de una Palabra que, sin Ti,
es letra muerta.


















Dos lámparas iluminan el lugar sagrado.
Una enarbola una llama firme, quieta, silenciosa,
serenamente inconmovible.
La otra es pequeña y vacilante.
Parpadea cada poco, tímida, asustadiza,
inestable.
Se diría que, en cualquier momento, podría extinguirse...

¿Qué interés (3) puede tener, para Ti,
fijar tu mirada, perder "tu tiempo",
en este diminuto reducto de tu Universo inconmensurable?
¿Qué interés puede tener, para Ti,
fijar tu atención en mi atención desatenta,
voluble y veleta como nube mañanera,
o como rocío que en seguida se evapora? (4)

Seguramente que toda la Energía de tu Amor
y tu Espíritu Vivificante

se hayan empleadas a fondo
en vendar los corazones desgarrados
de quienes van a la deriva en cayucos maltrechos.
Seguramente estás reforzando el vigor
de quienes tiemblan, aterrados,
por la amenaza de las bombas
o de la hambruna que no cesa,
aunque nunca sea noticia en el telediario de la noche.

¿Por qué habrías de ocuparte de mí,
desconsiderada y caprichosa?
¿Qué se te ha perdido aquí, en este rincón
en el que estoy acurrucada?

Y, con todo, me atrevo a suplicar:
"Mira, Señor, ¿tendrás un instante de "tu tiempo"
para este ser que también Tú has creado?

Sé que no merezco ese instante.
Pero quizá, si por fortuna tus Ojos y los míos se cruzaran,
en esa fracción de segundo,
quizá,
tan sólo quizá,
mi corazón endurecido
volvería a sentir, al fin y nuevamente,
el roce de tu Amor sin límites,
y a consentir el ser transformado
en compasión enamorada,
en clamor comprometido (5).

Mira, ¿tendrás un instante apenas?
Mi lámpara vacilante se ha apagado..."

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(1) A propósito, recomiendo el precioso libro del jesuita Juan Manuel Martín-Moreno, La Biblia, escuela de oración, Mensajero Bilbao 2006
(2) En numerosas ocasiones, el evangelio muestra a Jesús orando: tras su bautismo, Jesús está en oración cuando recibe el Espíritu (Lc 3,21); al amanecer, suele retirarse a lugares solitarios para orar (Lc 4,42; Mc 1,35); cuando su fama se iba extendiendo y la multitud le asediaba, movida por sus necesidades y deseos, él buscaba descansar junto a su Padre en soledad (Lc 5,16); antes de elegir a los doce, pasó la noche en oración (Lc 6,12); la pregunta por su propia identidad (“¿Quién dice la gente que soy yo?”) tiene su espacio y su lugar en un contexto de oración (Lc 9,18); la transfiguración acontece en un momento en que Jesús ora (Lc 9,28); Jesús ora en el Espíritu Santo y se dirige a Dios llamándole Padre (Lc 10,21; 22,41; 23,34.46); Jesús intercede por Pedro (Lc 22,32) y ora en toda circunstancia: en el gozo (Lc 10,21) y en la cruz (Lc 23,34.46).
(3) La pregunta me evoca el famoso soneto de Lope de Vega: "¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? / ¿qué interés se te sigue, Jesús mío...", soneto inspirado en el cuarto poema del Cant 5,2. El único "interés" de Dios es el absoluto "desinterés" con el que nos ama, sin más razón que la gratuidad y la incondicionalidad de su Amor.
(4) cf. Os 6,4
(5) Título de un libro del mercedario Alejandro Fernández Barrajón, actual presidente de la CONFER española. El título juega con las palabras: "Clamor comprometido" y "amor prometido".

domingo, 28 de octubre de 2007

Somos Tierra Sagrada en la que habita Dios

Contemplación en Tierra Santa

Son las 16:40 y tengo un ratito antes de acudir al último ensayo de los cantos que precederá a la Eucaristía de Jesús Maestro.
Toda la Familia Paulina de Madrid y numerosos amigos participan en esta celebración. Jesús es el Señor, la razón de nuestra vida y queremos celebrarlo en esta fiesta anual.

Esta mañana, en mi parroquia de Toledo, un catequista les decía a los numerosos chavales de su grupo de confirmación que "no hay que avergonzarse de ser cristiano". Y yo no he podido reprimir el ímpetu de acercarme y decirles que "no sólo no hay que avergonzarse, sino que hay que estar agradecidos y dichosos por serlo, porque la vida cristiana es una vida hermosa, plena, desbordante de sentido, como lo es la de Jesús, 'el más bello de los hombres".
Y eso es precisamente lo que los hermanos y hermanas que van llegando a nuestra casa esta tarde quieren testimoniar con su presencia: la dicha de amar, seguir y servir a tan Buen Amigo...


Mientras tanto, se me ocurre leer, en el ordenador, una meditación-oración que escribí hace días, a las dos de la madrugada (la noche siempre es tiempo de inspiración para mí...). Estaba pensando en Tierra Santa y en un encuentro que tendría al día siguiente con un grupo en la parroquia San Bonifacio de Madrid. Y se me ocurrió lo que sigue.
Lo pongo aquí por si a alguien le sirve para algún encuentro en torno a ese tema.
Mis amigos de San Bonifacio y de la Santísima Trinidad de Madrid se van esta semana de peregrinación a la tierra de Jesús. Yo fui el año pasado, más o menos en estas fechas.
Mientras se contemplan algunas de las fotos colgadas en discipulasdm.org, se puede leer este texto con actitud orante, y deseando, con todo el corazón, que Dios nos transforme en Tierra Sagrada en donde Él habita.





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Una Tierra para una historia de Amor

Hoy quiero poner los ojos
en la tierra
que un día , Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob,
Dios de Judá y de José,
Dios de Moisés, de Aarón y de María,
Dios de Débora, de Gedeón, Jefté, Sansón y Samuel,
Dios de David,
Dios de los profetas y los sabios,
Dios de José y de María,
Dios y Abbá de tu Mesías Jesús,
Padre de todos nosotros,

miraste con predilección
para hacer de ella tu morada.

“El Señor ha elegido a Sión,
ha deseado morar en ella.
Aquí está mi reposo para siempre,
aquí viviré, porque lo he querido”
(Sal 132,13-14)

Hoy quiero contemplar este misterio de tus preferencias:
el pueblo que Tú escogiste como heredad (1),
no por ser el más sabio, numeroso, rico e inteligente,
sino por puro amor, porque así te pareció bien (Dt 7,7; cf. Lc 2,14; Mt 3,17; 11,26).

Hoy quiero poner los ojos en ese rincón del mundo
en el que hiciste una historia de salvación
con tu pueblo amado

para mostrar a todos los demás pueblos, en él,
cómo ERES y cómo ACTÚAS, Dios, rico en misericordia (2).

Hoy recorreré la misma senda de Abrahán, de Sara y de Lot (cf. Gn 12, 1-5)
en busca de un presente y un futuro mejores,
llevada en volandas por la voz del Invisible,
que me invita a salir de mi tierra y de mis caminos trillados
para adentrarme, con los ojos de la fe (3), en la promesa sorprendente de Dios.

Llevada de la mano, iré a la tierra que mana leche y miel (4),
tierra de dulzura y bienaventuranza.
y levantaré santuarios en cada lugar
que se halle sin noticias de Dios (Gn 12,6-9)

Con Jacob, bajaré a Egipto (también hay “egiptos” en mi vida…).
Miraré de frente lo que me esclaviza y clamaré a Ti,
cuyo Nombre es una promesa: “Yo soy el que soy”, (Ex 3,14)
Yo soy el que está contigo siempre para librarte”.

Y, desde el fondo de mi esclavitud, clamaré que tires de mí a un lugar espacioso,
que en el aprieto me des anchura (Sal 4)
que me lleves con alas como de águila,
que me rodees cuidando de mí,
que me guardes como un pastor a su rebaño (5).

Con Moisés, recorreré un inmenso desierto,
con hambre
del alimento que perdura hasta la vida eterna, (Jn 6, 27)
y con sed del agua viva que sólo Tú puedes dar (Jn 4,15)
y que es tu Espíritu (Jn 7,37-39)

Con Moisés, atisbaré la tierra de la promesa (Dt 34,1-4).
Con Josué, entraré atravesando el Jordán sin miedo (Jos 3,14-4,18).
Y allí haré memoria agradecida de una historia
poblada de héroes y heroínas que supieron amarte con todo el corazón;
historia de profetas convertidos en Voz y Fuego de Dios (1 Re 17-18),
reyes justos conforme a tu corazón (1 Sm 16; 2 Sm 6),
mujeres sagaces, en cuya debilidad triunfó tu fuerza (6),
sabios que descubrieron tu Rostro Amigo de la Vida… (Sab 11,26)

Me adentraré después, no sin riesgo, en la Galilea de los gentiles (Is 8,23b-9,1ss),
“gentuza” para los “verdaderos hijos de Abrahán” (cf. Jn 8,39-41).
Y descubriré que, sobre ese pueblo que yace en tinieblas,
has hecho brillar una gran Luz:
Una doncella está encinta y dará a luz un hijo, (Is 7,14)
que será Dios con nosotros,
Luz para alumbrar a las naciones (Lc 2,32)
y Sol de Justicia que nace de lo alto (Lc 1,78).

Miraré a la humilde María y a José, pobre de Yahveh,
en camino hacia la aldea más pequeña de Judá (cf. Mi 5,1):
a la patria de Noemí, Booz, Obed, Jesé y David.
Y contemplaré allí el nacimiento del Gran Rey, despojado, anonadado,
hecho uno de tanto, Siervo nuestro por Amor (Filp 2, 6-11).

Recorreré sus pisadas por los caminos de Galilea,y contemplaré cómo pasó haciendo el bien (Hch 10,38)
dando la Buena Noticia a los pobres (Lc 4,18-19),
a los ciegos, la vista,
y a los oprimidos, la libertad,
como Único Maestro y dador de Vida abundante (Jn 10,10; Mt 23,8).

Me contagiaré de sus preferencias,de su mirada compasiva,
de sus palabras y de sus gestos de misericordia,
y aprenderé con Él el camino del amor.

Le seguiré de cerca a rincones apartadosen donde aprendía de Ti, Padre Bueno, tus sentires y tus proyectos,
el sencillo y deseable arte de ser feliz construyendo el Reino desde el Amor.


Y finalmente, subiré a Jerusalén, a la Sión amada (Lc 9,51),
corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de su Dios” (Is 62,3)

Allí expulsaré a los vendedores de tu Templo (Mc 11,15-19),
y haré de su casa una casa de oración y de encuentro en la que quepan todos.
Oraré con tu Hijo Jesús, mi Señor, en el pavor de su entrega, (Mc 14,32-42)
le seguiré de cerca hasta el Calvario (Lc 23,49)
y, en la mañana de Pascua,
correré con mis perfumes en las manos para robarle a la muerte,
por breves instantes, la posesión del Viviente (Lc 24,1-8).

Después de esto, al tercer día, en la Jerusalén morada de su Gloria,
me veré sorprendida por la noticia
de que no está entre los muertos el que Vive.
Su Espíritu nos habita
y ahora somos nosotros
la tierra sagrada
donde Él quiere morar.

La Jerusalén del cielo somos nosotros,
los que llevamos en nuestro cuerpo las marcas de Jesús, (Gál 6, 17)
y estamos habitados por el Amor de la Trinidad (Jn 14,23).

Volvamos de esta contemplación de Tierra Santa
convertidos en tierra sagrada,

de la que el Señor se prenda y toma posesión hoy,
en la que el Señor se forma y nace hoy,
para ser de nuevo, en nuestra carne,
Dios-con-nosotros para toda la Humanidad.

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(1) Sal 32,12: “Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se escogió por heredad”.
Sal 46,5: “Él nos escogió por heredad suya, gloria de Jacob, su amado”.
Dt 33,29: “¡Dichoso tú, Israel! ¿Quién como tú, pueblo salvado por el Señor? Él es tu escudo protector, tu espada victoriosa”.[2] Éx 34,6; Ef 1,4[3] Hebreos 11,8: "Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba".[4] Ez 20,15: “… tierra que mana leche y miel, la más hermosa de todas las tierras”; Éx 3,8; Dt 8,7-20. “Cuando me miras, yo me siento hermosa” (Gabriela Mistral) ; “Yéndolos mirando, con sola su figura, vestidos los dejó de su hermosura” (Cántico Espiritual, San Juan de la Cruz”)[5] Dt 32,10-12; Is 40,11: “Como un pastor que apaciente el rebaño, su brazo los reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres”; 49,10: “no pasarán hambre ni sed, no les dará el bochorno ni el sol, porque los conduce el compasivo y los guía a manantiales de agua”.[6] Sara, Rebeca, Raquel, Débora, Yael, Ana, Ester, Judit, Rut…

viernes, 19 de octubre de 2007

Mt 5-7: Un retrato de Jesús

Leemos juntos la Biblia
Diálogos de María y Micaela


Rinnnnnn, rinnnnnnnnnnn.....................

-¡Dígame! ¡Al habla Micaela!
-¡Micaela, hija, finalmente te encuentro! Me tenías preocupada. Paco me ha dicho que te nota muy rara últimamente. Que te metes en la habitación y no hay quien te saque, y que andas silenciosa y meditabunda todo el día, como con la mirada perdida. También me ha dicho que de vez en cuando te ve sonreír sola, y que ya ni te apetece sentarte con él a ver la tele. Que te levantas sigilosamente y allí le dejas plantado viendo El diario de Patricia para encerrarte en tu cuarto a hacer Dios sabe qué.
¿Se puede saber qué te pasa? ¿No quieres contármelo? Porque para que tú andes silenciosa, ¡algo muy grave debe de ser!
-Pues no veo por qué tanta preocupación. Sólo porque estoy haciendo un retiro espiritual...
- ¿Un retiro espiritual de seis días? ¡Eso es una tanda de ejercicios en toda regla! ¿No crees que te estás pasando, Micaela?
-Pues no sé de qué te quejas. ¡La culpa es tuya por haberme dicho que leyera a San Mateo!
-¿Y qué tiene que ver San Mateo con tu extraño comportamiento?
-Pues que es imposible leer los sermones de Jesús y no querer encerrarse en algún sitio, en silencio, a saborearlos despacio.-¡Vaya! ¡Pues sí que te ha dado fuerte, Micaela!
-Pero bueno, ¿tú querías que leyera la Biblia o no?
-Sí, pero no por eso tienes que abandonar al pobre Paco que, entre la prejubilación y que no te ve el pelo, tiene una depre que no hay quien le aguante...
-Esto es sólo temporal, pasajero, momentáneo. ¿Entiendes? Ya se me pasará cuando termine de meditar el sermón del monte...

-Pero Micaela, ¿no quedamos en que leeríamos cuatro capítulos por día?
-María, ¡qué superficial! ¡Parece mentira que seas una religiosa hecha y derecha! ¿Cómo voy a leer lo de los pájaros del cielo y los lirios del campo y pasar a otra cosa como si nada? Ese día me fui al Parque del Retiro a contemplar los peces del estanque y los patos del Palacio de Cristal para ambientarme...
-Peces y patos... ¡ya!; ¿y Paco, qué?
-Se quedó viendo el fútbol. ¡Yo que culpa tengo de que tenga gustos tan prosaicos! Le he invitado a leer conmigo la Biblia y dice que ni hablar, que no quiere que "le coma el tarro" con cuentos chinos. "¡Hebreos, Paco! ¡Son cuentos hebreos!", le digo yo. Pero le da igual chinos que hebreos. No me quiere ni oír hablar de ello.
-Y, además, Micalea, no son cuentos, ni chinos ni hebreos...
-Bueno, algunos sí...
-Ya, pero mayormente es una historia, no un cuento.
-¿Y qué tienes tú contra los cuentos?
-Que los cuentos no son verdad.
-Depende. Hay veces en que los cuentos pueden hablar de una verdad más profunda que la historia "histórica" objetivamente documentada.
-¡Puf! ¡Cómo andas, Micaela! ¡Desde que has comenzado a leer en serio la Escritura, no hay quien te aguante!

-Dejémoslo, María. Pero escucha, ¿no me digas que mi emoción no está justificada?
Por ejemplo, ¿qué me dices del Padre nuestro? ¿No te emociona saber que Jesús rezaba lo mismito que nosotros, tal cual!
-Bueno, más bien nosotros rezamos lo mismito que Él, tal cual...
-¡Qué más da! ¡Lo importante es saber que esas palabras las tenía Él en los labios todos los días! ¿Alcanzamos a entender su significado profundo?
¿Y el amor a los enemigos...? ¡Hija! ¿No me digas que no se necesita tiempo para digerir semejante "requisito"? Además, he leído en el evangelio una cosa que dice todo lo contrario de lo que yo aprendí cuando era niña, en el catecismo.
-¿Estás segura de que dice lo contrario? ¡Ya me extraña!
-Pues que no te extrañe, rica. "¿Quién es Dios? -aprendíamos en el catecismo-, Dios es nuestro Padre, que está en el cielo, Creador y Señor de todas las cosas, que premia a los buenos y castiga a los malos". ¿Era así o no era así?
-Así era, Micaela.
-Pues Mateo dice que hay que amar a nuestros enemigos para ser hijos de nuestro Padre; que hemos de ser así porque Él es así, porque Él hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos. ¿No es hermoso, María, que la perfección consista en ser pura misericordia para con todos, incluida la vecina del quinto, que nunca te saluda y encima deja la basura en tu puerta para que se la saques...?
-Realmente lo es...
Mira, Micaela, me alegra muchísimo que te esté entusiasmando el evangelio de este modo pero es que... a este paso vas a terminar divorciándote de Paco y, además, vas a necesitar una década para leer la Biblia entera.
-Ya te he dicho que esto es sólo momentáneo, hasta que se me pase "el shock" de las Bienaventuranzas. ¡Porque esa es otra! ¿Qué le dirías a alguien que te dice que es rico precisamente porque es pobre? Que está loco de remate, ¿no? Pues eso es lo que dice Jesús: que los pobres son dichosos porque son los más ricos de los hombres: ¡DIOS ES SUYO! ¡Qué felicidad tan paradójica la de Jesús!, ¿verdad?

-Ya veo que el evangelio te está afectando...
-Pues para eso está el evangelio, para AFECTAR. Por ahí he leído de una santa contemporánea que el "Evangelio no está hecho para ser leído sino para ser recibido en nosotros".
-Bien. ¡Hoy tienes toda la razón! Realmente, el evangelio te inspira...
Pero dime, ¿qué es lo que más te ha gustado del sermón del monte, ya que estamos en ello?
-¡Vaya! Así "de sopetón" no sé con qué quedarme. Mira, me quedo con lo de ser sal de la tierra, porque en general los cristianos somos más bien el vivo retrato de una dieta para hipertensos: ¡sin pizca de sal!Y lo de los pájaros y los lirios me gusta un montón. ¡Con lo agobiados que andamos siempre por acumular y acumular, y tener y tener más! ¡Señor, qué libertad da saber que Tú te cuidas de nosotros!

En realidad, María, estaba pensando una cosa: que el sermón del monte es el vivo retrato de Jesús:

- El Pobre, feliz porque Dios es suyo,
- El Manso, el Justo, el Misericordioso, el Pacífico...
- La Sal de la tierra y la Luz del mundo,
- El Amén de Dios a todas sus promesas de la Ley y los Profetas,
- El Compasivo con los pecadores,
- La Paz y Reconciliación nuestra,
- El Limpio de corazón que ve siempre el Rostro del Padre,
- El que perdona y no ofrece resistencia al malvado, como Cordero llevado al matadero,
- El que ama a los enemigos y ora por ellos, atravesado por sus clavos,
- El que vive bajo la mirada del Padre, sin importarle los juicios ajenos, ni las apariencias, ni "dar la talla" ante el bien o mal decir de los otros,
- El que tiene su tesoro en el cielo, porque su tesoro es Dios mismo,
- El que contempla los pájaros y los lirios, y confía en que su Padre Dios lo sostiene en la vida,
- El que busca primero, sólo y siempre, el Reino de Dios y su justicia,
- El que acoge incondicionalmente a todos, sin juicio,
- El que ora confiada e ininterrumpidamente al Padre,
- El que sigue el camino estrecho de la entrega y la abnegación,
- El que da frutos incontables, desmesurados de bondad, caridad, alegría y vida para todos,
- El que tiene su vida apoyada, edificada en su Roca firme que es el Padre, desde el que vive, ama, se entrega y es absolutamente dichoso.
Sencillamente, quiero parecerme a Él.

-¡Para qué te habré preguntado! ¡Me alegra ver que lo tuyo no es nada grave! (¿o sí...?). Te dejo, Micaela, que se me pegan las lentejas.
-Y yo te dejo, María, que voy a seguir leyendo.

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Nota de interés: Podéis encontrar un artículo sobre la estructura y comentario al Sermón del Monte en discipulasdm.es, sección: artículos de biblia y espiritualidad, tomado de El Evangelio según San Mateo, vol. I, Salamanca 1993, de Ulrich Luz.

Yo camino

Un viaje a Las Edades del Hombre



El fin de semana de la fiesta del Pilar nos fuimos juntas a Ponferrada (León). ¿Objetivo? Ver Las Edades del Hombre. ¿Que quiénes fuimos? Tres cuartas partes de mi comunidad y Esperanza, una hermana de la comunidad Divino Maestro de Madrid.
En mi comunidad de Toledo somos cuatro: Otra Esperanza, Paula, Concepción y yo. Concepción tuvo que quedarse por razones de trabajo. Habrá que inventarse otra excursión en primavera para que podamos salir a festejar el más de un año que llevamos viviendo juntas.
Porque, a decir verdad, no fue la ya tradicional exposición de arte religioso la que nos movió a hacer mil doscientos kilómetros en dos días y medio, sino las ganas de estar juntas fuera del trajín diario, entregadas a lo ocioso, lo inútil, lo lúdico, lo no programado, lo distinto. Días de re-creación.
Días radiantes, espléndidos, de cielo azul y sol caliente. En el inicio del otoño se agradece. Viajes amenizados por ecos de evangelio, cantos, salmos y “avemarías”. Estancia en casas familiares con sabor a hogar y a hospitalidad (Gracias, Pepa, por las super-camas en las que una podía estar a sus anchas). Paisajes hermosos (¡pero qué bonita es España!) y arte hasta cansar los ojos.


Ponferrada:
¿Merece la pena un viaje tan largo para ver Las edades del hombre? En mi humilde opinión, no. La exposición es escasa y poco atractiva, en esta ocasión. Su motivo es el camino de Santiago visto desde el relato de Emaús (cf. Lc 24). Por eso lleva por título “Yo camino”.
* Imágenes impactantes para mí:

1.- Caída de Cristo, camino del Calvario, un anónimo napolitano del s. XVII. La mirada de Cristo al espectador del cuadro tiene una expresión indescriptible y me introdujo, en un instante, en la Homilía antigua sobre el grande y santo sábado que leemos en el Oficio de Lectura del Sábado Santo. Como si esos ojos dijeran:
Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al Abismo; por ti me he hecho hombre, «semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos»; por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado. Contempla los salivazos de mi cara que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada. Contempla los azotes en mis espaldas que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados que habían sido cargados sobre tu espalda. Contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero; por ti los he aceptado, que maliciosamente extendiste una mano al árbol…”.
Me quedé un buen rato con ese “por ti” y con el "por mí" de Pablo cuando dice: "vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí".

2.- Piedad del s.XVI. Bajorrelieve en madera policromada, de la Iglesia de San Francisco en Villafranca del Bierzo (León). Belleza y dramatismo en el Cristo hundido en el regazo de su Madre. Juan sosteniendo a María entre sus brazos, y María Magdalena, como siempre, en su sitio, a los pies de Jesús, agarrándolo como la esposa del Cantar.

3.- Escultura de San Francisco de Asís en madera policromada (s. XVIII), de la catedral de Ciudad Rodrigo (Salamanca). Confieso que recibí una buena reprimenda de un vigilante por intentar hacerle una foto al rostro de Francisco, que me dejó prendada. Es de una dulzura, inocencia y misticismo admirablemente logrados.
Fotos. Muchas fotos. El castillo de Ponferrada no fue nunca tan bien mirado. ¡Me encantan los castillos!

Astorga:


Gaudí parece un niño grande que se aprovechó de su condición de arquitecto famoso para plasmar sus sueños de la infancia en sus obras, para jugar, mientras diseñaba. ¡Su palacio arzobispal parece salido de Neverland! ¡De ensueño!

León:

La que no me canso de mirar es la catedral de León, elevada, espiritual, vestida de color, incomparablemente hermosa en su simplicidad. Como si sus arcos tirasen de ti hacia arriba, hacia el cielo.

Agradecimiento por la fraternidad, las risas, las peripecias, la familia, la belleza y un rapidísimo viaje de regreso, sin sobresaltos.

lunes, 15 de octubre de 2007

Mi vocación, de la mano de Santa Teresa

(Al lector: Tómate un tiempito. Soy de fácil palabra y no he podido resumirlo más)

Una parroquiana me entra "a saco"...


-¡Qué “monja” más jovencita!
-Fui jovencita en otro tiempo, como todo el mundo. Ahora peino canas.
-¡Anda ya! ¡Con lo joven que eres! ¡Si andarás por los treinta!
-Treinta y tantos…, sí, señora. Pero mire, ya llevo veinte años en el convento.
-¡Veinte años! Pues habrás entrado siendo una cría.
-Realmente, sí, era casi una cría, aunque ya tenía mis añitos: 17, para más información.

Exclamaciones, perplejidad, expresión sorprendida, boca abierta y pregunta consiguiente:
-¿Y a los 17 años ya sabías lo que querías?
-A los 17, y a los 15, y a los 8…
-¡Imposible! ¿Cómo lo ibas a saber a los 8? ¡Serían cosas de niña!
-Sí, pero casi treinta años después estoy aquí: donde quería y donde lo pensé cuando era una niña. Bueno, más bien, donde Él me atrajo insistentemente con lazos de amor a lo largo de toda mi vida.
- ¿Y cómo fue la cosa? Porque, hija, ¡ya me gustaría a mí que me hablara Dios tan claramente!

Me ruborizo. ¿Hablarme Dios a mí…? Me siento aturdida y no quiero dar la impresión de ser una “visionaria” o una “mimada de Dios” (si bien esto último, aunque me pese por mi indignidad, lo sobrellevo por su misericordia). Sin embargo, en verdad no sé cómo explicar lo que me pasó a los ocho años, y a los quince, si no es diciendo que Él me susurró su amor al oído y yo no pude resistir a su Voz. O que su silbo me atrajo, desde el desierto por donde andaba extraviada, a su redil, para siempre.

No sé explicarlo de otro modo, sino tomando palabras e imágenes prestadas a enamorados y enamoradas de Dios.
Santa Teresa, mi santa amiga, habla en sus Moradas de que el Señor “no deja de llamar con una voz muy dulce” a quienes ama (2 M 1,2). Y en las Cuartas Moradas habla del silbo del Pastor:
Él, “como buen pastor, con un silbo tan suave que aun casi ellos mismos no lo entienden, hace que conozcan su voz y que no anden perdidos, sino que se tornen a su morada; y tiene tanta fuerza este silbo del pastor, que desamparan las cosas exteriores en que estaban enajenados, y se meten en el castillo” (4M 3,2). Ese silbo llega a ser “una señal tan cierta que no se puede dudar, y un silbo tan penetrante para que le entienda el alma, que no se puede dejar de oír” (6M 2,3).

El castillo es la propia interioridad, claro. Y su silbo es…
-¿Qué es, niña? ¿No me digas que de verdad has oído la voz de Dios con estos oídos que tenemos tú y yo, porque me parece que “no me lo puedo de creer”?
-Mire, la verdad es que no sé cómo explicarlo. No es sólo una intuición o una corazonada… Es la certeza de una Presencia que te envuelve y te habla al corazón con palabras más reales que las que salen de la garganta. No se oyen con estos oídos, sino con los oídos del alma.
-¡Niña mía, qué bonito! ¡Con los oídos del alma! Muy poético, pero no entiendo nada.
-No me extraña. Entiendo que las cosas que ni se ven, ni se oyen, ni se tocan son difíciles de entender. La misma Santa Teresa se hacía un jaleo para explicarlo. Juzgue usted si no es difícil de entender lo que explica ella:
“Ahora vengamos a lo interior de lo que el alma siente. ¡Dígalo quien lo sabe, que no se puede entender, cuánto más decir!(…) La voluntad debe de estar bien ocupada en amar, mas no entiende cómo ama. El entendimiento, si entiende, no se entiende cómo entiende; al menos no puede comprender nada de lo que entiende. A mí no me parece que entiende porque –como digo- no se entiende. Yo no acabo de entender esto” (Vida 18,14).
¿Estará de acuerdo conmigo, señora, en que si no lo entiende ella, quién lo va a entender?

-Tienes razón. A Santa Teresa no hay quien la entienda, pero intenta explicarte, que me consta que labia no te falta.

-Pues verá, la primera vez que oí “el silbo del pastor” tenía ocho años. Mi abuelo materno estaba a punto de morir, desahuciado por la enfermedad, y yo me puse a orar. Simplemente. A orar con toda la fuerza de mi fe infantil. Y le hice una proposición a Dios. ¿Qué podía yo ofrecerle a cambio de la vida de mi abuelo? Era una niña. No tenía nada valioso. Pero, sí, de mí brotó, como un impulso espontáneo que no provenía de mí sino de un lugar interior desconocido hasta entonces, el deseo de perdonar de corazón todas las ofensas recibidas en mi tierna edad, todas las heridas… (que aseguro no eran pocas para una vida aún tan breve), y el deseo de entregarle toda mi persona, purificada por el perdón: “De lo pasado no hay memoria, Señor... Haz que él viva y yo seré enteramente para ti. Me haré monja.”
Aquella oferta (“me haré monja”) la hice con temor y temblor porque ¿quién era yo para ofrecerme al Dios del cielo, Inmenso y Fascinante? Pero la hice con insólita alegría, porque sentí que era Él quien reclamaba de mí esa posesión. Yo lo deseaba, y era su atracción la que me pegó a Él, como a un imán, desde niña.
-¿Y qué pasó con tu abuelo? ¿No me digas que se curó?
-Ahora tiene noventa y dos años y una salud envidiable. Con decirle que está pensando en ir a la boda de mi sobrina Cecilia que ahora tiene… diez añitos.
-¡Válgame la Macarena! ¡Qué cosas hace Dios!

-Todo hay que decir que, de por medio, no estuvo sólo mi oración. Supongo que muchas otras plegarias impertinentes habrán sacudido los oídos de nuestro Padre Dios y le habrán forzado a dejar por aquí abajo a mi abuelo un tiempito más. También medió cierto episodio de un poco de agua de Lourdes con la que el moribundo agonizante se mojó los labios con apego inquebrantable a la vida y una fe más viva que nunca. La fe cura. Ya lo dice el Evangelio.
-Pero, dime, ¿cómo fue aquel episodio de tu encuentro con Dios? ¿Hubo una luz especial, algún signo, oíste algo? En serio, niña, ¡dime qué pasó!
-¿Por casualidad el periodismo no es su vocación frustrada, señora? ¡Qué curiosidad más exhaustiva! Ya le digo que no resulta fácil explicarlo.

Mire, si Zefirelli hubiera rodado aquel episodio con una cámara, hubiera captado a una niña dando vueltas y más vueltas en el patio de una casa vieja. Hubiera captado que aquella niña tenía los ojos abiertos, pero la mirada vertida hacia dentro, lavada en lágrimas. Y se habría percatado de que ella no dejaba de susurrar algo con denodado empeño. Nada más. Algo irrelevante. Sin voces, luces o truenos espectaculares como en las grandes teofanías bíblicas...
Pero eso no es lo real. Esa es la cáscara de lo real. Lo que sucedió en realidad es que la nube de una Presencia densa envolvía a aquella niña y la penetraba profundamente. Lo real es que ella sabía que estaba ante el Dador de la vida. Lo real fue que ella se comprometió con Él para siempre, y Él con ella, porque El así lo quiso.
El caso es que, después de aquello, pasaron los años y me alejé de Dios. Lo hice conscientemente, con rebeldía y con resistencia. Él seguía atrayéndome a sí “con cuerdas de amor”. Pero, cuanto más Él me llamaba, más me alejaba de Él (Os 11,2.4). El caso es que seguía deseando lo que un día prometí, aquella entrega que era una cosa de dos, una promesa de dos, una alianza de dos. Pero me sentía absolutamente indigna y quería que Dios me dejara en paz.
Fueron años de lucha hasta la extenuación, en los que “no era la que había de ser" (…). Años en los que "deseaba vivir –que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte –y no había quien me diese vida, y no la podía yo tomar; y Quien me la podía dar, tenía razón de no socorrerme, pues tantas veces me había tornado a Sí, y yo, dejádole” (Vida 8,12).

No se me ocurre otro modo mejor de describir aquella batalla ni mis sentimientos que estas palabras de Santa Teresa, o las de Jeremías: “Reconoce y ve cuán malo y amargo te resulta dejar al Señor, tu Dios” (2,19). Porque yo estaba hecha para Él. Y lo deseaba, pero me alejaba de "mi manantial de aguas vivas para beber de cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua” (Jr 2,13).
-Niña mía, ¡qué bonito y qué dramático! Sigue contando: ¿cómo fue que te bajaste del burro de tu cabezonería?
-Fue en el verano de mis quince años. No recuerdo el día. Debía haberlo grabado a fuego en mi memoria como el primer día realmente feliz de mi vida. Estando yo en mi habitación en plena lucha con EL QUE TANTO ME ESPERÓ (Vida, Prólogo 2), caí vencida y le juré amor eterno y le supliqué su ayuda para vivir la vida a la que me arrastraba: “¡Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras…! (1) Sí. Sí. Aquí me tienes. Tuya soy, para Ti nací. ¿Qué mandas hacer de mí?”. Eso fue, en sustancia, lo que le dije, ante la seducción consumada del que tanto me esperó, incluso “muchos días y años” (2M 3).

Dios es así. De ideas fijas. Sin mudanza. Y cuando alguien tiene la certeza de ser tocado por su elección, más le vale responder, porque no hay felicidad para él o ella fuera de ese destino soñado por Dios. Cuando Dios llama, no hay ningún sitio donde te puedas esconder, ningún lugar adonde puedas huir, ninguna tarea o proyecto tras el que te puedas refugiar, ninguna excusa para hacerle desistir de su elección obstinada. Que lo digan, si no, Jonás, Moisés, Gedeón, Jeremías y la colección de elegidos inapropiados y escurridizos que quisieron zafarse de la llamada y la misión de nuestro Señor. Y es que, a los que pretenden “librarse”, “su Majestad anda mirando y remirando por dónde los puede tornar a Sí” (Vida 2,9). ¡Palabra!

-¿Y después del , qué? ¿Cómo se lo tomaron tus padres?
-A ellos se lo dije inmediatamente. No tenía sentido esperar. Todo estaba decidido ya. Mi madre lloró cuando vio que iba en serio. Mi padre se resignó y se consoló a sí mismo con un razonamiento práctico fuera de toda discusión: “Mejor monja que con un sinvergüenza” (Bueno, "sinvergüenza" no dijo; dijo algo mucho más rotundo que no conviene al decoro de este blog... En fin, ¡padres...!)
-Bueno, tal y como está la vida, tu padre tenía toda la razón...
-No se lo discuto, aunque no me parece el argumento más adecuado para decidir seguir a Jesús... La vida y todo cuanto ofrece me parece hermoso...
-¿Ah, no? ¡Vaya, me dejas perpleja! ¿Y cómo te las arreglas para prescindir de algo que te parece tan bueno, niña?

-¡PORQUE ESTOY ENAMORADA! Porque Otro llena mi universo por entero. Porque quiero ser fiel a mi primer v más grande Amor, y eso me basta. ¡Y no siga preguntando porque nos pueden dar las uvas! A lo que íbamos:

El consentimiento de mis quince años obró el milagro de una transformación indescriptible, portentosa en mi vida, porque para Dios nada hay imposible (Lc 1,37). Me encontré a mí misma, mi lugar en su maravilloso universo, el sentido de mi vida, la tarea de mi futuro, el Amor verdadero y el despliegue de mi ser de un modo irreprimible.

Sin miedo a la infelicidad, porque Dios es mi Amor que me ama más de lo que yo me puedo amar ni entiendo (Exclamaciones, 17).
Sin miedo a la inconstancia, porque Él es la Roca firme que sostiene mi perseverancia y mi fidelidad.
Sin miedo al futuro, porque Él y su Reino son mi futuro.
Sin miedo a la soledad, porque Él abre mis puertas y ventanas y llena mi corazón de nombres…
Sin miedo a lo que sobrevenga, porque Él me da una vida hermosa en todo tiempo: en las luces y en las sombras. Él es mi vida hermosa.
Sin miedo al dolor y a la muerte, porque la Luz de la Pascua ilumina todos los rincones oscuros de la historia.

Tras todo esto y una vez decidido mi destino, una hermana pía discípula aventurera y llena de celo por Jesús y su Evangelio acertó a pasar por mi pueblo, sin casualidad, por pura Providencia divina. Nos conocimos, fui a Madrid, hubo feeling entre las hermanas y yo e ingresé dos años después. Por mí hubiera entrado ya mismo, pero la obediencia comenzó a funcionar entonces y hube de terminar COU y selectividad. La verdad es que no sé cómo, porque con mi cuerpo estaba en mi pueblo, pero con mi mente y corazón estaba ya en mi nueva vida.

Y ahora, cada año que pasa, cada década, me confirmo más en la certeza de que ésta es la vida hecha para mí y de que yo estoy hecha para esta vida. Éste es mi sitio en el corazón del mundo, de la Iglesia y de la Familia Paulina. Dios me conduce como un “águila caudalosa, cogida bajo sus alas” (Vida 20, 3). Siento que mi vida es hermosa. Me siento misionera en medio de los hombres desde el carisma de discípula del único Maestro, tomada de la mano por un montón de hermanas con las que comparto tarea y vida.
El Evangelio es el tesoro por el que vendo todos los días campos deseables. Para mi libertad, mi Adonai me da alas con las que sobrevuelo mundos inexplorados portando una leve voz de la Única Palabra que salva.
La llamada no es para mí. Es para que otros sepan que el mundo está traspasado por el Absoluto, penetrado por Dios, el divino Amador (2), y que nuestra identidad y sentido más profundos es que somos hijos infinitamente amados por Dios.

Termino con una frase de Santa Teresa que llevo grabada a fuego y que, además, como todo lo que ella dice, es la pura verdad. Abra bien los oídos, señora mía, que también va para usted:
“Él no se cansa de dar, ni se pueden agotar sus misericordias.
No nos cansemos nosotros de recibir” (Vida 19, 15).




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(1) San Agustín, Confesiones 1,10, cap. 29
(2) Exclamación 16,2.3; 2 Moradas 1,4

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P.S.: Alguien, tras leer esto, me ha dicho: "¿Y tu abuelo, qué? Si no lo ven mis ojitos, no sé si me voy a creer que esté como una rosa".
¡Ay, tomasa, tomasa! Aquí te dejo una imagen, que vale más que mil palabras. Imagínate un esqueleto con piel macilenta pegada a él, los ojos salidos de las órbitas, sin voz (tan sólo alaridos), con tan sólo una llamita de vida vacilante... Pues esos huesos secos, tal cual los describe Ezequiel 37, se transformaron, por obra y gracia de la fe, en este abuelito tan felizmente rubicundo. ¡Y que la Virgen nos lo conserve muchos años! Al menos, hasta la boda de Cecilia...