lunes, 1 de diciembre de 2008

¡Estad atentos! ¡Estad despiertos! ¡Velad!

Primera semana de Adviento
(Diálogos de María y Micaela)

Si hay algo por lo que el ciudadano medio "normal" y "moderno" no pierde el sueño en absoluto es por la cuestión "escatológica".
-¿Escato qué?
-He dicho "escatológica". Escatología es el tratado o la disciplina teológica sobre las realidades últimas: el fin del mundo, la parusía, la muerte como final de la propia existencia... Cosas como ésas.
-¡Espera, espera, espera! ¡Qué jerga más "eclesiástica" estás usando hoy, niña! ¿Parusía? ¿Qué significa "parusía"?
-Bueno, sí, tienes razón, Micaela. Reconozco que alguna palabrilla de las que estoy usando es, más que "eclesiástica", teológica. Pero, ante todo, es una palabra cristiana. "Parusía" es un término griego que aparece varias veces en las cartas paulinas (1 Cor 15,23; 1 Tes 2,19; 3,13; 2 Tes 2,1.8) y en Mateo 24,27.37 y 39 para hablar de la segunda y definitiva venida del Señor Jesús. Precisamente "parusía" significa "venida".

Me resulta siempre tremendamente llamativo cómo los primeros cristianos manifestaban públicamente sus ganas de que Jesús volviera, hasta el punto de que, en sus asambleas litúrgicas, expresaban ese deseo en forma de súplica, elevada a Dios como un grito: "¡Marana tha! ¡Ven, Señor Jesús!"
No me mires así, Micaela. Sí, querían que Jesús viniera de nuevo, porque Él lo había anunciado y ellos creían que esa venida sería inminente. Reconozco que a mí nunca me ha asaltado el deseo de que el Señor venga pronto, durante mi generación, por ejemplo, o de que desaparezca el mundo presente y Dios lleve a plenitud todas las cosas en Él... De momento, no me afecta esa "fiebre escatológica" que contagió a muchos cristianos en Tesalónica y les llevó a estar mano sobre mano, esperando que viniera el Señor, "embobados mirando al cielo" y "muy ocupados en no hacer nada".
Reconozco que amo muchísimo este mundo caduco e inconsistente. Amo la vida que tengo y no me invade aún el sentir del místico Pablo cuando dice: "Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir... Deseo partir para estar con Cristo" (Filp 1,21.23). No, yo no deseo partir (aunque, para mí, la vida también es Cristo y no la entiendo ni la quiero sin Él). No deseo partir porque la vida tendrá, además, todos sus momentos, y el momento actual es el de la esperanza, el de sembrar, el de construir, el de abrazar, el de acompañar, el de hablar...
-Vaya, me alegro de que no seas como tantos eclesiásticos que no hacen más que echar pestes contra este mundo tan malvado que nos rodea y siguen ansiando la fuga mundi de antaño...
-Sí, Micaela. Hay un teólogo que dijo: "la esperanza cristiana es una esperanza que ama la tierra". Me gusta esta forma de pensar.
-Oye, ¿y dices que los primeros cristianos rezaban a menudo: "¡Ven, Señor Jesús!" ¿Y para qué tenían tanta prisa? ¡Si hay que estar más tiempo "allí" que "aquí"!
-Los primeros cristianos participaban del modo de pensar y del sentir religioso judío de su época, que era muy apocalíptico. Y aunque muchos no hacían más que indagar sobre el cómo y el cuándo, Jesús y Pablo no soltaron prenda y sólo contestaron que ese día final sería inesperado, "como un ladrón que llega en la noche".
Desde luego, yo no sé si Jesús vendrá pronto y si es voluntad del Padre que llegue ya el momento de la consumación de la historia. Lo que sí sé es que el Señor está viniendo siempre y que los únicos sentimientos que me invaden son la gratitud, el amor y el deseo de estar siempre con Él.
- ¿Ah, sí? ¡Pues ya me contarás cómo vas a estar siempre con Él si no vas "a la casa del Padre", como se suele decir...! Ahhhhhhhhhh, ¡ya! ¡claro! Seguro que me dices que puedes estar con Él en la Eucaristía y los demás sacramentos, en la Palabra de Dios, en el prójimo... ¡Qué romántico que suena todo eso! Pero, permíteme una pregunta molesta: ¿cómo sabes que eso es verdad? ¿Cómo sabes que Jesús está ahí?

-Porque tengo fe, Micaela. Creo que el Señor Resucitado está en todo y en todos, sosteniéndonos en la vida por medio de su Espíritu, "con esa energía que tiene" en todo cuanto hace (cf. Filp 3,21). Creo que nos habla, que se comunica con nosotros y que, si estamos atentos y silenciosos, podemos llegar a oír su voz.
El evangelio de este domingo es una sirena de alarma que haría saltar a un sordo: ¡Atención! ¡Estad despiertos! ¡Velad! ¡Vendrá de repente, inesperadamente!
No quiero pensar que Dios "viene" por sorpresa a nuestra vida cuando uno se convierte en un número más de una lista de la DGT, o cuando va al médico y oye la palabra "terminal". Dios viene las veinticuatro horas del día, los 365 días del año, "en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su Reino".
-¡Ya te has subido otra vez a la parra, guapa!
-Es un prefacio de Adviento, Micaela.
-Anda, déjame pensar si me creo o no me creo eso de que "Dios viene siempre". Por cierto, ¿de qué me suena a mí esa frase?

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ÉL VIENE, VIENE, VIENE SIEMPRE

¿No oíste sus pasos silenciosos?
El viene, viene, viene siempre.
En cada instante y en cada edad,
todos los días y todas las noches,
él viene, viene, viene siempre.

He cantado muchas canciones y de mil maneras;
pero siempre decían sus notas:
"El viene, viene, viene siempre".
En los días fragantes del soleado abril,
por la vereda del bosque,
él viene, viene, viene siempre.
En la oscura angustia lluviosa de las noches de julio,
sobre el carro atronador de las nubes,
él viene, viene, viene siempre.
De pena en pena mía, son sus pasos
los que oprimen mi corazón,
y el dorado roce de sus pies
es lo que hace brillar mi alegría.

(Rabindranath Tagore)

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