lunes, 6 de julio de 2009

Ateísmo

El domingo tenía ganas de no hacer absolutamente nada y de abandonarme perezosamente al sillón del salón. Hacía semanas que no tenía la oportunidad de un corte de despreocupación o de dejarme llevar por un "ataque de pereza", y aproveché el momento.

En TV1 ponían una película norteamericana: "El amor llega suavemente". Se trata de un western, un drama romántico televisivo, dirigido por Michael Landon (el hijo del conocido Michael Landon, protagonista de Bonanza, La casa de la pradera y Autopista hacia el cielo), sin un gran reparto, pero interesante para mí por su mensaje religioso claro y simple: Dios no está en nuestra vida permitiendo el mal, sino ayudándonos y sosteniéndonos cuando el mal llega.
La trama: Estando de ruta hacia su nuevo hogar en las grandes llanuras del oeste, una joven se queda repentinamente viuda en medio del largo viaje en carreta. Con una dura temporada invernal acechando, y sin recursos para regresar, la joven acepta el trato que le ofrece un granjero también viudo: casarse con él para ocuparse de su hija, a cambio de cobijo y de un pasaje de vuelta a casa con la caravana de primavera.
La realidad de este tipo de felicidad truncada nada más nacer me resulta conocida, dolorosamente cercana: la protagonista se vio en la misma situación de mi cuñada Ana cuando mi hermano murió, a los pocos meses de contraer matrimonio y cuando esperaban a su primer hijo.

La película me gustó (a pesar de ser un poco dulzona y totalmente previsible) porque confiesa, sin pudor, la fe sencilla en un Dios trascendente personal, hecho que rarísima vez aparece en el cine español, tan dado a exhibir una crítica mordaz y feroz a la Iglesia y al cristianismo, especialmente si es católico. El granjero viudo resultó ser un hombre creyente, que diariamente cantaba sus salmos a Dios. En una ocasión, la joven le pregunta: "¿Cómo puedes creer en un Dios que permite que sucedan cosas tan horribles e injustas?".

Mucha gente niega la existencia de Dios porque, ante la desdicha, Dios calla y no hace nada. La única explicación de esa inactividad de Dios ante la barbarie y la crueldad de muchas injusticias y desastres naturales es que Dios no existe. Es el sentir de la protagonista de la película de esta tarde, y es la duda permanente que salpica con violencia la trama de la novela "Silencio", del japonés Shusaku Endo. Un claretiano, Ángel Aparicio, hablando de algunos salmos de súplica y confianza, hizo mención de esta novela, atravesada toda ella, del principio al fin, por el silencio de Dios. Al final de la clase, le pedí el libro y él, amablemente, me lo prestó. Trata de la persecución y el martirio al que fueron sometidos los mártires japoneses del siglo XVI-XVII, y la historia de un misionero portugués, Rodrigo, en ese contexto de persecución. Ante las torturas de sus amigos cristianos, la pregunta de Rodrigo es siempre la misma: "Señor, ¿por qué estás en silencio? ¿Por qué estás siempre en silencio?".

Hace poco tiempo, mi madre me dijo: -"No quiero dudar de Dios, pero no entiendo por qué hace las cosas tan mal hechas, por qué hace que vivan los malvados y no hace nada para salvar a los buenos...".- Por supuesto, los "malvados" y los "buenos" tenían rostro y nombre, en la conversación de mi madre, y ella tenía toda la razón en sentir perplejidad e, incluso, escándalo. Su reflexión se parecía a la de Job y a la de muchas personas a lo largo de los siglos: "¿Por qué Dios no hace nada ante el sufrimiento del inocente? ¿Por qué calla ante las injusticias?"

Hace ya muchos años, cuando murió mi hermano, al llegar a mi pueblo ante su cuerpo sin vida, yo no hacía más que repetirme interiormente una oración: "Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano". Era el reproche lleno de dolor de Marta y María a Jesús, cuando murió Lázaro. Pero luego me di cuenta de que era injusto ponerme a reprender a Dios y a Jesús por no haber hecho el milagro de cuidar y salvar a mi hermano. Mi hermano había sido una víctima más de las injusticias estructurales, de la ambición y la codicia que lleva a los hombres a hacer las cosas "mal hechas", provocando que otros paguen sus errores con su propia vida. ¿Qué culpa tenía Dios de todo eso? ¿Debía mandar fuego acabase con los causantes de la muerte de mi hermano?

El 1 de enero de 2005, con ocasión del terrible tsunami que causó cientos de milles de víctimas inocentes en el Sudeste asiático, Leonardo Boff escribió algo que me da luz a las preguntas: "¿Por qué callas? ¿Por qué duermes? ¿Por qué te quedas lejos?" No me da respuestas. Simplemente me da luz. Es un artículo que tituló: "¿Y Dios en todo esto?"
Os dejo con él.

YYYYYYYYYYYYYYYYYY

Ante la convulsión elemental de la naturaleza en el sudeste asiático con millones de víctimas, especialmente de inocentes, no son pocos los que, angustiados, se preguntan: ¿Y Dios en todo esto...? ¿No es Dios bueno y omnipotente como anuncian las religiones? Si es omnipotente, todo lo puede. Si todo lo puede, ¿por qué no evitó el maremoto? Si no lo evitó es señal de que o no es omnipotente o no es bueno. Como dijo un poeta-cantor: si era para deshacerlo, ¿por qué hacerlo?

Desde que el ser humano descubrió la presencia de Dios en el universo y en su vida, esta contradicción representa una llaga abierta. Los teólogos cristianos inventaron la teodicea, es decir, la argumentación que procura eximir a Dios de las desgracias del mundo y explicar el sufrimiento. Y fracasaron rotundamente, porque explicar el sufrimiento no acaba con él, así como leer recetas culinarias no quita el hambre. Por eso entendemos la contundencia de Job, el eterno protestante, contra todos sus «amigos» (y ahí me incluyo a mí mismo como teólogo y a todas las religiones) que querían explicarle el sentido del dolor:«Vosotros no sois más que charlatanes y médicos de mentira. Si al menos callaseis, la gente os tomaría por sabios». Y seguimos sin callarnos...

Ante esta situación desgarradora podemos alimentar, pienso yo, tres actitudes: de rebeldía, de resignación o de esperanza contra todo absurdo.

La revuelta se expresa por la negación. Muchos dicen: Dios no existe y si existiera sería inaceptable, pues tendríamos más preguntas que hacerle nosotros a Él que Él a nosotros. Me negaré eternamente a aceptar una creación de Dios en la cual los niños tengan que sufrir inocentemente. Este cuestionamiento es comprensible y lógico, pero no elimina el mal, pues el mal continúa. Críticos como somos, preguntamos: ¿la razón lo es todo? Dios puede ser aquello que no podemos entender.

Si la rebeldía no da respuesta, ¿tal vez la resignación? Ésta, de manera realista, constata: la realidad está hecha de bien y mal. Es ilusorio buscar la superación del mal, pues bien y mal van siempre juntos como la luz y la sombra. Sabiduría es buscar el equilibrio y aprender a vivir sin una esperanza final. Freud y los sabios del Primer Testamento aconsejan: «acepta el principio de realidad, modera el principio del deseo; acoge lo que te suceda, muestra grandeza en el dolor». Esta actitud es noble, modifica a la persona, pero no cambia la realidad brutal.

La tercera actitud es la de esperar a pesar de todo. Parte claramente del reconocimiento de que el mal es un misterio indescifrable. Está ahí no para ser comprendido sino para ser combatido. Por eso no será una teoría la que le dé sentido, sino una práctica. De ella nace la esperanza de que en todo debe haber un sentido secreto que va más allá del escándalo de la razón. Se manifiesta, por ejemplo, en el milagro de una criatura de tres meses que se salva sobre un colchón que flota sobre las aguas agitadas o en la solidaridad del mundo entero para con las víctimas. La solidaridad no elimina el dolor, pero crea la hermandad de los sufrientes, que impide la soledad y la desesperanza. Los cristianos y los budistas dicen: Dios no es indiferente al sufrimiento; Él sufre con el que sufre. En el exilio de la encarnación, gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» La pasión de Dios en la pasión del mundo nos lleva a creer que la esperanza tiene más futuro que la brutalidad de los hechos. Él prometió que «no habrá más llanto, ni luto, ni muerte porque todo eso habrá pasado». Mientras tanto, el misterio continúa siendo misterio, ¡y cómo duele!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Lidia, he encontrado tu blog buscando el calendario de verano de Buenafuente del Sistal.

Nunca he entendido a quienes acusan a Dios de permitir el mal en el mundo sin hacer nada. Dios nos deja totalmente libres, tanto a los buenos como a los malos. El único límite a su poder es esa libertad que nos regala. Si Jesús hubiera razonado igual hubiera cedido a las tentaciones del diablo ("que Dios y sus ángeles vengan a salvarte"), nunca hubiera muerto en la cruz, nunca hubiéramos conocido toda la dimensión del amor de Dios, verdad?

Enhorabuena por tu blog, muy completo y útil!

Isabel

Conchi pddm dijo...

Gracias por tus palabras, Isabel. Me alegra que la publicación del calendario de Buenafuente te haya resultado de utilidad. Hacía tiempo que quería colgarlo y no encontraba el momento.

Sólo una cosa: soy Conchi, la autora del blog. Lidia me asesora, desde que nos conocemos, en el diseño, y alguna vez ha publicado algún post.

Un saludo y, si vas a Buenafuente, que lo disfrutes.

Esperanza dijo...

Me alegro por tu día de "PEREZOSIDAD", asi nos has deleitado con una hermosa página.
Esos recurdos, que a veces llenan nuestros momentos de RECREO en la mesa y otros encuentros.
Esperanza