miércoles, 20 de febrero de 2013

Mientras oraba... su rostro cambió

Lectura orante de Lucas 9,28b-36

Canto: Ven, Espíritu de Dios (Ain Karem) 
(La música se puede encontrar en la entrada del 7.2.2013)

Invocación al Espíritu

Espíritu Santo, Maestro interior,
que nos inspiras los caminos a seguir,
imprime en nuestro corazón la Palabra de Jesús;
haz que sea una lámpara para mi pie,
luz en mis senderos,
fuerza en el vivir cotidiano.

Dame a entender la dicha
de quien hace de tu Palabra su delicia,
de quien la gusta como miel en la boca,
de quien encuentra en ella su alimento,
de quien la escucha y la guarda,
como María, en su corazón.

Espíritu Creador,
tus manos me hacen y me forman
como modela un alfarero sus vasijas de barro.
Modélame, cada mañana, 
según el Evangelio de Dios,
recréame, en la noche, a la luz de su deseo,
y viviré como su hijo amado, 
buscando su voluntad.

Espíritu de fortaleza,
hazme subir, tras los pasos de Jesús,
al encuentro cotidiano con el Padre,
donde escucharé la buena noticia
de que la luz de su ternura me alcanza siempre.

Y ayúdame a bajar, como Pedro, 
Santiago y Juan,
a los caminos de la historia,
con el rostro radiante y la luz en las manos,
para anunciar por todas partes, y actuar,
la buena noticia de tu Reino.
…………………………………………………………….

Lucas 9,28b-36


28 Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. 29 Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, y sus vestidos brillaban de resplandor, 30 y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; 31 los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén.
32 Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
33 Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías», sin saber lo que decía.
34 Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor.
35 Y vino una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle.»
36 Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
………………………………………………………………………

CUANDO LEAS

El segundo domingo de Cuaresma, la liturgia de la Palabra nos propone todos los años, en los tres ciclos, el relato de la transfiguración de Jesús. La semana pasada, la Palabra nos llevaba al desierto con Jesús, y nos confrontaba con las tentaciones, el pecado y la desarmonía que convive con la bondad en todo corazón humano. El símbolo por excelencia de la Cuaresma es el desierto en el que Israel y Jesús caminan hacia su tierra prometida. Por eso puede parecer extraño que hoy la Palabra nos arrastre hacia otro escenario completamente diferente, positivo y luminoso: el monte Tabor. ¿Qué pretende hacer esta Palabra en nosotros? ¿Por qué camino quiere conducirnos?

- Si nos fijamos, el evangelio comienza con una referencia temporal: “unos ocho días después”. ¿Ocho días después de qué? De la confesión de Pedro en Cesarea: “Tú eres el Mesías de Dios”, y ocho días después del primer anuncio de la pasión.
Después de este anuncio, Jesús toma con él a Pedro, Santiago y Juan y se los lleva a un  monte alto. El monte alto, como el desierto, es un lugar de encuentro privilegiado con Dios (cf. Moisés en el Sinaí, Éx 19,20; 24,12ss; 34,1ss; Elías en el Horeb, 1 Re 19,8ss). 
El relato de la transfiguración hace alusión, sobre todo, a la de Moisés en la montaña. Lucas se vale de imágenes y relatos del A.T. para contar a Jesús, y éste es uno de esos relatos, el del encuentro de Moisés y Dios en la hendidura de la roca: 
“Cuando Moisés bajó del monte Sinaí, llevaba las dos tablas de la alianza en la mano; no sabía que tenía el rostro radiante de haber hablado con el Señor. Pero Aarón y todos los israelitas vieron a Moisés con la cara radiante, y no se atrevieron a acercarse a él. Cuando Moisés los llamó, se acercaron Aarón y los jefes de la comunidad, y Moisés les habló. Después se acercaron todos los israelitas y Moisés les comunicó las órdenes que el Señor le había dado en el monte Sinaí. Y cuando terminó de hablar con ellos, se echó un velo por la cara. Cuando Moisés acudía al Señor para hablar con él, se quitaba el velo hasta la salida. Cuando salía, comunicaba a los israelitas lo que le había mandado. Los israelitas veían la cara radiante, y Moisés se volvía a echar el velo por la cara, hasta que volvía a hablar con Dios” (Éx 34,29-35).
También Elías tuvo un encuentro con Dios en lo alto del monte Horeb (=Sinaí), y se refugió en la gruta de la roca (1 Re 19). Por eso son Moisés y Elías los testigos de que la gloria de Dios resplandece en el rostro de Jesús. 

- En el monte Tabor, los discípulos son espectadores de la transfiguración de Jesús. La imagen que sobresale en esta experiencia es la luz: su rostro cambió y sus vestidos se volvieron resplandecientes... 
Lo que los discípulos ven en Jesús transfigurado es un anticipo de la Resurrección: el rostro de Cristo brilla como brillarán un día los justos en el Reino de su Padre (13,43); sus vestidos se vuelven blancos como la luz, como blanco es el vestido del ángel en la mañana de Pascua (28,3).
La transfiguración de Jesús, como su bautismo, es, además, una epifanía de su identidad, es una revelación del verdadero ser de Jesús: Él es la Luz del mundo (Jn 9,5) y el Hijo amado del Padre (Mt 17,5; 3,17). Jesús es Luz sin tiniebla alguna (1 Jn 1,5).

- La aparición de Moisés y Elías en la escena sugieren que la Ley y los Profetas, es decir, toda la Escritura, dan testimonio de Jesús como Hijo de Dios (v. 30).

- El v. 34 describe una teofanía semejante a la de la experiencia del Éxodo: allí, Dios iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos en su camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos (Éx 13,21-22; 14,19 ss; 19,9ss...). A la sombra de la nube, la voz del Padre nos revelará quién es Jesús y qué tenemos que hacer nosotros respecto a Jesús: “Éste es mi Hijo amado; escuchadle”.
Esa última parte del v. 35: “escuchadle”, junto a la presencia de Moisés, sugieren que Jesús es el profeta definitivo anunciado por Dt 18,15: “El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta, como yo, de entre tus hermanos. A él le escucharéis”.

- Cuando la visión maravillosa ha desaparecido, Jesús está solo otra vez, despojado de su esplendor, hecho uno de tantos.
Toca bajar del monte. Pedro quería quedarse arriba, arropado a la sombra de la nube, extasiado en la visión. Quería hacer tres tiendas para los tres personajes celestiales. ¿Qué pretendía con ello? Quizá retener la Presencia divina allí, en aquel monte, como moraba la Shekiná en el templo o en la ciudad santa (Cf. Ez 37,17; Zac 2,14; Ap. 21,3). O quizá librar a Jesús del sufrimiento que le esperaba en Jerusalén… El caso es que quería hacer tres tiendas “aquí”. Quería quedarse en lo alto, retener al Mesías lleno de esplendor, anclarse allí, en la gloria. Jesús podría haberle dicho, nuevamente: “Pedro, tú piensas como los hombres, no como Dios”.

- Al final del episodio, se dice que ellos no dijeron nada a nadie de lo que habían visto. Lo que los discípulos han visto ha sido un anticipo de la Pascua que sólo se podrá entender y anunciar desde la experiencia pascual.

CUANDO MEDITES

- Contempla a los discípulos subiendo al monte con Jesús y luego dejando aquella experiencia extraordinaria para bajar a la dureza de  lo cotidiano: el cansancio del camino hacia Jerusalén, los enfermos que piden sanación, las multitudes que no dejan tiempo ni para comer... Escucha que Dios te dice a ti, como a ellos: sube al monte..., desciende a lo cotidiano desde la experiencia de luz...
- ¿A qué montañas has de subir para que tu noche sea luz y te sientas transfigurado por la presencia de Dios? ¿Buscas de modo especial en esta cuaresma un lugar donde resuene para ti la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo amado”? ¿Escuchas más intensamente la palabra de Jesús?
- “El relato de la transfiguración nos invita a evocar momentos de gracia en los que hemos vivido una experiencia de luz y nuestra vida apareció como transfigurada: el amor se convirtió en certidumbre, la fraternidad se hizo palpable y toda la realidad nos habló un lenguaje nuevo de esperanza y de sentido. Son fogonazos momentáneos que nos revelan el sentido del camino de fe emprendido. Evocarlos y reconocerlos como una fuerza recibida para seguir caminando nos ayuda a continuar la búsqueda paciente de Dios y de su Reino en medio de la oscuridad y la incertidumbre.
Existe mucha gente para quien la realidad está muda, gélida y muerta, y el cristiano está llamado a hacer posible que esas realidades puedan revelar y transfigurar la huella del Dios que las habita” (Dolores Aleixandre, rscj).

CUANDO ORES

- Dale gracias a Dios por esta Palabra llena de luz y de vida, que te pone en camino hacia lo mejor de ti mismo: tu condición de hijo amado de Dios.
- Pídele que tu oración te lleve a “bajar”, transfigurado, allí donde alguien tiene hambre y sed de pan y de Evangelio.
..................................................................

Oración para pedir la Luz

Señor, te doy gracias por haberte fijado en mí,
débil, incapaz y limitado en todo,
para que sea tu discípulo.

Como Pedro, soy duro de mente y de corazón
para entender y aceptar tus planes.
Como Santiago y Juan, soy “hijo del trueno”
y siento la tentación de sembrar tu Evangelio
más a base de fuerza que de misericordia y amor.

Y, a pesar de todo, me subes contigo
a la montaña de la fe y del seguimiento,
a la montaña de tu cercanía y tu conocimiento,
a la montaña de la oración y del encuentro contigo,
para que vea la belleza infinita de tu Rostro
y aprenda de ti la verdadera vida.

Allí quedo envuelto en una Luz
capaz de disipar mis tinieblas;
allí se fortalece la fe
y siento ánimo para continuar el camino.

No es fácil ser cristiano, hoy en día, Señor.
No es fácil bajar de la montaña
en que te contemplo como Hijo amado del Padre
y escucho tu voz que disipa mi miedo,
a las calles, al trabajo, al mercado, al mundo
tan ajeno a ti, tan indiferente.

No es fácil proclamarte y seguir creyendo
que no eres una fábula inventada por los hombres
cuando todo el mundo nos pregunta:
“¿Dónde está vuestro Dios?”

Ilumíname por dentro, Señor. Transfigúrame.
Ayúdame a bajar a la vida llevando conmigo
tu Luz, que ilumine cada paso que doy.

Tú eres mi Luz y salvación. No he de tener miedo (sal 27,1).
En Ti está el manantial de la Vida, y tu Luz nos hace ver
las pequeñas luces de vida y de gracia
ocultas en el vivir cotidiano (sal 39,9).

Que tu Luz y tu Verdad me guíen siempre y me conduzcan
más arriba, cerca de ti,
más abajo, donde alguien necesite mis manos.

¡Dichoso aquel que te alaba con gozo!
Caminará siempre bajo la luz de tu mirada,
a la sombra de tu ternura,
y la luz de tu Rostro alumbrará
todos los pasos de su vida (sal 89,15).
.............................................................................

Transfiguración
  
Debajo de la piel,  
muy dentro, 
en lo profundo, 
arde un fuego  
poderoso. 
La fuerza  
de un Dios late, discreta, 
en el pozo de los anhelos 
y los sueños. 
  
A veces asoma, y es 
palabra humilde, 
caricia, 
gesto de amor, 
mirada humana, 
alegre bullicio, 
silencio reconciliado. 
Brillan más los ojos, 
un fulgor distinto colorea el rostro, 
se entonan 
melodías vivaces, 
ese canturreo crece, 
                contagia a muchos, 
y por un instante de comunión 
nace un clamor de júbilo. 
  
Se está bien aquí. 
Menos uno, y más nosotros. 
Luego se impone la vida  
con sus rutinas. 
Pero sabemos que 
debajo de la piel, 
muy dentro,  
en lo profundo, 
late Dios.  

(José Mª Rodríguez Olaizola, sj)
...................................................................

ENTRAR

Quiero “entrar”. Entrar en Dios, entrar de nuevo en la densa nube de su Presencia envolvente, penetrante. Entrar en el Ser de la realidad, en el Ser que da consistencia a mi pequeño ser. Pero, ¿no es una contradicción decir que quiero entrar en Aquel en el que estoy siempre? ¿No estoy dentro de Él porque Él está dentro de mí y me habita? ¿No somos, nos movemos y existimos en Él? ¿Cómo puedo estar fuera de Él si Él lo llena todo? “¿Adónde iré lejos de tu aliento? ¿Adónde escaparé de tu mirada?”, ora el salmista…
Y, sin embargo, puedo estar fuera de Él… Lo estoy cada vez que estoy fuera de mí. 
“Entrad, entrad en lo interior”, dice Santa Teresa. 
“Entremos más adentro en la espesura”, dice San Juan. 
Entrame en la nube de tu Presencia densa y envolvente, y  transfigúrame. Cambia mi tiniebla en luz y haz que te entre en lo cotidiano con el rostro radiante y tu luz en las manos, dispuestas siempre para el servicio.

........................


No hay comentarios: