viernes, 15 de marzo de 2013

Muy bien, muy bien...

En una aldea de pescadores, una muchacha soltera tuvo un hijo y, tras ser vapuleada, al fin reveló quién era el padre de la criatura: el maestro zen, que se hallaba meditando todo el día en el templo situado a las afueras de la aldea.

Los padres de la muchacha y un numeroso grupo de vecinos se dirigieron al templo, interrumpieron bruscamente la meditación del maestro, censuraron su hipocresía y le dijeron que, puesto que él era el padre de la criatura, tenía que hacer frente a su mantenimiento y educación. El maestro respondió únicamente: “Muy bien, muy bien…”

Cuando se marcharon, recogió del suelo al niño y llegó a un acuerdo económico con una mujer de la aldea para que se ocupara de la criatura, la vistiera y la alimentara.
La reputación del maestro quedó por los suelos. Ya no se acercaba nadie a recibir instrucción.
Al cabo de un año de producirse esta situación, la muchacha que había tenido el niño ya no pudo aguantar más y acabó confesando que había mentido. El padre de la criatura era un  joven que vivía en la casa de al lado.
Los padres de la muchacha y todos los habitantes de la aldea quedaron avergonzados. Entonces acudieron al maestro, a pedirle perdón y a solicitar que les devolviera el niño. Así lo hizo el maestro. Y todo lo que dijo fue: “Muy bien, muy bien…”


¡El hombre despierto!
¿Perder la reputación…? No difiere demasiado de perder aquel contrato que uno estaba a punto de firmar en sueños.

(Anthony de Mello, El canto del pájaro)
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Si, muy bien. ¡Cuanto ejemplos, cuántas lecciones recibimos!
Es emocinante, y alentador.
Gracias Conchi.
Esperanza