"Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad" (5,34). Palabras de Jesús a la hemorroísa.
"No tengas miedo; solamente ten fe" (5,36). Palabras de Jesús a Jairo.
"Talita Kum... levántate" (5,41). Palabras de Jesús a la niña dormida.
Señor, he visto muchas postraciones... Postraciones por enfermedad y postraciones por miedo, por cobardía, por claudicación de fuerzas, por falta de energía para vivir, por tristeza, por depresión. "Me tira la cama y eso me asusta", me decía alguien conocida no hace mucho. En ocasiones, nos pueden y nos postran las fuerzas del mal.
Pero contigo no pueden.
Tú pasas por la vida haciéndoles frente, poniendo en pie a quienes viven en tinieblas y en sombra de muerte (Lc 1,79) y animándolos a tener tu misma fe.
"No tengáis miedo; solamente, tened fe".
La fe obra aparentes imposibles. Jairo y su mujer lo descubrieron aquel día. Tuvieron fe en ti. Otros se burlaban con escepticismo. Posiblemente jamás sucederá un milagro en sus vidas. Como cuando nosotros repetimos: "esto es imposible", "esto no tiene solución", "esto no hay quien lo cambie"... No sucederá nada en nuestras vidas mientras cerremos todos los espacios a la acción de tu gracia con nuestra desconfianza y nuestro miedo, con nuestro pesimismo y nuestro dramatismo.
Y la mujer que padecía hemorragias ya lo intuía antes de encontrarse contigo, tenía la profunda convicción de que el que irradiaba Vida, con sólo muy poco, la curaría del todo.
"Hija, tu fe te ha salvado..."
¡Qué consuelo habrá encontrado esta mujer en tus palabras! Marginada socialmente, apartada por "impura", enferma, durante doce años habrá escuchado pocas palabras de reconocimiento y de cariño. Tú la llamas "hija". ¡Es una hija de Dios! Como todos nosotros.
¡Gracias, Jesús!
Danos fe. Danos esa fe capaz de devolvernos la vida.
"Y no podía hacer allí ningún milagro... Y se maravilló de su falta de fe" (Mc 6,5.6)
¡Qué contraste entre aquella mujer y aquel hombre de Cafarnaún y tus paisanos de Nazaret!
¿No seremos nosotros como ellos, en ocasiones?
Reconocen tu sabiduría y tus milagros, pero se escandalizan de ti porque... eres sólo un hombre como ellos, su vecino, un simple carpintero de Nazaret bien conocido por todos ellos... ¿Escepticismo? ¿Envidias inconfesadas? Cerrazón al Misterio de tu persona maravillosa e inmensa. No te reconocieron ni como Maestro ni como sanador. Como tantos sabiondos "intelectuales" de nuestro tiempo... Como tanta gente moderna que sólo da crédito a lo que entra en su estrecha y diminuta razón. Que incluso haya quien se pregunte por tu existencia histórica es un gran absurdo pero es una manera de protegerse y parapetarse frente al que cambió la historia del mundo en un antes y un después...
Y nosotros, los creyentes, ¿cómo creemos?
Una fe que "no hace nada" en nosotros y a nuestro alrededor es igual que ninguna fe. "¡Y se maravilló de su falta de fe!"
Por eso tenemos nuevamente a los discípulos en el lago, en la barca, en medio de la noche, muertos de miedo: "¡Ánimo, soy yo. No temáis!" (6,50).
Y es que ellos "no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada" (6,52).
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