viernes, 18 de febrero de 2011

Un exceso de amor

En torno a Mateo 5,38-48

- Meditando

¿Cómo vive Jesús la ley de su pueblo, la ley de Moisés?

Hoy, el Evangelio nos pone delante la actitud de Jesús frente a dos mandamientos: la ley del talión y el mandamiento del amor al prójimo.
Los dos mandamientos son superados y plenificados por el exceso: un exceso de bondad, de generosidad, de desprendimiento del yo.

El "no hacer frente al que te agravia", o "no resistir al mal" necesita una buena dosis de negación de los propios impulsos agresivos para la autodefensa, e incluso de la negación del instinto de conservación. Pero nosotros no somos seres meramente reactivos, condicionados por nuestros instintos y nuestros impulsos automáticos ante provocaciones o estímulos externos. Somos personas libres y tocadas por la gracia, de modo que podemos superar las inercias reactivas de siempre con la fuerza decisiva de la gracia que nos hace obrar desde la compasión, o desde el perdón.

El "a quien te pide, dale", y "a quien te pida prestado, no se lo reclames", "al que te pida que lo acompañes una milla, vete con él dos..." reclama de nosotros estar muy llenos por dentro para poder ofrecer con derroche, sin medida, y multiplicar con generosidad lo que ofrecemos. En general, somos celosos de nuestro tiempo (por no decir que "no tenemos tiempo") y de nuestras cosas... hasta el punto de que preferimos que se nos estropeen por falta de uso antes de repartirlas a quien las necesita, o prestarlas a quien se puede servir de ellas.


El amar a los enemigos y orar por quienes nos calumnian supone el soporte interior de una espiritualidad bien trabajada, una psicología madura, una humanidad dilatada..., y, de nuevo, la gracia vertida en nosotros.


¿Se necesita ser una persona extraordinaria para vivir "la nueva ley del exceso de amor" de Jesús?
Se necesita sólo ser lo que somos: ser hijas e hijos de Dios Padre-Madre, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Se necesita sólo vivir conforme a nuestra naturaleza de hijos de un Dios que es cariñoso con todas sus criaturas. Ser cariñosos con todos es una tarea nada sencilla. Incluso diría que el cariño, la ternura, el cuidado, no es algo que solemos prodigar todos los días con "los nuestros", los de casa, con aquellos a los que se supone que amamos. Por no hablar del cuidado y el cariño hacia nosotros mismos.


Nuestros ritmos de vida, a menudo, son un obstáculo para la ternura, sobre todo hacia los más débiles y necesitados. La prisa, la hiperactividad, la "productividad" (que no fecundidad), hace que no podamos acompasar nuestros pasos al ritmo del último.


Sin embargo, el secreto de la transformación de una persona, un pueblo o una sociedad es el exceso de amor, posibilitado por la gracia.
Así era y así actuó Jesús.
Así actuaron los santos.
La perfección de Dios no consiste en una cualidad imposible e inasequible para nosotros, sino en su misma misericordia derramada en nosotros para que nosotros podamos vivir, desde ella, todas nuestras relaciones.

- Orando

Señor Jesús, siempre digo que el sermón del monte es la descripción perfecta de cómo tú eres:

el que no hace frente al agravio,
el que no devuelve el insulto,
el que da mucho más de lo que se le pide,
el que ama a sus enemigos,
el que ora por ellos,
el que bendice a quienes le maldicen y calumnian,
Aquel que ama.
Una de las cosas más hermosas que un discípulo dijo de ti es que eres "Aquel que nos ama".
¡Que esas palabras puedan también, algún día, decirse de mí: "la que nos ama"!
¡Que vaya viviendo cada día con más verdad mi identidad de "compasiva hija de Dios"!


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Tú conoces mi corazón rácano, Jesús.
Tú sabes cómo funciona mi memoria,
y la cuenta que lleva de los fallos que le hacen...
Límpiame de todo recuerdo de aquello que me hicieron.


Regálame, Señor, una memoria sana.
Ayúdame a olvidar y no permitas
que mi rencor me deje llevar cuenta de nada.

Líbrame Tú de la vanidad exigente
que me hace regañarme y no aceptarme.


Susúrrame que los fallos son oportunidades para crecer.
Me exijo, y exijo demasiado a los demás.
Dame, Señor, un corazón tolerante para mí y para los otros.
Enséñame a perdonar a tu manera: sin fin.


Jesús, pongo ante Ti los nombres
de todos aquellos que me hicieron algún daño.
Quiero perdonarlos contigo,
y quedarme con el corazón limpio de memorias dolientes.


Dame amnesia, Señor, que olvide todo,
vacía mi mente de todos los rencores,
que no me quede ni un detalle de dolor,
que acepte todo lo que me dolió como parte de mi historia,
como semilla de lo que hoy soy,
de lo que Tú y la vida habéis hecho conmigo.


Me perdono contigo por mis fallos, mis desaciertos,
mis prisas, mis malos humores, mi falta de risa.
Siento, Señor, que eres perdón y que me envuelves.

(Oración de Mari Patxi Ayerra)

3 comentarios:

Carmen dijo...

Perdonar a quien te hace daño es ante todo liberarte, ser feliz. Odiar es cargar continuamente con el agresor. Perdonarle es dejarle a un lado y seguir caminando libre.

Yentl dijo...

¡Uff! ¡Qué difícil! Sobre todo para los que tenemos un carácter fuerte pero se intenta.

Conchi dijo...

Eowyn, exactamente eso mismo leí ayer en una entrevista a Irene Villa. Perdonar es, por ello, también, un acto de amor a uno mismo. Una actitud sabia.

¡Ni que lo digas, Yentl! ¡Difícil, difícil! Pero algo hace también la gracia, que para eso está.
Un beso y buen día a las dos.
:)