jueves, 17 de enero de 2013

Jesús, el novio en el banquete de bodas del Reino

Lectura orante de Juan 2,1-11

Invocación al Espíritu

Acércate a nuestro límite, Tú que eres ilimitado.
Acoge nuestros deseos, Tú que lo puedes todo.
Levántanos con tu mano, cuando estamos en el fondo del abismo.
Cúranos con tu aceite, cuando estamos enfermos.
Límpianos con tu agua, cuando nos vemos manchados.
Fortalécenos con tu fuego, cuando somos cobardes.
Enséñanos tu sabiduría, cuando vivimos engañados.
Alégranos con tu risa, cuando somos incapaces de sonreír.
Agrándanos con tu amor, cuando somos mezquinos.
Acompáñanos con tu Presencia, cuando nos sintamos solos.
Aliméntanos con tu Vida, cuando sintamos hambre y sed de vida.
Ven, Espíritu Santo, haznos vivir por dentro la vida de Dios.

Canto: Ven, Espíritu de Dios
(Ain Karem) lam CI



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Juan 2,1-11

1 Al tercer día, se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. 
2 Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos.
3 Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: "No tienen vino." 4 Jesús le responde: "¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora."
5 Dice su madre a los sirvientes: "Haced lo que él os diga."
6 Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una.
7 Les dice Jesús: "Llenad las tinajas de agua." Y las llenaron hasta arriba.
8  "Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala." Ellos lo llevaron.
9 Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio 10 y le dice: "Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora."
11 Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus signos. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos.

CUANDO LEAS

El relato de las bodas de Caná tiene dos partes principales, separadas por la descripción de las tinajas de piedra, en el v. 6:
A) 2,1-5
2,1-2: Introducción: tiempo, lugar y circunstancias
2,3-5: Falta el vino. Intervención de la madre de Jesús, nombrada tres veces
2,6: Las tinajas vacías
B) 2,7-11
2,7-10: El vino nuevo. Intervención del maestresala, nombrado tres veces
2,11: Interpretación del hecho 
v.1:
1. El episodio de las bodas de Caná se abre con una indicación temporal: “al tercer día” o “el día tercero”. ¿“Al tercer día” a partir de qué momento? A partir de que Jesús tomara la decisión de ir a Galilea (Jn 1,43). Si nos fijamos, tras el prólogo, la narración sobre Juan el Bautista y sobre los primeros discípulos de Jesús está encuadrada en un marco temporal: 1,29 (“al día siguiente”); 1,35 y 1,43. Tras esto, viene la escena de las bodas de Caná, introducida por la expresión griega “al tercer día”. Esta expresión indica un intervalo de tiempo de dos días, como vemos claramente en el caso de la muerte y resurrección de Jesús. Jesús muere el viernes y resucita el domingo. 
Nos encontramos, por tanto, en el día sexto, contando desde Jn 1,19. ¿Qué importancia tiene esta consideración? El día sexto, en la tradición israelita, es el día de la creación del hombre y de la mujer “a imagen y semejanza de Dios” (1,26-31). Si además tenemos en cuenta que las referencias implícitas a la creación han sido recurrentes en el primer capítulo de Juan (“En el principio” Jn 1,1 = Gn 1,1; El Espíritu sobre Jesús, Jn 1,32; el Espíritu sobre las aguas, Gn 1,2; la alusión a la luz, Gn 1,2-3; la Palabra creadora, Jn 1,3, Gn 1,3.6.9.11.14...) resulta que el evangelista nos está diciendo que vamos a asistir a una nueva creación de la humanidad, en el relato de estas bodas.
2. La boda sucede en un marco espacial: Caná de Galilea, un pueblecito a unos 15 km al norte de Nazaret. Jesús, que se encuentra en Betania, “al otro lado del Jordán”, decide ir a Galilea. Como los sinópticos, Juan sitúa también en Galilea el comienzo de la vida pública de Jesús. Recordemos que Galilea era una región con mala fama entre los judíos: por una parte, era el lugar clásico de los rebeldes contra el régimen imperante en Jerusalén y, por otra, era “la Galilea de los gentiles” (Is 9,1 ss; Mt 4,15), llamada así por la intensa mezcla de la población primitiva con elementos paganos, tras la conquista de Tiglatpileser III, rey de Asiria, en el s. VIII a.C.
3. Allí, en aquellas bodas, estaba “la madre de Jesús”. Notemos que Juan no llama a María por su nombre sino por referencia a su Hijo. Así sucede las otras dos veces que Juan menciona a María, en 6,42 y 19,25-27.
Son los sinópticos los que nos han transmitido el nombre de María, en Mc 6,3, en los evangelios de la infancia de Mateo y Lucas y en el libro de los Hch 1,14. 
¿Es raro que se llame así a María? Hasta hoy, en el Medio Oriente, es común designar a las mujeres con el nombre de sus hijos, refiriéndose al hijo mayor o al más importante, pues en el mundo semítico la gloria más grande de una mujer es su maternidad.
Sin embargo, a María también se la llama simplemente “mujer” (2,4 y 19,26), apelativo que no resulta normal tratándose de un hijo y una madre.  Recordemos que Jesús se dirige así a otras mujeres del evangelio, como la samaritana (4,21) y la Magdalena (20,15). ¿Qué puede querer decirnos Juan con esto? Indudablemente, la figura de María trasciende, en su evangelio, la figura histórica de la madre del Señor para convertirse en figura simbólica de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, nueva Jerusalén, esposa de las bodas de la nueva alianza. María comparte este simbolismo con otras mujeres del evangelio.
María, denominada mujer al principio y al final del evangelio (cf. 19,25-27), forma una INCLUSIÓN y quiere significar que lo que se va a contar entre estos dos pasajes es la nueva alianza de Dios con la humanidad. Esa nueva alianza son unas bodas entre Cristo esposo y cada uno de los personajes positivos que van apareciendo en el evangelio y que representan a la comunidad esposa.
4. Es significativo que el evangelio comience con un banquete de bodas. El evangelio de Marcos empieza igual: una comida en casa de Leví en la que Jesús declara que él es “el novio” en un banquete de bodas en el que sería absurdo que los comensales ayunaran (cf. Mc 2,19-20). Sigue, con ello, la tradición profética, según la cual, el Reino se compara con un banquete en el que no falta nada, y en donde la alegría desbordante y la esperanza por la salvación regalada son los rasgos distintivos:
6 Dará el Señor, Dios de los ejércitos,
a todos los pueblos, en este monte,
un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos de solera,
manjares enjundiosos,
vinos generosos.
7 Y arrancará, en este monte,
el velo que cubre a todos los pueblos,
el paño que tapa a todas las naciones.
8 Aniquilará la muerte para siempre.
El Señor, Dios de los ejércitos, enjugará las lágrimas
de todos los rostros
y el oprobio de su pueblo lo alejará
de todo el país –lo ha dicho el Señor.
9 Aquel día se dirá:
“Aquí está nuestro Dios,
de quien esperábamos que nos salvara;
celebremos y gocemos con su salvación” (Is 25,6-9)

La boda era, además, el símbolo de la alianza en la que Dios aparecía como el esposo del pueblo (Os 2,16-25; Is 1,2; 49,14-26; Jr 2,2; Ez 16) y figura de los tiempos mesiánicos: “Como se casa un joven con doncella, se casará contigo tu Hacedor, y con gozo de esposo por su novia, se gozará por ti tu Dios” (Is 63,2); “Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y derecho, en amor y compasión, te desposaré en fidelidad, y tú conocerás a Yahveh” (Os 2,21-22).

Juan Bautista nos presenta a Jesús como el novio, el que viene a llevarse a la novia (3,29). Pero es que Jesús esposo está ya presente en las bodas de Caná. Fijémonos en que el maestresala piensa equivocadamente que es el novio el que ha traído el vino mejor y lo felicita (2,9-10). El maestresala se ha equivocado pero, sin saberlo, ha dicho la verdad: es el verdadero novio, Jesús, el que ha procurado el vino de aquella boda.
La comparación del Reino con un banquete de bodas forma parte de la tradición sinóptica más antigua y se remonta a Jesús mismo (cf. Mt 22,1-14; Mt 25,1-13). 

5. Observemos, finalmente, que María “estaba allí”. Se dice de ella lo mismo que de las tinajas: “estaban allí”. Es decir, María pertenece a la antigua alianza. Jesús no. Jesús está fuera de aquellas bodas porque él es la nueva alianza. Sin embargo, María va a hacer de puente entre lo antiguo y lo nuevo. En este sentido, va a ser un poco como Juan Bautista: representa lo más válido de la antigua institución judía en su capacidad de abrirse a la novedad aportada por Jesús y en su relación con los discípulos, a quienes engendra. 
Al contrario que el maestresala, María es consciente de que en la antigua alianza se ha terminado el vino. 
Su figura indica continuidad y ruptura porque, aunque está allí, no se identifica con lo antiguo: no dice “no tenemos vino” sino “no tienen vino”, marcando una cierta distancia con lo que allí está sucediendo.

v. 2: Por primera vez, Jesús entra en escena con sus discípulos. Hasta ahora los protagonistas han sido Juan el Bautista y los hombres que, de modo sorprendido y entusiasmado, han entrado en contacto con Jesús y le han seguido. Ahora Jesús comienza su actividad para establecer una alianza nueva con su pueblo.

v.3: La tradición sinóptica hacía referencia también a un dicho de Jesús sobre el vino nuevo (Mc 2,22: “... el vino nuevo, en pellejos nuevos”).
La abundancia de vino era una de las señales de los tiempos mesiánicos: “Destilarán vino los montes” (Am 9,13; cf. Os 14,8; Jr 31,12). En el segundo libro de Baruc tenemos una fantástica descripción de esta abundancia de vino: “Cada cepa dará mil sarmientos; cada sarmiento, mil racimos; cada racimo, mil uvas; cada uva, 500 litros de vino” (29,5).
El vino representa el gozo de la fiesta, la alegría del corazón: “Has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino” (Sal 4,8). “El vino alegra el corazón del hombre” (Sal 104, 15). 
El vino es también el símbolo del amor nupcial en el Cantar: “Son mejores que el vino tus amores” (1,2); “tu boca es vino generoso” (7,10); “te daré a beber vino aromado” (8,2).
En las bodas de Caná, la antigua alianza es una boda en la que se ha terminado el vino, la alegría, la chispa, el amor. Todo ha quedado reducido al legalismo. Las tinajas de piedra están vacías.

v. 4: La respuesta de Jesús, “¿qué a ti y a mí?”, no indica rechazo a la intervención de María, sino un aplazamiento, porque todavía no ha llegado “su hora”. Sin embargo, Jesús se aviene a anticipar simbólicamente esa hora de la revelación de la gloria de Jesús (que será el momento de amar hasta el extremo en la cruz) en el signo milagroso.
Caná es sólo un “comienzo” (2,11) que remite a un momento de plenitud situado en el futuro. La dinámica del evangelio está orientada a un punto culminante que se designa como la hora de Jesús: Jn 13,1; 19,30.

v.5: María no se siente rechazada ya que invita a los servidores a que se pongan a sus órdenes: “Haced lo que Él os diga” (v. 5). Esas palabras evocan las de la antigua alianza en el Éxodo: “Haremos todo lo que dice el Señor” (Éx 19,8), y la frase del faraón al pueblo hambriento, en Gn 41,55: “Id a José y haced cuanto él os diga”. Del mismo modo que José abasteció al pueblo con una abundancia de grano semejante a la arena del mar (Gn 41,49), Jesús dará el mejor vino, y en abundancia, en aquel banquete de bodas.

v.6: Las tinajas vacías tienen un denso simbolismo: el número 6 indica imperfección.
El hecho de que sean de piedra es un dato interesante desde el punto de vista de la pureza ritual: las vasijas de piedra son siempre ritualmente puras (a diferencia de las de cerámica). Sin embargo, la piedra recuerda las tablas de la ley (Éx 31,18; Dt 4,13) o el corazón de piedra del que nos habla Ezequiel (Ez 36,26).
Su vaciedad indica la inutilidad de los ritos de purificación judíos. Su carácter repetitivo mostraba su ineficacia para purificar el corazón del hombre. La ley creaba una continua conciencia de impureza pero no revelaba el amor de Dios como agua que purifica definitivamente el corazón del hombre (cf. Mc 7,9-23).
Los servidores (diáconos) en realidad representan a los discípulos: a diferencia del maestresala sí saben el origen del vino nuevo (2,9), se ponen al servicio de Jesús para llenar las tinajas y sacar el vino; acogen las indicaciones de María, como también el discípulo amado acogerá a María junto a la cruz. Más tarde, Jesús invitará a los discípulos a convertirse en servidores del Reino: “Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor” (12,26).
La impresión de todo el pasaje es que la gente no se enteró del milagro. Sólo los servidores, María y los discípulos, que creyeron en él. Llevar a los discípulos a la fe y a la vida es el objetivo del evangelio de Juan.

(Notas tomadas de Secundino Castro)

CUANDO MEDITES

1. Es en Galilea, en los márgenes, en lo marginal (“¿De Nazaret puede salir algo bueno?”, Jn 1,46) donde Dios decide comenzar a sembrar salvación, no en el centro, en Jerusalén, la capital “lugar de la Morada de Dios”. Ahora la morada de Dios es Jesús y, donde está Jesús, allí hay salvación: en los lugares más inverosímiles. ¿Cuáles son esos lugares inverosímiles a donde tendríamos que llevar a Jesús hoy (lugares de nuestra persona, de la sociedad, de nuestra parroquia que casi damos por perdidos o adonde no nos atrevemos a ir)?
2. En tu vida cristiana, tu fe y tu oración ¿qué lugar ocupa María? ¿Cómo te diriges a ella? Medita cómo su persona apunta continuamente a la de su Hijo Jesús: “Haced lo que Él os diga”.
3. ¿La fe cristiana convierte tu vida en una fiesta, en la que la alegría y el “exceso” abundan, o más bien tu talante es rígido, intransigente, perfeccionista y grave?
4. Recuerda la cantidad de relatos evangélicos que hablan de comidas y banquetes, de una mesa compartida, de fraternidad, circularidad y servicio… y saca las consecuencias para tu forma de ser cristiano/a hoy.

CUANDO ORES

1. Sitúate en Caná y colócate junto a una de las enormes tinajas llenas de agua que Juan, intencionadamente dice que eran de piedra, destinadas a la purificación de los judíos. Es su manera de hacer ver la rigidez pétrea y la inutilidad del agua para animar una fiesta.
Siente todo lo que hay de agua encerrada e inmóvil en tu vida, todo aquello a lo que quizá das valor de purificarte o acercarte a Dios, pero que te deja frío y es tan incapaz como la piedra de movilizar tu vida.
Contempla después la sala de bodas, después de haber circulado entre los invitados el vino que contienen ahora las tinajas; la preocupación se ha convertido en júbilo, hay una comunicación expansiva, se brinda por los novios...
Reconoce y agradece todo lo que en tu vida se parece al vino, lo que te dilata y anima, lo que te da sentido de fiesta. Acércate a María y cuéntaselo. Pídele que te acompañe hasta donde está Jesús y que le susurre: “No tiene vino..., pero quiere hacer lo que tú le digas”.
Quédate un rato bajo la mirada de los dos.

(Dolores Aleixandre, Relatos desde la mesa compartida, CCS 1999)

2. Invocaciones a Jesús, vino nuevo del Padre

Señor Jesús, banquete, fiesta, comida, bebida, esposo, risa, gozo…
Señor Jesús, alimento de sabiduría y de pan, en cada Eucaristía…
Señor Jesús, banquete que sacia nuestra hambre de bondad y de belleza…
Señor Jesús, vino nuevo e incomparable, que alegra nuestro camino hacia el Padre…
Señor Jesús, fiesta continua por la salvación que ofreces todos los días…
Señor Jesús, Hombre Nuevo en quien todos somos renovados y volvemos a nacer…
Señor Jesús, alegría sin fin, que nada ni nadie puede arrebatarnos…

3. Vacía 

Vacía, como los odres del vino de la fiesta,
vacía, como de agua lo estaban
las tinajas de piedra,
vacía estoy sin Ti,
deseando que me llenes,
deseando hacer lo que tú desees,
y encarnar tu Reino así,
en la alegría del vino que alegra una boda,
en la frescura del agua que calma la sed,
en comidas compartidas entre iguales,
en lugares corrientes, sin nombre.

Eres Tú la alegría que nadie puede quitarme.
Creo en Ti, no por lo que haces,
no por tus milagros,
sino por Ti mismo,
porque amo lo que eres, 
Inmenso y Humilde Dios,
que alegras nuestros caminos
con tu vino nuevo.
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