viernes, 3 de mayo de 2013

Era media mañana cuando lo crucificaron

Lectio divina de Mc 15, 16-32 

Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –es decir, a la residencia del gobernador- y convocaron a toda la compañía; lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espino, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: ‘¡Salud, rey de los judíos!’ Le golpeaban la cabeza con una caña y le escupían, y, arrodillándose, le rendían homenaje. Terminada la burla, le quitaron la púrpura, le pusieron su ropa y lo sacaron para crucificarlo. Pasaba por allí de vuelta del campo un tal Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, y lo forzaron a llevar la cruz. Condujeron a Jesús al Gólgota (que significa ‘La Calavera’) y le ofrecieron vino con mirra, pero él no lo tomó. Lo crucificaron y se repartieron su ropa, echándola a suertes para ver lo que se llevaba cada uno.

Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero estaba escrita la causa de su condena: EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y el otro a la izquierda. Los que pasaban lo injuriaban, y decían meneando la cabeza: ‘¡Vaya! Tú que destruías el santuario y lo reconstruías en tres días: baja de la cruz y sálvate’. Así también los sumos sacerdotes, en compañía de los letrados, bromeaban entre ellos: ‘Ha salvado a otros y él no se puede salvar. ¡El Mesías, el rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos!’ También los que estaban crucificados con él lo insultaban.

CUANDO LEAS

Estas semanas estamos escuchando y rumiando en el corazón la pasión según Marcos. El relato evangélico que primero se escribió y el que más vívidos recuerdos dejó en la memoria de los testigos. Un relato muy fiel a lo sucedido, aunque no deje de escribirse a la luz de la fe pascual. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero estaba escrita la causa de su condena: EL REY DE LOS JUDÍOS. Estos detalles son el núcleo de los versículos que se nos ha propuesto para escuchar hoy. Nos dan la causa de la condena y la consiguiente crucifixión de Jesús. ¿Qué significaba para aquellas gentes de Judea del siglo I la palabra rey? El rey era la cumbre de la pirámide social. Un hombre entre el cielo y la tierra, al que sostenía un dios que se había mostrado más fuerte que todos los demás dioses. O bien era descendiente de una casta de reyes o había subido al trono porque había demostrado más astucia, más poder económico o militar, más falta de escrúpulos que otros pretendientes. Su patrimonio se sostenía y se incrementaba gracias a unos impuestos muchas veces cobrados a punta de espada y por los que el contribuyente apenas si obtenía alguna prestación. Él dictaba la ley y era la más alta instancia judicial. Sus súbditos le respetaban hasta el temor y le obedecían sin cuestionar sus deseos. El pueblo entiende al rey como salvador, el garante de su independencia, de la paz, de su bienestar.

Jesús, el rey de los judíos, aparece en nuestro texto en el interior de un palacio, que era del gobernador. Viste la púrpura real y lleva una corona, no de oro sino de espino. Sus súbditos le rodean y le rinden homenaje, saludándole como a un rey, al tiempo que le golpean y le escupen. Marcos nos aclara que esta escena es una burla, e incorpora nuevos personajes al drama. Dos bandidos que crucifican con él. Los curiosos que pasan delante de él meneando la cabeza. Los sumos sacerdotes y los letrados. Unos lo insultan. Otros lo injurian. Otros bromean a su costa. Todos se suman a la burla de los soldados. ¿Por qué?

Jesús, según Marcos, nunca se había presentado como rey. El siempre habló del hijo del hombre para referirse a sí mismo. Es verdad que nunca negó que fuera el Mesías de Israel, el heredero de David, cuando así le llamaban otros (cf. Mc 8, 29; 11, 7-10). La cuestión es ¿qué querían decir esos otros cuando se referían a él con semejantes títulos? Lo hemos dicho antes: poder absoluto, sin consideración alguna hacia la dignidad, los derechos o las necesidades de los súbditos, que obedecían servilmente al rey e intentaban tenerlo a su favor con todo tipo de intrigas y adulaciones. Jesús se apoya en un Dios Padre universal, que reconoce y ama a cada ser humano como a un hijo y atiende sus necesidades. Jesús realiza muchos actos poderosos, pero jamás tienen como objeto su propio interés, sino la liberación radical de los demás. Jesús vive desde el Padre al servicio de todos los hombres y mujeres que se cruzan con él. Si Jesús es rey, lo es, precisamente, porque se muestra libre para reconocerse hijo -¡Abba! ¡Padre!: todo es posible para ti, aparta de mí este trago, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú, Mc 14, 36- y sirve con libertad a todos, sin hacer distinciones, hasta dar la vida -Esta es mi sangre, la sangre de la alianza que se derrama por todos, Mc 14, 24-.

Jesús defrauda a sacerdotes, levitas y a todo buen israelita. Los soldados y los bandidos se burlan porque, si ese Jesús es rey, no lo parece en absoluto. Nosotros predicamos un Mesías crucificado, para los judíos un escándalo, para los paganos una locura; en cambio, para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Mesías que es portento de Dios y saber de Dios: porque la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios más potente que los hombres, 1Co 1, 23-25.  
       
CUANDO MEDITES

El texto de Marcos es muy plástico. Reléelo despacio, contemplando a los diversos personajes, siguiendo sus acciones, escuchando lo que dicen. Incorpórate al drama. ¿Qué sentimientos se despiertan en ti? Tú eres un discípulo, un seguidor de Jesús, ¿es el rey que esperabas? ¿Vives en obediencia al Padre y sirves a todos generosamente?

CUANDO ORES

Deja que el Espíritu ore en ti con tu cuerpo, tus sentimientos, tus palabras. ¿Te postras en adoración? ¿Te arrodillas? ¿Te sientas? ¿Alzas las manos? ¿Estás en pie? ¿Susurras? ¿Gimes? ¿Lloras? ¿Le alabas? ¿Le agradeces? ¿Le suplicas? ¿Le cuentas cómo te sientes? ¿Desahogas tus preocupaciones ante él? ¿Le confías tus inquietudes y proyectos? ¿Le hablas del sufrimiento de tantos? ¿Le preguntas? ¿Te abandonas a su amor y a su voluntad?
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Autor: Rafael Chavarría, equipo de Lectio Divina de la UPComillas

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