sábado, 15 de marzo de 2014

Retiro: Palabras bíblicas para el camino de Cuaresma

En este día que queremos dedicar a la oración, os propongo que ésta fluya en torno a una serie de palabras y de lugares bíblicos, transitados por otras y otros creyentes, que han encontrado en ellas alimento, luz e inspiración, y una mediación para el encuentro con el Dios que nos habita.
Las palabras son cinco verbos: DESCANSAR, ENTRAR, AGRADECER, BENDECIR Y REÍR.
Los lugares son lo que encontramos en las lecturas de los domingos de cuaresma del ciclo A, lugares típicos de este tiempo: DESIERTO, MONTAÑA, TIENDA Y MANANTIAL.
A las palabras nos acercaremos en la meditación de la mañana y a los lugares, en la oración de la tarde.
A. PALABRAS PARA EL CAMINO
En este día de oración, quiero proponeros meditar o reflexionar en torno a unas palabras que pueden ayudarnos a vivir con más entusiasmo, con más luz y con más fuerza este camino de cuarenta días hacia la Pascua y, en realidad, el camino entero de nuestra vida.
He elegido estas palabras porque, como dice Gerald Jampolsky, autor de “Amar es liberarse del miedo, “uno enseña lo que él mismo tiene mayor necesidad de aprender”.
Estas palabras, al menos a mí, me resultan atractivas y depositarias de una energía, de una “dynamis”, de una fuerza, capaz de dinamizarme e inspirarme y por eso quiero compartirlas con vosotros.
El primer punto, antes de entrar en estas palabras, es caer en la cuenta de que ningún lenguaje es neutral. Todo lenguaje es “performativo”. Toda palabra crea realidad. No hay palabras neutras. Y por eso es tan importante elegir cuidadosamente nuestras palabras.
El libro del Génesis 1, cuenta que Dios creó el mundo con su Palabra: “Y dijo Dios, y dijo Dios, y dijo Dios”… , como si la palabra fuera el cincel que usan los escultores para dar forma a sus obras artísticas, o como si su palabra fueran sus manos modelando el mundo. Y dice el relato que cuando Dios iba creando cada realidad, iba pronunciando sobre ella una palabra: TÔB, que significa bueno y bello. Dios no dijo que lo que le había salido al crear era feo, depravado, perverso, horrible, mejorable, regular, mediocre… No. Dios, que es un artista con amor a sí mismo, y derramó ese amor sobre su creación, cuando lo vio todo, dijo que era BUENO. Es más, al llegar al ser humano dijo que era MUY BUENO. La palabra que Dios pronuncia sobre toda la realidad es una palabra de bendición. Dios mira con cariño, con ternura, con amor la obra de sus manos y la bendice.
La psicología humanista y positiva incide en la importancia de cuidar nuestras palabras externas y nuestro “diálogo interno”[1]. Es importante cuidar las palabras que nos decimos a nosotros mismos y que decimos sobre la realidad. Si nos empeñamos, con constancia e insistencia, en afirmar que la realidad es “horrible” o “terrible”, terminará siendo así. Si nos empeñamos en repetir obstinadamente que algo es imposible, así será. Nuestra vida adquiere el tono y el color de nuestras palabras. Hace años, una mujer se puso en contacto conmigo porque necesitaba hablar. Me había conocido a través de Radio María y le pareció que yo era alguien que podía decirle una palabra que la ayudara a resolver sus problemas. Vino a casa y estuvimos hablando alrededor de dos horas en las que ella no dejó de decir lo “horrible” que era su vida. Esa palabra acompañaba su diálogo todo el tiempo, a modo de coletilla, y yo pensé que esa mujer debía de sentirse realmente mal por dentro. Abonaba tanto sus emociones negativas con el estribillo “horrible” que no era extraño que sintiera que el conjunto de su vida era realmente desastroso.
Ante esto, yo no digo que haya que negar la realidad y autoengañarse con palabras positivas e irreales que digan: “Todo es perfecto, el mundo es un paraíso y todo me va bien en la vida”. Porque eso, evidentemente, no es real. Se trata de reconocer, porque así es, que aunque hay muchas cosas mejorables en esta vida, las personas y la vida en general son fundamentalmente buenas. Todo tiene su parte de bondad y de belleza. Se trata de elegir la perspectiva desde la que valoramos la realidad, y también se trata de elegir las palabras que queremos emplear.
Ojeando esta semana el último número de la revista Vida Religiosa, he visto que también Mariola López Villanueva ha dedicado su espacio Regalarnos una tarde a La bondad de las palabras. Y dice así:
“Me emocio­na ver la bondad que pueden alber­gar nuestras palabras, la positividad que llegamos a generar con ellas. Ese poder que tenemos para decirnos cosas que nos hagan bien, que nos pongan luminosidad en el rostro. Así serían las de Jesús. Sabemos que también sucede, tristemente, lo contrario, que sin querer con las pala­bras podemos lastimarnos y apagar­nos. Al menos pongámonos alguna señal que nos lo recuerde: ¿Cómo uso cada día este poder de mis pala­bras? ¿Cómo pongo en práctica su bondad?”
Vamos, por tanto, a entrar en palabras que pueden ayudarnos a crear lo que dicen, a recrearnos por dentro.
1. DESCANSAR
¿Quién de nosotros no se siente a veces al límite de sus fuerzas y necesitaría un descanso prolongado, o al menos escaparse un día al campo, para recuperar la frescura y superar ese estrés que a todos nos invade alguna vez y que causa estragos en nuestra paz, en nuestra salud física incluso, en nuestras emociones y en nuestras relaciones, en el vivir cotidiano?
Jesús, en el evangelio de Marcos (6,30-31), cuando los doce regresan del envío que él les hizo a predicar, a expulsar demonios y a curar (Mc 6,7-13), les invita a ir con él a un lugar solitario para descansar un poco. Él sabe que es necesario acudir continuamente a esa Fuente interior para no quedar vacíos por dentro… Esa era una práctica habitual de Jesús: retirarse a menudo, de madrugada, cuando aún estaba oscuro, antes de ponerse el sol, a un lugar solitario a hacer oración (Mc 1,35). Y ese era su descanso, y ese era su alimento. Jesús se retiraba para aprender de su Maestro interior que es el Padre, en el gozo y la intimidad del Espíritu.
“Aquel al que Dios ha enviado habla las palabras de Dios” (Jn 3, 35)
“ El Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que Él hace” (Jn 5,20)
“ Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15)
Ese era el modo de descansar de Jesús. Nosotros acogemos hoy la invitación de Jesús a descansar: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os daré descanso...” (cf Mt 11, 28-30).
Un claretiano, Antonio Sánchez Orantos, entiende esta parada de descanso de los retiros como una oportunidad para:
- La curación de las heridas físicas: recuperar un ambiente de vida sano, tranquilo, un ritmo de vida más lento que nos permita recuperar el don de gracia que es el cuerpo; aprender a escuchar al cuerpo al que solemos desatender y tratar tan mal; y hacer caso de su necesidad de tregua y de descanso.
- La curación de heridas psicológicas y espirituales, a las cuales, cada uno sabrá poner nombre, y es conveniente que lo haga, en días como este.
Los judíos tienen un día a la semana para tomarse ese descanso que todos necesitamos: el shabbat. Y los cristianos tenemos otro día a la semana: el domingo, el día del Señor, el día de la resurrección y de la RE-CREACIÓN.  Joan Chittister echa la cuenta y dice:
“Si Dios estableció el descanso en el ciclo humano un día de cada siete, o 52 días al año, o 3.640 días en una vida media de setenta años, eso significa unos diez años de nuestra vida. Estoy confusa. Dime de nuevo, ¿por qué estás cansado?[2]
El libro del Éxodo dice que, tras los seis días de la creación, el sábado, Dios descansó y tomó respiro (Éx 31,17). ¿Cuál es el respiro de Dios? El respiro de Dios es el hombre vivo, y por eso el shabbat es el día en que Dios se ocupa del hombre y le recrea. Es un día, por tanto, para tomar respiro, para dejar que el respiro de Dios vuelva a re-crearnos, para ocuparnos de los otros, para darles respiro, como hacía Jesús los sábados y para regalarnos un espacio para contactar con nuestra interioridad.
El descanso de Dios y el descanso de Jesús es un descanso que “todo lo hace nuevo”, como dice el Apocalipsis 21,5: “Mirad que hago nuevas todas las cosas”. No se trata de rellenar el tiempo ansiosamente porque no soportamos la inactividad o el silencio. Se trata de volver sobre uno mismo y recuperar el ser, recuperar “una consistencia interior que nos permita… cohesionarnos e integrarnos”…
Entrar en el descanso de Dios nos hace CREATIVOS, como creativo es Dios. Y la CREATIVIDAD es CREAR EN TI UNA VIDA DESCANSADA, DESPIERTA, DICHOSA, DIVINA (José María Toro[3]).
2. ENTRAR
Entrar en el descanso de Dios es entrar en la propia interioridad, en el centro del corazón. Sofonías habla de Sión como de una ciudad cuyo centro (en hebreo, quereb) es un espacio que se disputan Dios y unos ocupantes indeseables. En medio de ella, en su centro, han conseguido situarse, como sanguijuelas que roban la vida al pueblo, príncipes rugientes como leones, jueces como lobos hambrientos, profetas que fanfarronean, sacerdotes que violan la ley” (Sof 3,3-4). Sin embargo, al final triunfará el Señor y dejará en su centro un pueblo pobre y humilde que se cobijará al amparo del Señor, y Dios mismo, en su centro, será un poderoso Salvador (Sof 11-13.17).
Tomemos a Sión como imagen de nuestra propia interioridad y preguntémonos si nuestro centro está amenazado por “okupas” indeseables y cuánto espacio dejamos al Dios que nos habita. ¿Son las preocupaciones, los miedos, los enfados y conflictos, los cansancios… esos okupas que invaden nuestro centro, o en él está Dios y su voz que nos recuerda continuamente quiénes somos: hijos e hijas amadas de Dios?
Santa Teresa utilizaba otra imagen para hablar de la interioridad: la imagen del castillo interior. Nuestra alma se parece a un castillo que tiene muchas moradas y en cuyo centro está Dios, que es el Rey del Castillo. La tarea y la aventura de la persona es irse introduciendo, cada vez más, desde los aledaños del castillo, hacia el interior, hasta alcanzar el centro, «que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma[4]». En medio de una vida superficial y desacostumbrada a entrar dentro de sí, en medio de tanta guerra de cosas exteriores (los trabajos, las tareas dispersas, los conflictos, la familia, la gente...) ¿cómo se puede entrar en el castillo? Y Teresa habla de aprender a conocerse y a amarse en aquel que nos ama. Y también dice que la puerta del castillo es la oración.
¿Cómo frecuentamos el conocimiento propio? ¿Puedo decir que me conozco? Si tuviera que definirme, ¿cuáles son los rasgos positivos que descubro en mí? ¿Estoy familiarizada con ser mi compañera y amiga en la soledad, o temo la soledad porque no me encuentro bien conmigo misma, o porque es una soledad “poblada de aullidos” (cf. Dt 32,10), de voces amenazantes, de ruidos?
Teresa aconseja conocerse y  «considerar… qué bienes puede haber en esta alma, quién está dentro y el gran valor de ella[5]».
El papa Francisco, en la Alegría del Evangelio dice:
"Dios no se cansa nunca de perdonar; somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar setenta veces siete nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!"
Eso es lo que descubrimos cuando somos capaces de entrar en nuestro yo profundo donde reside nuestra verdadera identidad, que no es lo que hacemos, sino lo que somos: hijos e hijas amadas de Dios.
Nuestra interioridad es como aquella “tienda del encuentro” en la que Moisés entraba y se encontraba con Dios, y “Dios le hablaba cara a cara, como habla alguien con su amigo” (Éx 33,11), y él quedaba transfigurado y radiante en ese contacto con el Dios de la vida (cf. Éx 34,34-35).
3. BENDECIR
Hemos dicho ya que cuando Dios creó pronunció sobre toda la realidad, sin exclusión, una palabra de Bendición. Aprender a bendecir es iniciar una senda espiritual que nos asemeja a Dios. Se trata de poner en nuestra boca, continuamente, palabras de BENDICIÓN y no de maldición y de juicio. “Bendecid a los que os persigan, no maldigáis”, dice Pablo en la carta a los Romanos (Rom 12,14); “Bendecid a los que os maldigan; rogad por los que os difamen”, dice Jesús en el sermón del llano de Lucas (Lc 6,28).
Se dice que es imposible bendecir y juzgar al mismo tiempo. Las grandes tradiciones espirituales del mundo subrayan que nadie puede crecer espiritualmente mientras esté entorpecido por el hábito de juzgar a los demás. Los monjes de los primeros siglos, en sus apotegmas, recomendaban siempre el silencio ante las faltas ajenas.
“El abad Poimen dijo: “Está escrito: lo que veas con los ojos no te apresures a llevarlo a juicio (Prov 25,8). Pero yo os digo: Aunque podáis tocarlo con las manos, no habléis de ello. En este asunto, un hermano sufrió el siguiente error: Vio algo y creyó que era un hermano que estaba pecando con una mujer. Fuertemente contrariado, se acercó y dio una patada, en la creencia de que eran ellos, y dijo: “Dejad eso de una vez, ¿cuánto tiempo va a durar aún?” Pero en realidad eran gavillas de espigas. Por eso os digo: Aunque podáis tocarlo con las manos, no condenéis” (Apo 688).
“Se contaba del patriarca Marcario el Grande que, como se dice en la Escritura, era un dios en la tierra (salmo 82,6), pues de la misma manera que Dios cubre el mundo para protegerlo, así el patriarca Macario cubría a los débiles que veía como si no los viera, y lo que oía como si no lo oyera (Apo 485).” [6]
Pierre Pradervand afirma que, tras una vida de observación atenta del comportamiento de las gentes de muchos países de los cinco continentes, ha llegado a la conclusión de que “el espíritu de juicio y sus formas derivadas (etiquetas gratuitas, críticas fáciles, pequeñas observaciones tan anodinas como maliciosas que desestabilizan por sorpresa…; y ante todo, el hábito de comparar a las personas y sus actuaciones y realizaciones…) representa el azote social por excelencia. El juicio alimenta el miedo en todos los terrenos, mata la espontaneidad y la creatividad, aplasta entre sus tenazas la alegría, fomenta la maledicencia y el qué dirán, levanta barreras y muros… siembra duda[7]”.
“No juzguéis y no seréis juzgados”, dice Jesús. ¿Cómo andamos de repertorios de etiquetas? ¿Nos parecemos al abad Macario, protector de los débiles o más bien a ese personaje graciosamente siniestro de Luis Mota, “la vieja’l visillo”, una mujer que está siempre mirando por la ventana, fuera de sí misma, extrovertida, controlando a los demás, que se alimenta de chismes y murmuraciones, sean verdad o sean mentira?
4. AGRADECER
Se trata de PASAR DEL LAMENTO, la queja y el resentimiento al AGRADECIMIENTO. Para el monje benedictino austriaco David Steindl-Rost, la gratitud es la llave de la felicidad. La práctica de la gratitud es el centro de su vida espiritual.
“El noventa y nueve por ciento de las veces, tenemos la oportunidad de estar agradecidos por algo. Simplemente no nos damos cuenta. Transcurrimos adormecidos nuestros días”
“La gratitud está en el corazón de todas las tradiciones religiosas como también en todas aquellas personas que no se identifican con lo religioso. La gratitud es el corazón de la espiritualidad”.
Vivir de un modo agradecido es reconocer que lo más precioso y valioso que tengo en esta vida me es dado, es un regalo que me viene de fuera, de los otros o del Otro, de Dios. Es reconocer que algo me es dado más allá de lo “justo”, de “lo debido”, de “lo merecido”, de lo “lo obligado”.
La raíz del agradecimiento es tener un corazón humilde que sabe reconocer, como san Pablo: “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Cor 4,7). La vida, la familia, este cuerpo, la salud, el tiempo, este mundo que habitamos, la fe, la vocación, la cultura, el arte, la belleza… todo lo hemos recibido. Da gracias, además, quien reconoce que es agraciado por el amor y la generosidad de los otros. Dice José Antonio García-Monge:
“Poder dar gracias de verdad es haber superado el egocentrismo infantil o adulto que me hace centro, ombligo del universo y todo me es debido, teniendo que girar ese universo en torno a mi pequeño yo. Superar ese egocentrismo es realismo maduro”… “La actitud de agradecimiento percibe la vida y sus gentes como un don[8].”
Vivir desde la gratitud y no desde la queja supone estar despiertos para descubrir el milagro que supone la oportunidad de vivir. Cada momento es un regalo dado que contiene dentro de sí otro regalo, la oportunidad de hacer algo con ello. Cada momento es un kairós, un tiempo de oportunidad. Dios nos regala muchos momentos. No hemos de desesperar de nuestros fallos, de nuestros fracasos, de nuestra falta de logros… Tenemos tantas oportunidades como nuevos momentos y esa es la raíz, según el monje benedictino David Steindl-Rost, para estar agradecidos siempre.
¿Significa esto que debemos estar agradecidos por todo? Hay cosas por las que no podemos estar agradecidos: la violencia, la guerra, la explotación, la opresión, la pobreza, la enfermedad, la muerte de un ser querido… Pero sí podemos estar agradecidos por la oportunidad de elevarnos, en esa situación, y aprender algo. Quizá el siguiente episodio de la vida de Gandhi pueda servirnos para ilustrar esta afirmación. Mohandas Gandhi, joven indio apuesto y refinado, educado en uno de los mejores colegios londinenses, viajaba, en una ocasión, en un vagón de primera clase camino a Pretoria, en Sudáfrica, cuando el revisor le increpó de modo amenazante que “la primera clase estaba reservada a los blancos”. Gandhi le respondió, con educación, que tenía un billete de primera, pero el revisor le gritó que tenía que ir a los vagones de tercera. Como Gandhi insistió en que llevaba ese billete, era abogado… etc…, el revisor agarró su maleta y la arrojó por la ventana, y junto a ella, al mismo Gandhi lo arrastró y lo arrojó a la polvorienta estación, haciendo proseguir el tren. Por supuesto, Gandhi no dio gracias por esta experiencia, pero ese maltrato en el tren despertó en él su motivación para luchar contra las desigualdades y contra el racismo a través de la no violencia y su filosofía de la aceptación incondicional de los demás, al margen de su mal comportamiento.
Así pues, incluso las malas experiencias pueden ser una oportunidad para aprender algo, que podemos agradecer. Porque, para los que aman a Dios, todo colabora al bien (cf. Rom 8,28).
w En el Antiguo Testamento, encontramos un salmo que constituye una lección de gratitud. Se trata del salmo 136, llamado “el gran Hallel”, la gran alabanza. Comienza así: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. El salmo está dividido en dos partes: la primera es un agradecimiento a Dios por las maravillas de la creación (el cielo, la tierra, el sol, la luna, las estrellas), y la segunda es un agradecimiento por su salvación (liberación de la esclavitud, tierra prometida y cuidado continuo en el presente).
EJERCICIO: Podemos tomar ese salmo como modelo de nuestra propia oración. ¿Por qué acontecimientos, personas, cosas… deseas dar gracias hoy? ¿Cuáles son los grandes regalos de mi vida?
w En el Nuevo Testamento, María canta el Magnificat como respuesta a lo que Dios ha hecho con ella: Dios ha mirado su humillación, ha hecho obras grandes por ella… etc.
Jesús ora dando gracias al Padre porque se revela a los sencillos, y hace de la Eucaristía el momento que condensa el sentido de su vida bendecida y entregada por todos. Vivir una vida eucarística supone, entre otras muchas cosas, pasar del resentimiento de la pérdida al agradecimiento de la vida recibida. Esta transformación fue lo que experimentaron los discípulos camino de Emaús, cuando pasaron de la decepción y el lamento a la alegría y la gratitud (Lc 24).
EJERCICIO: ¿Vives una vida AGRADECIDA o una vida RESENTIDA Y “QUEJUMBROSA”?
San Pablo comienza todas sus cartas (salvo una) con el hermoso hábito de agradecer algún aspecto positivo de la vida de aquellos a los que se dirige. Y en 1 Tes 5,18 dice: “Dad gracias en todo porque esto es lo que Dios quiere de nosotros, en Cristo Jesús”. Y de nuevo en Colosenses 3,15 se dice: “Sed agradecidos”. EJERCICIOS: 1) Escribe una carta de agradecimiento a Dios por aquellas cosas que desees agradecerle especialmente…; 2) Escribe una carta de agradecimiento a alguien que te importe mucho (familiar, amiga, hermana o a ti misma…); 3) Deja que, en este momento, sea el agradecimiento lo que llene tu corazón... Con respiración rítmica, hazte como una especie de letanía a la cual vayas añadiendo la palabra gracias: Por… gracias; por… gracias; por… gracias, gracias, gracias[9].
5. REÍR[10]
Una actitud que no parece muy propia de personas “espirituales” es la de un desinhibido reír con naturalidad, con ganas e incluso con una libre, saludable y espontánea carcajada. Más propio de personas “espirituales” parece ser la sonrisa contenida e incluso un rostro adusto aunque sereno.
En Dios, se subrayan muchos atributos y se le dan muchos nombres (Todopoderoso, Santo, Altísimo, Eterno, Señor…), pero no es nada frecuente hablar de él como “el que hace reír”. Y sin embargo, es una de las afirmaciones que se hacen de él en el Génesis. Conocemos la historia de Sara, la esposa de Abrahán. Sara era estéril y, tras muchos años de esterilidad, ya en su ancianidad, dio a luz a un hijo al que pusieron el nombre de Isaac (del verbo sahaq, reír). “Y Sara dijo: Dios me ha hecho reír, y todos los que lo oigan se reirán conmigo” (Gn 21,3-6).
El orante del salmo 126,1-2 tuvo la misma experiencia: “Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión, éramos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenó de risa y nuestros labios de gritos de alegría”. Y uno de los amigos de Job también le anuncia: “El Señor aún ha de llenar de risa tu boca, y tus labios de gritos de júbilo” (Job 8,21).
Nuestro Dios es un Dios que hace reír. El profeta Sofonías habla de él como un Dios que “exulta de gozo” por Sión, “danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta” (3,17-18).
“La risa nos da la libertad de Jesús… ‘Los pobres heredarán el Reino’, rió. ‘El Reino de los cielos es como una mujer’, sonrió. ‘Dios es papaíto’, afirmó con una sonrisa. Y danzó de ciudad en ciudad, sanando, haciendo sonreír a la gente con una nueva esperanza, haciendo invitaciones a gente que estaba  en los árboles y dando ligereza de pies a los leprosos. Pescó donde no había peces. Invitó a gente a comer con él cuando no había comida. Enseñó a los niños y se mofó de los fariseos y contó atractivas historias, bromas espirituales acerca de mujeres que no dejaban en paz a los jueces engreídos.
Días tras día sonreía… y dejó el mundo con suficientes cosas por las que reír hasta el final de los tiempos” (Joan Chittister)[11].

El papa Francisco, en los primeros capítulos de la exhortación “La alegría del Evangelio”, de una forma intensa y hermosa, anima a los cristianos a no ser “seres resentidos, quejosos, sin vida”, (en alguna homilía dijo incluso que algunos cristianos tienen cara de pepinillos en vinagre…) sino personas contagiadas de la alegría de Dios, una alegría que brota del encontrarse con Jesús, de acudir a la misericordia de Dios, de experimentar su amor infinito e inquebrantable y su ternura, que nunca nos desilusiona. Y alude a conocidos textos de Isaías 9,2; 12,6; 40,9; 49,13; Zacarías 9,9, Sofonías 3,17, y a textos sapienciales menos conocidos, pero realmente inspiradores, como el del Eclo 14,11.14, en el que Dios, a través de las palabras de los sabios, nos dice con ternura paterna: “Hijo, en la medida de tus posibilidades, trátate bien (…). No te prives de pasar un buen día”.

“Hay cristianos cuya opción parece ser la de una cuaresma sin pascua”, dice el papa Francisco. Tal parecería ser el caso del “monje lector” del que habla Thomas Merton en uno de sus escritos:
“El monje lector de esta semana en el refectorio, especialmente serio, anuncia en cada comida el título del libro: Un derecho a estar alegre. Siempre baja la voz ligeramente en la palabra “alegre”, como si vacilase al pronunciarla, casi como si pusiera en cuestión el título entero: “¡Líbranos, Dios del derecho a estar alegres!”. Si hay algo en el libro que se refiera a comer y a beber, siempre empaña la voz ligeramente, con la misma preocupación, como retirando su voluntad de debajo de la palabra “comer”… Pero cuando lee palabras como “muerte” y “muerto”, las extiende de lleno en medio del refectorio, con satisfacción y en tono absolutamente definido”[12].
Sin embargo, de Jesús se dijo que era un “comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores” (cf. Lc 7,33-34). Jesús no era hombre de ayunos, caras largas y palabras amenazantes. Aunque estuvo en el desierto, no era un hombre solitario y taciturno, sino sociable y empático, de amigos íntimos con los que descansar, y de continuos contactos con la gente que se sentía atraída por su persona portadora de luz, energía, sanación y alegría. A Jesús todos les buscaban y querían tocarlo, hasta el punto de que muchos días no tenía tiempo ni para comer (cf. Mc 6,31). Jesús era consciente de traer en sí mismo, en la densidad de sus palabras y de sus gestos proféticos, el Reino de Dios. Un Reino que es como aquel banquete mesiánico para todos, anunciado por Isaías:
Hará Yahveh Sebaot a todos los pueblos, en este monte,
un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos:
manjares enjundiosos, vinos de solera;
… consumirá la muerte definitivamente.
Enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros…
(Is 25,6-8)
Jesús sabe que él es el Novio de ese banquete mesiánico que había comenzado ya con él (cf. Mc 2,19).
EJERCICIO: De la presentación de Dios como el que hace reír, y de Jesús como el Novio del banquete mesiánico del Reino es fácil deducir que la risa, la alegría, el gozo, la fiesta… son una especie de imperativo divino que dice: “No ignoréis las alegrías de la vida”, o como dice el talmud: “Al final de los días se nos pedirá cuentas por todos los placeres legítimos que hemos dejado de disfrutar”.
  • ¿Cuidas, en tu vida, la alegría y la dejas fluir de una manera contagiosa hacia los demás?
  • ¿Es tu imagen de Dios una imagen alegre, fresca y vital o más bien sombría, seria y exigente?
  • ¿Tu vida cristiana está instalada en la cuaresma y el viernes santo o está inundada de la esperanza y de la alegría del Dios vivo que resucitó a Jesús y que hace reír?




[1] Rafael Santandreu, El arte de no amargarse la vida, Paidós 2014,27; Bernabé Tierno, Poderosa mente, Booket 2009, 156.
[2] J. Chittister, 40 cuentos para reavivar el espíritu, Sal Terrae 2011, 82
[3] José María Toro, Descanser, descansar para ser, DDB 2010, 15.
[4] 1M 1,3
[5] 1M 1,2
[6] Anselm Grün, Elogio del silencio, Sal Terrae 36.
[7] Pierre Pradervand, El arte de bendecir. Para vivir espiritualmente la vida cotidiana, Sal Terrae 2000, 84
[8] José Antonio García-Monge, Treinta palabras para la madurez, DDB 1998,96
[9] José Antonio García-Monge, o.c. 98
[10] Cf. Dolores Aleixandre, Escondido centro. Viaje al interior de 25 palabras bíblicas, Sal Terrae 2014, 79-85
[11] J. Chittister, 40 cuentos para reavivar el espíritu, Sal Terrae 2011, 79-80
[12] Thomas Merton, citado por Dolores Aleixandre en Escondido centro. Viaje al interior de 25 palabras bíblicas, Sal Terrae 2014, 83-84

6 comentarios:

Ana dijo...

Buenísima esta propuesta para el camino de Cuaresma. Gracias, Conchi, este próximo fin de semana estaré en Buenafuente, lo trabajaré con mucha ilusión.

Conchi pddm dijo...

Gracias, Ana!
Nunca es igual algo escrito que algo "contado" con viveza, con añadidos, con experiencias... Pero bueno, algo es.
Gracias por tu comentario :)

¡Y qué bien que vas a Buenafuente! Disfrútalo!

Anónimo dijo...

Estuvo muy bien. Ademas de habernos hecho vivir un GRAN día, hemos podido gozar de la palabra de Dios,
muchas veces escuchada, pero tan llena de vida (creo para cada una)
Esperanza

Conchi pddm dijo...

Gracias, Esperanza! :D

Yentl dijo...

Lo voy a imprimir para las personas que asisten a mis clases, si no te importa.

Me ha gustado mucho, gracias.

Conchi pddm dijo...

Será un honor y una alegría que hagas eso, Yentl. ¡Gracias!
Un beso