sábado, 14 de marzo de 2009

Asumir el riesgo de acoger

Pensamientos sobre la Vida Consagrada (I)


Con frecuencia, cuando hablamos entre las religiosas y "aterrizamos" en el tema de "las vocaciones", concluimos que "todas estamos igual" (salvo contadas excepciones, fácilmente explicables...), y que así es la situación de la vida religiosa actual, nos guste o no.
Las casas de formación están vacías desde hace años, o llenas de jóvenes provenientes de Asia, África o Sudamérica. Hace 22 años, cuando comencé a ir, en mi primera formación, a la escuela Regina Apostolorum de Madrid, donde acudíamos postulantes y novicias, había grupos de veinte y treinta formandas españolas de diversas congregaciones. Hoy, los grupos son multiculturales e internacionales, con mayoría absoluta extranjera. ¿Es que Dios ha dejado de llamar a los jóvenes de Europa Occidental? ¿O es que hemos perdido todo atractivo y "poder de seducción"? El tema es delicado y es difícil encontrar a alguien que hable con osadía de la responsabilidad que tenemos nosotros, los religiosos, en esta situación de "desierto vocacional" (salvo contadas excepciones también).
Yo hice mi noviciado en España, sola, mientras en Roma había un noviciado internacional de siete jóvenes y, en Polonia, otro noviciado de diecisiete polacas. En 1991, con motivo de la visita de Juan Pablo II a Czestochowa en la jornada mundial de la juventud, nos reunimos las veinticinco novicias en aquella ciudad tan emblemática para los católicos polacos, y tuvimos ocasión de intercambiar vivencias sobre nuestro camino formativo.
Una noche, en el jardín de casa, en el trascurso de un diálogo abierto en torno a diversos temas, una de las novicias polacas (Iwona) preguntó cómo era posible que en Portugal y en España sólo hubiera una novicia respectivamente... Su perplejidad era pareja a la mía, al toparme yo con un grupo tan grata e inesperadamente numeroso. Entonces, una de las hermanas mayores, de cuyo nombre sí puedo acordarme pero prefiero omitir, comenzó a dar una serie de explicaciones sociológicas(secularización, hedonismo...), eclesiológicas (protagonismo de los laicos, proliferación de otras formas de vida consagrada...) y psicológicas (inmadurez de las nuevas generaciones...) que dejaban clarísimo por qué los jóvenes no optaban por nuestro estilo de vida, al tiempo que a nosotras nos eximían de todo intento de autocrítica.
Cuando ella terminó de hablar, yo pedí la palabra y añadí: "Los aspectos aludidos son ciertos y no carecen de objetividad, pero yo quisiera añadir algunos factores que nos atañen a nosotras... Quizá estaría bien preguntarnos si nuestra vida es hermosa y deseable, y si acogemos con generosidad a las nuevas generaciones, ofreciéndoles, a la vez, futuro".
Ni que decir tiene que el debate quedó zanjado y a la novicia española le quedó constancia de la inoportunidad de su intervención... Sin embargo, dieciocho años después, el debate está más abierto que nunca, las comunidades, más envejecidas que nunca, y la situación para las jóvenes, más difícil que nunca..., a menos que quienes precedemos a las que vendrán seamos lo suficientemente generosas como para hacer espacio, acoger, acompañar, tratar con adultez a quienes no son niñas, sino mujeres como nosotras, con ideas propias y sentido crítico, facilitar el presente y preparar futuro, y formar sólidamente a aquellas a las que el Señor quiera comunicarles el carisma lo mismo que a nosotras. ¿Se me ocurre algo más? ¡Ah, sí! Esperar. Esperar, con paciencia y confianza, en el Señor y en las nuevas hermanas.
Quizá no sería un diálogo del todo inútil para nosotras el reunirnos alguna vez y preguntarnos, con honestidad y valentía, qué jóvenes queremos y para qué vida religiosa.
En los grandes congresos y semanas de vida consagrada, a menudo sale a relucir el "problema vocacional". Queremos jóvenes pero, en realidad, a menudo sucede que no estamos dispuestas a asumir el riesgo (y la incomodidad) que supone abrirles las puertas de nuestra casa. Con semejante panorama, yo no veo otro futuro, para muchas comunidades y congregaciones, que disponerse a "bien morir".

Severino Mª Alonso, un claretiano experto en vida religiosa, en un curso de formación que animó en nuestra casa hace unos años, dijo algo que yo compartí plenamente: "Una de mis oraciones más frecuentes es ésta: 'Señor, no mandes vocaciones allí donde sabes que las van a estropear...".

Amén. Y que el Señor nos ayude e infunda en nosotras la valentía y el riesgo de la fecundidad espiritual.

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