viernes, 4 de marzo de 2011

El libro

Lectio divina de Apocalipsis 10, 1-11
1 Y vi otro ángel fuerte que bajaba del cielo, vestido de una nube, y el arco iris sobre su cabeza; su semblante, como el sol; sus pies, como columnas de fuego; 2 tenía en su mano un libro abierto. Puso su pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra, 3 y gritó con gran voz, como ruge un león. Cuando gritó, los siete truenos dieron cada uno su estampido.
4Y cuando hablaron los siete truenos yo iba a escribir, pero oí una voz procedente del cielo, que decía: “¡Mantén secreto lo que han dicho los siete truenos, y no lo escribas!”. 5 Y el ángel que vi de pie sobre el mar y sobre la tierra levantó su mano derecha al cielo, 6 y juró por el que vive por lo siglos de los siglos, que creó el cielo y lo que hay en él, la tierra, y lo que hay en ella, y el mar y lo que hay en él: “¡Ya no habrá demora!, 7 sino que en los días en que se oiga la voz del séptimo ángel, cuando vaya a dar el toque de trompeta, se habrá cumplido el misterio de Dios, como se lo anunció a sus siervos los profetas”.
8 Y la voz que yo había oído, procedente del cielo, volvió a hablar conmigo, y me dijo: “Ve a coger el libro abierto en la mano del ángel que está en pie sobre el mar y sobre la tierra”. 9 Me acerqué al ángel, diciéndole que me diera el libro. Y me dice: “Toma, y devóralo; en el vientre te será amargo, pero en la boca te será dulce como miel, pero cuando lo comí, mi vientre se llenó de amargor. 11 Y me dijeron: “Tienes que volver a profetizar sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes”.


CUANDO LEAS

Tres partes se pueden descubrir si tenemos en cuenta la voz divina que habla. A saber:
Escenario (10,1-3):
El origen celeste del ángel se ve en el modo como está vestido: de nube, arco iris, sol, fuego. Estos detalles acreditan que el ángel viene de Dios al igual que su mensaje.
La voz que habla (10,4-7):
Las voces de los siete truenos no son voces enemigas sino amigas ya que las oye el ángel y las iba a escribir. Sobre su contenido nada sabemos.
El juramento que hace el ángel está lleno de solemnidad: alza la mano e invoca el nombre de Dios Creador al igual que había hecho el profeta Daniel (Dn12,7).
La voz del séptimo ángel refleja el final, el reino de Dios ya definitivo. A la tentación de desesperanza, que puede atacar a los cristianos (¿Hasta cuándo, Señor?) responden dos visiones:10,5-7 y 11,15. Reflejan estos versos la doctrina escatológica de la primitiva Iglesia: el reino de Dios ha comenzado con la venida de Jesús, plenitud de las promesas, y su consumación, aunque no se puede fijar cronológicamente, se puede aguardar para pronto (2 Pe 2,8) y suplicar con piadoso anhelo (Ap 22,17).
En ese momento el misterio de Dios habrá llegado a su plena realización. Este misterio no es otro que Cristo, como nos dice San Pablo:
El misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos. A ellos, Dios quiso darles a conocer las riquezas de la gloria de este misterio predicado entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, esperanza de gloria. Nosotros anunciamos a Cristo, amonestando a todo hombre y enseñando a todo hombre con toda clase de sabiduría, a fin de presentar a todo hombre perfecto en Cristo Jesús. Quiero pues, que sepáis la gran lucha que sostengo por vosotros, por los que están en Laodicea y por todos los que nunca me han visto, para que se consuelen sus corazones, bien unidos por la caridad, y lleguen a toda la riqueza de la comprensión plena, al conocimiento del misterio de Dios, Cristo, en que están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. (Col 1,26-2,3).

La voz que vuelve a hablar (10,8-11):
De nuevo se vuelve a oír una voz celeste y se repite el rito de investidura del profeta Ezequiel: Pero tú, hijo de hombre, escucha lo que te digo; no seas rebelde, como la casa rebelde; abre tu boca, y come lo que te doy". Miré, y vi una mano extendida hacia mí, y en ella había un libro enrollado. Lo extendió delante de mí, y estaba escrito por delante y por detrás; y había escritos en él cantos fúnebres, gemidos y ayes.
Me dijo: "Hijo de hombre, come lo que tienes ante ti; come este rollo, y ve y habla a la casa de Israel". Abrí mi boca y me hizo comer aquel rollo.
Me dijo: "Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy". Lo comí, y fue en mi boca dulce como la miel. (Ez 2,8-3,3)
Para los profetas la palabra de Dios es siempre dulce al paladar pero la misión encuentra siempre hostilidad y resulta incómoda. El mismo Jeremías dice a Dios: Tu palabra fue mi gozo y la alegría de mi corazón, pero primero le había dicho: Sábelo: he soportado insultos por Ti.
Todo indica que se trata de una misión profética pero, si quedaba alguna duda, al final lo dice el texto claramente: tienes que volver a profetizar. Lo único que cambian son los destinatarios: sobre pueblos, naciones, lenguas y reyes. Los profetas del A.T profetizaban contra la casa de Israel, aquí la misión profética adquiere unas dimensiones geográfico-políticas.


CUANDO MEDITES

Escucha las voces del texto: aparecen rugidos de león, ruidos de truenos, voces del cielo, voces de ángeles, toques de trompeta.
Fíjate en los sabores: dulce como la miel y amargo en el vientre.
En Ap 5 el libro que tiene, el que está sentado en el trono, estaba cerrado y no había nadie digno de abrirlo. Aquí, en cambio, está abierto.
Preguntémonos: ¿qué dirá ese libro?, ¿qué tiene escrito?
Después se me dice que lo coma: ¿cómo entiendo yo eso de comer el libro? ¿Qué sabor me produce a mí? ¿A qué me invita? ¿A quién tengo yo que profetizar: en mi vida, en mi trabajo, en mi familia o comunidad?
Repasando los momentos en que he profetizado durante mi vida: ¿qué es lo más dulce de la misión de profeta? ¿Qué lo más amargo?
De cara al futuro: ¿dónde se necesita mi misión de profeta? En los lugares donde me muevo: ¿qué voz profética puedo ser yo?


CUANDO ORES

El Dios que nombra este texto es el Dios creador del cielo y la tierra. Detengámonos un momento para dar gracias a Dios por su creación. Agradezcámosle que la sigue sosteniendo y cuidando, también a nosotros dentro de ella. Agradezcamos los dones creadores y creativos que nos regala cada día. Los nuestros y los de los demás.
Pidamos profetas para nuestro tiempo, que hablen el lenguaje de hoy, que sean faros en el camino de los demás. Dejémonos convertir por Dios en profetas. ¡Ojalá escuchemos hoy su voz!

(Azucena Fernández, Equipo de Lectio Divina de la U.P.Comillas)

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