Una joven de Madrid me cuenta cómo vive ella la oración. Me parece hermoso e inspirador lo que dice, y aquí os lo dejo.
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¿QUÉ ES, PARA MÍ, LA ORACIÓN?
Me gusta pensar que la oración es el rato que
reservo para que Jesús me mire y yo le mire a Él. Y no siempre me resulta fácil
sentarme delante de Él y dejar que Él me mire. Que mire mi miseria, mi pequeñez,
mi pecado, mi indignidad… y lo ame. Que mire en mi corazón, las cosas buenas, y
las cosas que me avergüenzan, las que nadie ve. Que lea los nombres y los
rostros por los que yo no me acuerdo de pedirle. Y dejarle deshacer mis nudos,
limpiar mis heridas, barrer mis miserias… dejarle hacer. Y mirarle yo, a Él, a
los ojos, sabiéndome indigna y pequeñita. Dejar que me quiera.
Cuando me cuesta
especialmente pongo una imagen suya delante, pegada en la pared o en el suelo. Es
fácil bajar la cabeza y no mirarle… pero entonces Él me dice: “mírame, venga,
no tengas miedo y deja que te mire yo también a los ojos”. Y Él se ríe, de mi
torpeza, de mi vergüenza por cosas absurdas… y yo me río con Él de mí misma… de
no haber confiado.
A veces, mi oración no es tanto “buscar un tiempo tranquilo
para Jesús”, sino dejar que Él me encuentre en medio de todo mi ruido cuando no
soy capaz de acallarlo. Él me ve en tensión, me mira y mirándome me dice con
sus ojos “¡mi pequeña niña ruidosa!” Me gusta mucho ir a misa todos los días
que puedo. Al final, con el hábito me he dado cuenta de que le necesito, lo
necesito. Es como quedar con un amigo a una hora concreta, todos los días,
incluso cuando no te apetece verle. Es como una ducha que agradeces aunque no
te apeteciera al principio. Me ayuda a tomar perspectiva. Reconozco que no soy
muy de “oraciones vocales”, de repetir Padre Nuestros y Ave Marías como las
abuelas, rápido e ininteligiblemente. Pero alguna vez las utilizo para
“arrancarme” con una frase y seguir hasta que se me agoten las ideas. Los
salmos me tocan el corazón especialmente. Los reescribo, los rehago, les pongo
mis propias palabras… o cuando no se me ocurre nada simplemente los rezo
susurrándoselos a Jesús. Escribir, como si le hablase a Él, me ayuda
especialmente. A veces incluso se lo releo. Y de la liturgia de las horas, sin
duda, mi hora favorita es Completas. Es íntimo, es como recogerse en un ovillo
en el regazo de Jesús y desde ahí recoger el día.
AGP
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