Oramos el evangelio de Lucas 18,9-14
Canto:
Espíritu
de Dios (Glenda)
Espíritu, Espíritu de Dios,
Espíritu, Espíritu de Dios,
en tu amor, en tu amor quiero vivir,
en tu amor, en tu amor quiero vivir.
En tu paz, en tu paz quiero estar.
En tu paz, en tu paz quiero estar.
Hazme vivir en ti y en tu bondad,
Hazme vivir en alegría,
en mansedumbre y dominio de mí.
En libertad, en libertad, hazme andar.
En fortaleza, en fidelidad, hazme andar.
En libertad, en libertad, hazme andar.
En fortaleza, en fidelidad, hazme andar.
Quiero dejarte ser, quiero dejarte actuar,
Quiero que habites tú mi vida,
Quiero, quiero que vivas en mí.
Quiero, quiero que vivas en mí.
Espíritu, Espíritu de Dios
Espíritu, Espíritu de Dios,
Espíritu, Espíritu de Dios,
Espíritu, Espíritu de Dios.
LEEMOS LUCAS 18, 9-14
9 Dijo también a algunos
que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola:
10 Dos hombres subieron
al templo a orar; uno fariseo, otro publicano.
11 El fariseo, de pie, oraba en su interior
de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni
tampoco como este publicano. 12 Ayuno
dos veces por semana, doy el diezmo
de todas mis ganancias."
13 En
cambio el publicano, manteniéndose a
distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el
pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten
compasión de mí, que soy pecador!"
14 Os digo
que éste bajó a su casa justificado
y aquél no. Porque todo el que se
ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»
……………………………………..
ð La parábola del fariseo y el publicano,
exclusiva de Lucas como tantas otras parábolas (cf. Lázaro y el rico, Lc
16,19-31; El hijo pródigo, Lc 15,11-32; El buen samaritano, Lc 10,29-37…) sirve
de complemento a la del juez injusto y la viuda insistente (Lc 18,1-8). Las dos
enseñan algo sobre el tema de la oración y las dos hablan de la justicia.
Respecto a la oración, la parábola del juez injusto pretende mostrar la
necesidad de orar insistentemente, con constancia y sin desfallecer. La
parábola de hoy enseña que hay que orar con humildad ante Dios.
Respecto a la justicia, Lc
18,9-14 expone, en forma de parábola, lo que Pablo enseña una y otra vez en sus
cartas, sobre todo en las cartas a los Gálatas y a los Romanos: que la persona
no se hace justa a sí misma por cumplir las obras de la ley, sino que todos
somos hechos justos por la gracia, por el amor gratuito de Dios que nos perdona
y nos recrea.
La parábola enseña también
que el ser humano deja de ser justo por el orgullo y es justificado por Dios en
la humildad.
ð La parábola tiene cuatro partes:
1.
Introducción (vv.9-10):
Destinatarios de la parábola y ambientación.
a) Destinatarios, v.9: Jesús dirige la parábola a “algunos que se tenían por justos y
despreciaban a los demás”. No va dirigida al grupo de los fariseos en su
totalidad, porque no todos los fariseos se tenían por justos y despreciaban a
su prójimo. Va dirigida a algunos fariseos orgullosos que presumían de sus
logros y sus méritos ante Dios, creyéndose mejores que los demás.
El desprecio a los otros viene expresado, en griego, por el verbo esoudeno, que significa,
etimológicamente, “tener en nada”, despreciar con un desprecio mortal. Lucas
emplea este verbo en el relato de la pasión: el rey Herodes desprecia a Jesús
de esta misma manera (Hch 23,11).
No es la primera vez que
Jesús les dedica una parábola a este grupo de personas. Las parábolas de la
misericordia también van dirigidas a ellos principalmente. La situación es la
misma: los fariseos y escribas murmuran despectivamente contra Jesús porque “acoge a los pecadores y come con ellos”
(cf. Lc 15,1-3). Fariseos y escribas son hombres escrupulosamente cumplidores
de la ley de Moisés y de las tradiciones judías. Pero no han comprendido lo que
significa “misericordia quiero y no sacrificio” (cf. Mt 12,7; Os 6,6).
b) Ambientación, v.10: Jesús presenta a los dos protagonistas
de la parábola: dos hombres que van al templo a orar. Uno fariseo y otro,
publicano. El contraste es llamativo. Religiosamente, los fariseos son los
perfectos, mientras que los publicanos son los prototipos de la gente
moralmente reprobable. Publicano era, en
tiempo de Jesús, un judío que se dedicaba a cobrar los impuestos que la
potencia ocupante exigía. Parece que la palabra telonés hacía referencia a los que tenían su puesto en las entradas
de las ciudades o en las fronteras para cobrar las tasas establecidas. Eran
considerados pecadores públicos por dos razones. Primero, porque colaboraban
con el imperio romano, y ningún judío podía reconocer otra autoridad que no
fuera la de Dios. Segundo, porque se veían obligadas a cobrar más de lo
establecido porque no tenían otra retribución.
2. Oración del fariseo,
vv.11-12: El fariseo ora
“erguido”. Salvo para las inclinaciones prescritas, la costumbre judía era
rezar de pie. La oración denominada las “Dieciocho bendiciones” es llamada
también Amidah, es decir, oración para rezar de pie. Sin embargo, podemos
preguntarnos si al indicar esta posición, en contraste con la postura del
publicano, no pretende sugerir Lucas, polemizando, que el fariseo ora con una
actitud altanera. Por otra parte, ora “vuelto hacia sí mismo”, extasiado ante
su propia santidad, pues se consideraba justo por mérito propio. Aunque su
oración es de gratitud, los motivos de esa gratitud no son buenos. Su gratitud
no está centrada en Dios, sino en sí mismo. En su acción de gracias presume de
sí, a la vez que juzga y descalifica a los demás hombres, que son, según él,
“ladrones, injustos y adúlteros”, y se considera mejor que ellos.
Alardea, además, de sus obras: ayuna dos
veces por semana y da el diezmo de todas sus ganancias. El ayuno del Yom
Kippur, y los mencionados en Zac 8,18-19, así como el del día 9 del mes Av, que
conmemoraba la destrucción del primer y del segundo Templo eran un deber
nacional. El texto lucano, junto con la Didaché (8,1) es uno de los testimonios
más antiguos sobre el ayuno de los lunes y los jueves, facultativo para los
judíos. (Para diferenciarse de ellos, los cristianos escogieron para ayunar los
miércoles y viernes). Este judío fariseo hacía más de lo obligatorio, por
tanto. Respecto al diezmo, Jesús reprocha a los fariseos, en 11,42, el olvido
de los grandes mandamientos, de las obras de amor, mientras se observa
escrupulosamente el diezmo.
Oración, limosna y ayuno eran las tres
obras de justicia de todo buen judío (cf. Mt 6,1-6; 16-18). Y Jesús previene a
sus discípulos en el sermón del monte de no practicar esa justicia “nuestra”
para ser vistos por los demás sino en el secreto de Dios y por amor a Él.
Las obras y sacrificios de
este fariseo se han convertido en injusticia, pues están llenas de orgullo y
vacías de misericordia.
3. Oración del publicano,
v.13: Conocemos a dos
publicanos con nombre, en el evangelio. Uno es Mateo, llamado por el Señor mientras estaba sentado en el mostrador
de los impuestos (cf. Mt 9,9), y otro es Zaqueo,
que aparece solo en el evangelio de Lucas (19,1-10). El paso de Jesús por sus
vidas las cambió completamente y, en el caso de Zaqueo (“hombre pecador”, según la gente que murmuraba cuando Jesús decide
hospedarse en su casa), hizo que repartiera la mitad de sus bienes a los pobres
y devolviera cuatro veces más de lo robado…
No todos los publicanos,
sin embargo, se arrepintieron de su vida injusta y se convirtieron de este modo.
Pero el publicano de la parábola parece que ha tomado plena conciencia de su
pecado, se pone en camino hacia el templo, para orar, se muestra arrepentido y
pide a Dios que se reconcilie con él. El imperativo que utiliza, “reconcíliate conmigo”,
no equivale exactamente a “ten compasión de mí” (Lc 18,38-39), pues hace más
hincapié en el restablecimiento de una relación que en la compasión.
La oración del publicano
denota confianza en el Dios que “perdona todas las culpas”, que “no está
siempre acusando”, que es “compasivo y misericordioso, rico en amor y en
fidelidad”.
4. Conclusión: La parábola termina con una frase que
Jesús repetía con frecuencia: “El que se enaltece será humillado y el que se
humilla será enaltecido”. Dios pone del revés nuestra forma de pensar y de
juzgar. Dios mira con ojos distintos la realidad, como podemos comprobar al
leer, con atención, el Magníficat de María.
MEDITAMOS
à De los dos
personajes del evangelio, inmediatamente sentimos rechazo hacia la actitud del fariseo y nos parece que nosotros no somos
así. Sin embargo, ¿Cuántas veces no nos sorprendemos a nosotros mismos
criticando, juzgando y descalificando a aquellos que son distintos a
nosotros?¿Cuántas veces no criticamos a algunos cristianos porque son demasiado
“conservadores”, demasiado “progres”, demasiado “cerrados”, demasiado
“abiertos”…?¿Cuántas veces no nos consideramos, en el fondo, mejores que los
demás?
àLa
verdadera humildad es lo único que permite el crecimiento personal. Cuando la
persona humilde contempla la interioridad de su vida descubre siempre dos
cosas: aquellas de las cuales debe
convertirse y aquellas en las cuales debe aceptarse. En definitiva ser humilde es ser sabio. Cuando nos
hemos dado cuenta de eso, nuestro corazón está ya abierto a Dios y presto a
participar de su ternura. Éste fue el camino del publicano. ¿Qué descubro en mí
que debo cambiar o en lo que debo convertirme? ¿Qué descubro en mí que debo
aceptar?...
à Medita estas
palabras de Simone Weill: "Hay
quienes tratan de elevar su alma como quien se dedica a saltar continuamente,
con la esperanza de que, a fuerza de saltar cada vez más alto, llegue el día en
que alcance el cielo para no volver a caer. Pero si miramos largamente al cielo, Dios desciende y nos toma fácilmente. Como dice
Esquelo: 'Lo divino es ajeno al esfuerzo'. Hay en la salvación una facilidad
más difícil para nosotros que todos los esfuerzos."
ORAMOS
à Date cuenta de que ya estás en
presencia del Dios de la misericordia. Siente que te busca, como a la oveja
perdida; sale a tu encuentro, como el Padre del hijo pródigo; te acoge como
eres, como al publicano. Preséntale tu realidad, tus logros, tus retos en el
camino de la verdadera humildad.
à Siéntete humilde y sabio en las
entrañas del Dios de la misericordia. Recuerda las palabras de Jesús: "…
aprended de mí que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para
vuestras vidas" (Mt 11,29). Déjate descansar en Dios. Pide también el
descanso para otros.
à María
es el modelo de humildad ante el Señor. Ella, mejor que nadie, nos ha
mostrado la realidad de un corazón abierto ante Dios; un corazón humilde, pobre
y sabio. Oramos el Magnificat.
Proclama mi
alma la grandeza del Señor,
se alegra mi
espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha
mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora todas
las generaciones me llamarán dichosa,
porque el
Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es
santo,
y su
misericordia llega a sus fieles
de generación
en generación.
El hace
proezas con su brazo:
dispersa a los
soberbios de corazón,
derriba del
trono a los poderosos y enaltece a los humildes,
a los
hambrientos los colma de bienes
y a los ricos
los despide vacíos.
Auxilia a
Israel, su siervo, acordándose de la misericordia,
como lo había
prometido a nuestros padres
en favor de
Abrahán y su descendencia por siempre.
..........................
(cf. Nuria Calduch, Misa Dominical, CPL)
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