martes, 12 de febrero de 2008

La transfiguración de Jesús (Mateo 17,1-9)

Cuaresma: del desierto al monte Tabor

En esta primera semana de Cuaresma en la que nos encontramos, se podría decir que el camino hacia la Pascua nos confronta con las tentaciones de todo lo que no es Dios y es contrario a Dios:
- el poder y el tener,
- la soberbia, la altanería y la autosuficiencia
ante el Dios que nos ama, que nos ha creado y que nos sostiene en la vida,
el que nos alimenta, nos da todos los dones
y es el único digno de fe y adoración.

Jesús supera la tentación y nos enseña a superarla como diciéndonos: "Ante las voces que siembran en ti la duda sobre tu identidad más profunda (eres hijo/hija de Dios) y te conducen a afirmarte desde el poder y la prepotencia, desde la posesión desmedida y los alardes de fuerza,
- refúgiate en el Padre, que te cuida,
- confía en el Padre, que te ama,
- ama al Padre, que te da la mayor riqueza: vivir su vida abundante por medio del Espíritu,
- escucha la Palabra, aliméntate de ella, que te dará fuerza para vivir lo que eres".

El domingo próximo, Jesús nos llevará de la mano al Tabor, y subiremos con Él como si fuéramos uno más de sus discípulos amados, Pedro, Santiago y Juan.
Cuando se lee seguido el evangelio de Marcos, resulta evidente el hecho de que el relato de la transfiguración está situado inmediatamente después del primer anuncio de la pasión (durísimo en este evangelio) para hacernos ver que sin la experiencia de vernos iluminados por Dios es imposible afrontar con gracia las experiencias oscuras de la vida, la experiencias de pasión y cruz.
Solemos decir: "por la cruz, a la luz" o, como dice el prefacio del II domingo de Cuaresma: "la pasión es el camino de la resurrección". Sin embargo, la transfiguración, situada en el comienzo del camino cuaresmal, a mí me está sugiriendo que es imposible avanzar por el desierto sin la certeza de encontrar, en algún lugar inesperado, un oasis. Es imposible abrazar la cruz de Jesús sin haber tenido experiencia, como Él la tuvo, de la densa y amorosa Presencia del Padre que nos envuelve, nos penetra y nos sostiene.

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Lectio Divina de Mateo 17,1-19

Invocación al Espíritu (Si se reza en grupo, a dos coros)

1. Espíritu Santo, Maestro interior,
que nos inspiras los caminos a seguir,
imprime en nuestro corazón la Palabra de Jesús;
haz que sea una lámpara para mi pie,
luz en mis senderos,
fuerza en el vivir cotidiano.

2. Dame a entender la dicha
de quien hace de tu Palabra su delicia,
de quien la gusta como miel en la boca,
de quien encuentra en ella su alimento,
de quien la escucha y la guarda,
como María, en su corazón.

1. Espíritu Creador,
tus manos me hacen y me forman
como modela un alfarero sus vasijas de barro.
Modélame, cada mañana, según el Evangelio de Dios,
recréame, en la noche, a la luz de su deseo,
y viviré como su hijo amado, buscando su voluntad.

2. Espíritu Vivificador,
ponme en camino, como a Abrahán y a Sara,
hacia la nueva tierra que tú me harás ver.
Sacude la pereza de mis pies,
da alas a mi corazón cargado de rutina
y acostumbrado a lo de siempre.
Hazme salir de las seguridades en las que vivo instalado,
y ábreme a la promesa de tu vida abundante.

1. Espíritu de fortaleza,
hazme subir, tras los pasos de Jesús,
al encuentro cotidiano con el Padre,
donde escucharé la buena noticia
de que la luz de su ternura me alcanza siempre.

2. Y ayúdame a bajar, como Pedro, Santiago y Juan,
a los caminos de la historia,
con el rostro radiante y la luz en las manos,
para anunciar por todas partes, y actuar,
la buena noticia de tu Reino.

Génesis 12,1-4a (Primera lectura del II Domingo de Cuaresma)

1 El Señor dijo a Abrahán:
- Sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que yo te mostraré.
2 Haré de ti una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre, y sé tú una bendición.
3 Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra.
4 Abrahán salió, como se lo había dicho el Señor.

Mateo 17,1-9

1 Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta.
2 Y se transfiguró delante de ellos: su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
3 Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Él.
4 Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
- Señor, ¡bueno es estarnos aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
5 Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
- Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco. Escuchadlo.
6 Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de miedo.
7 Jesús se acercó y tocándolos les dijo:
- Levantaos, no tengáis miedo.
8 Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
9 Y cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.

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Cuando leas

- El segundo domingo de Cuaresma, la liturgia de la Palabra nos propone todos los años, en los tres ciclos, el relato de la transfiguración de Jesús.La semana pasada, la Palabra nos llevaba al desierto con Jesús, y nos confrontaba con las tentaciones, el pecado y la desarmonía que convive con la bondad en todo corazón humano. El símbolo por excelencia de la Cuaresma es el desierto en el que Israel y Jesús caminan hacia su tierra prometida. Por eso puede parecer extraño que hoy la Palabra nos arrastre hacia otro escenario completamente diferente, positivo y luminoso: el monte Tabor. ¿Qué pretende hacer esta Palabra en nosotros? ¿Por qué camino quiere conducirnos?

- Si nos fijamos, el evangelio comienza con una referencia temporal: “seis días después”. ¿Seis días después de qué?

1. De la confesión de Pedro en Cesarea: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios Vivo”. Aquella confesión, según Jesús, no se la había revelado a Pedro ni la carne ni la sangre, sino el Padre que está en el cielo (“Nadie puede venir a mí si el Padre no lo atrae”; “Nadie puede decir 'Jesús es Señor' sino por medio del Espíritu”). Pero, inmediatamente, Jesús se pone a decir cómo es ese mesianismo confesado por Pedro: no político, que triunfa mediante la fuerza o el poder. Sino un mesianismo de servicio y de entrega hasta el extremo.
El Mesías es el Siervo de Yahveh, que debe padecer mucho, morir y resucitar al tercer día.

2. Así pues, seis días después del primer anuncio de la pasión, camino de Jerusalén (Mt 16,21), y después de estas palabras de Jesús: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”.

- Después de estas palabras tan duras, el Maestro tomó a Pedro, Santiago y Juan y se los llevó a un monte alto. El monte alto, como el desierto, es un lugar de encuentro privilegiado con Dios (cf. Moisés en el Sinaí, Éx 19,20; 24,12ss; 34,1ss; Elías en el Horeb, 1 Re 19,8ss).
Pero además, el monte alto tiene, en Mateo, otras resonancias: evoca el monte alto al que Satanás llevó al Hijo de Dios para ofrecerle el dominio del mundo, en el relato de las tentaciones. El episodio del Tabor es una contraimagen positiva de ese otro episodio. Y de la misma manera que en aquel monte Jesús eligió la obediencia filial al Padre, aquí, en este monte, la voz del Padre le va a proclamar su Hijo amado.

- Ya en el monte, los discípulos son espectadores de la transfiguración de Jesús. La imagen que sobresale en esta experiencia es la luz: su rostro resplandecía como el sol, sus vestidos se volvieron blancos como la luz, una nube luminosa los cubría a todos...

Lo que los discípulos ven en Jesús transfigurado es un anticipo de la Resurrección: el rostro de Cristo brilla como brillarán un día los justos en el Reino de su Padre (13,43); sus vestidos se vuelven blancos como la luz, como blanco es el vestido del ángel en la mañana de Pascua (28,3).

La transfiguración de Jesús, como su bautismo, es, además, una epifanía de su identidad, es una revelación del verdadero ser de Jesús: Él es la Luz del mundo (Jn 9,5) y el Hijo amado del Padre (Mt 17,5; 3,17). Jesús es Luz sin tiniebla alguna (1 Jn 1,5).

- La aparición de Moisés y Elías en la escena sugieren que la Ley y los Profetas, es decir, toda la Escritura, dan testimonio de Jesús como Hijo amado del Padre (v. 3).

- El v. 5 describe una teofanía semejante a la de la experiencia del Éxodo: allí, Dios iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos en su camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos (Éx 13,21-22; 14,19 ss; 19,9ss...). A la sombra de la nube, la voz del Padre nos revelará quién es Jesús y qué tenemos que hacer nosotros respecto a Jesús: “Éste es mi Hijo amado; escuchadle”.Esa última parte del v. 5: “escuchadle”, junto a la presencia de Moisés, sugieren que Jesús es el profeta definitivo anunciado por Dt 18,15: “El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta, como yo, de entre tus hermanos. A él le escucharéis”.
- La voz de Dios tiene tal fuerza que los discípulos caen al suelo llenos de miedo; pero Jesús, tocándoles, disipa su miedo y su angustia y les pone en pie: “Levantaos, no tengáis miedo”.
La visión maravillosa ha desaparecido y está Jesús solo, despojado de su esplendor, hecho uno de tantos.
Toca bajar del monte. Pedro quería quedarse arriba, arropado a la sombra de la nube de luz, extasiado en la visión. Quería hacer tres tiendas para los tres personajes celestiales. ¿Qué pretendía con ello? Quizá retener la presencia divina allí, en aquel monte, como moraba la Shekiná en el templo o en la ciudad santa (Cf. Ez 37,17; Zac 2,14; Ap. 21,3). ¿O quizá librar a Jesús del sufrimiento que le esperaba en Jerusalén? El caso es que quería hacer tres tiendas “aquí” (dos veces lo repite el texto). Quería quedarse en lo alto, retener al Mesías lleno de esplendor, anclarse allí, en la gloria. Jesús podría haberle dicho, nuevamente: “Pedro, tú piensas como los hombres, no como Dios”.

Y Jesús, Hijo del hombre y Siervo de Yahveh, les trae a la memoria el anuncio que les había hecho seis días antes: “No contéis esto a nadie, hasta que haya resucitado de entre los muertos”. Era necesaria esa experiencia de luz y de encuentro con el Padre antes de adentrarse en la tiniebla de la pasión y de la muerte en cruz. Para poder vivir con gracia y en el amor del Padre la experiencia de la cruz, es preciso vislumbrar, si quiera de lejos, la esperanza de la luz y de la Vida.
Lo que los discípulos han visto ha sido un anticipo de la Pascua que sólo se podrá entender y anunciar desde la experiencia pascual.

- Las primeras lecturas de Cuaresma, en el ciclo A, van recorriendo las diversas etapas de la historia de la salvación. El domingo pasado veíamos a Adán y a Eva en el paraíso. Hoy entramos en la etapa de los patriarcas. La semana que viene, contemplaremos a Israel en su aventura del éxodo (Éx 17,3-7). El domingo IV asistiremos a la unción de David como rey, el más pequeño de los hijos de Jefté (monarquía). Y, finalmente, en el domingo V, terminaremos recibiendo la promesa de renovación de la alianza, no escrita en tablas de piedra, sino en los corazones (Ez 37,12-14).

Para la etapa de los patriarcas, los tres ciclos de este II domingo nos ponen ante la figura de Abrahán, icono de creyente para el pueblo de Israel.

- Existe una similitud entre los discípulos del Evangelio y Abrahán. Como Jesús lleva a los discípulos a un desplazamiento (subir y bajar del monte), Dios llama a Abrahán a salir de su tierra, de su patria y de su casa, para ir a una tierra que no conocía y que le sería dada (cf. Hb 11,8: “Por la fe, Abrahán, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber adónde iba”).
Abrahán es llamado a dejar atrás todo cuanto hasta entonces había constituido su vida: sus bienes y propiedades, su patria en la que había recibido costumbres, valores sociales y religiosos, y el núcleo más personal y familiar (la casa de su padre, su clan), en el que se extendían las redes de sus afectos...

- La palabra que más se repite en el texto es bendecir-bendición (cinco veces). La bendición es siempre promesa de crecimiento, vida, fecundidad y felicidad. En Abrahán, esa bendición se extiende a todas las familias de la tierra, es universal. Pero la bendición no actúa mágicamente y de espaldas a nuestra libertad. Es preciso salir, en la obediencia de la fe, hacia donde el Señor nos lleve, y dejar que el Señor conduzca nuestros pasos y nos dé la tierra que tiene reservada para nosotros.
Dejarse, abandonarse, recibir, es lo más difícil para nosotros. Es más fácil dar, tomar la iniciativa, volcarnos en la acción... Pero “los dones más preciados no deben ser buscados, sino esperados” (Simone Weill).

Cuando medites
- Contempla a Abrahán obedeciendo el deseo de Dios y saliendo de Caldea a Canaán, sin saber lo que iba a encontrarse, pero alentado por la fe y abandonado al cuidado de su Dios, apoyado sólo en Él. ¿Cómo es tu fe? ¿Te moviliza? ¿Te cambia la vida?
- Contempla a los discípulos subiendo al monte con Jesús y luego dejando aquella experiencia extraordinaria para bajar a la dureza de lo cotidiano: el cansancio del camino hacia Jerusalén, los enfermos que piden sanación, las multitudes que no dejan tiempo ni para comer...
- Escucha que Dios te dice a ti, como a ellos: sal..., sube..., baja...
- Mira de qué lugares de tu persona y de tu vida has de salir para poder entrar en lo que Dios reclama de ti.
¿A qué montañas has de subir para que tu noche sea luz y te sientas transfigurado por la presencia de Dios? ¿Buscas de modo especial en esta cuaresma un lugar donde resuene para ti la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo amado”? ¿Escuchas más intensamente la palabra de Jesús?
¿De qué alturas has de bajar para experimentar la vida de la Pascua? ¿A qué lugares has de descender?
Cuando ores
- Dale gracias a Dios por esta Palabra llena de luz y de vida, que te pone en camino hacia lo mejor de ti mismo: tu condición de hijo amado de Dios.
- Pídele que te conceda la fe de Abrahán y de Sara para vivir en continua búsqueda de Dios y de su voluntad, saliendo de ti mismo, de tu pequeño yo, de tus cosas...
- Pídele que tu oración te lleve a “bajar”, transfigurado, allí donde alguien tiene hambre y sed de pan y de Evangelio.

Oración para pedir la Luz
Señor, te doy gracias por haberte fijado en mí,
débil, incapaz y limitado en todo,
para que sea tu discípulo.

Como Pedro, soy duro de mente y de corazón
para entender y aceptar tus planes.
Como Santiago y Juan, soy “hijo del trueno”
y siento la tentación de sembrar tu Evangelio
más a base de fuerza que de misericordia y amor.

Y, a pesar de todo, me subes contigo
a la montaña de la fe y del seguimiento,
a la montaña de tu cercanía y tu conocimiento,
a la montaña de la oración y del encuentro contigo,
para que vea la belleza infinita de tu Rostro
y aprenda de ti la verdadera vida.

Allí quedo envuelto en una Luz
capaz de disipar mis tinieblas;
allí se fortalece la fe
y siento ánimo para continuar el camino.

No es fácil ser cristiano, hoy en día, Señor.
No es fácil bajar de la montaña
en que te contemplo como Hijo amado del Padre
y escucho tu voz que disipa mi miedo,
a las calles, al trabajo, al mercado, al mundo
tan ajeno a ti, tan indiferente.

No es fácil proclamarte y seguir creyendo
que no eres una fábula inventada por los hombres
cuando la gente, y hasta lo medios de comunicación, repiten:
“¿Dónde está vuestro Dios?”

Ilumíname por dentro, Señor. Transfigúrame.
Ayúdame a bajar a la vida llevando conmigo
tu Luz, que ilumine cada paso que doy.

Tú eres mi Luz y salvación. No he de tener miedo (sal 27,1).
En Ti está el manantial de la Vida, y tu Luz nos hace ver
las pequeñas luces de vida y de gracia
ocultas en el vivir cotidiano (sal 39,9).

Que tu Luz y tu Verdad me guíen siempre y me conduzcan
más arriba, cerca de ti,
más abajo, donde alguien necesite mis manos,
más allá de lo conocido y lo seguro
saliendo, como Abrahán, de mi tierra y de lo mío (sal 43,3).

¡Dichoso aquel que te alaba con gozo!
Caminará siempre bajo la luz de tu mirada,
a la sombra de tu ternura,
y la luz de tu Rostro alumbrará
todos los pasos de su vida (sal 89,15).


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Autora: Hna. Conchi López, pddm

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola a todos!

Con mucho cariño, los invito a escuchar el episodio de esta semana dedicado a la Transfiguración de Jesús.

Para escucharlo. basta hacer clic en:
http://www.paxtv.org/podcast/index.htm

¡Disfrútalo y Difúndelo!

Esta semana les proponemos un podcast sumamente musical…Acompañados de santos exquisitos, entre los que está un santo que muy bien podría ser llamado el Patrón de las Amas de Casa: San Cayetano, y Santa Clara, Patrona de la Televisión, descubramos el regalo de la Transfiguración en el Monte Tabor…Aquella Luz divina que brilló en el Tabor, nos revela a todos nosotros en primer lugar la gloria de la Santísima Trinidad, además nos revela la gloria de Cristo como Verbo encarnado: totalmente hombre, totalmente Dios, un aspecto a tener en cuenta al proclamarlo en el mundo de hoy. Al respecto, el Padre Roberto Mena, sacerdote trinitario, nos ofrece un mensaje exquisito. En tercer lugar, el misterio de la transfiguración nos revela la gloria de la persona humana, sobre ello conversaremos con un laico comprometido en la Defensa por la Vida, el Dr. Jorge Cordero. Finalmente la luz nos revela la gloria de toda la creación, y eso lo compartimos con música, pues quien canta alaba al Señor…Camino a la fiesta de la Asunción, pidámosle a María Santísima, que nos ayude a ver y experimentar que la Transfiguración nos conduce a la Cruz, y la Cruz a la Resurrección, un regalo de Vida y Esperanza continua para nuestras vidas. ¡Gracias Señor!

Jesús te ama.

Luisa.
Podcasts PAX TV
www.paxtv.org

7 de agosto de 2008 17:02