martes, 18 de enero de 2011

Uno diez

Los martes de las últimas semanas, a nuestro regreso de Madrid, en plena hora punta, siempre nos pilla un atasco realmente cansado y exasperante hasta pasar la última salida de Parla. Así es que hoy decidí probar un camino alternativo para evitarle la pesadez a mi compañera de viaje: la autopista AP-41 hacia Toledo, maravilloso trayecto cómodo y seguro, "treinta minutos sin atascos".

El caso es que, como eso lo pensé poco antes de tomar el desvío hacia la susudicha autopista, no había preparado unas monedas, a mano, para el pago del pequeño primer trayecto que une la M-40 con la AP-41. Cuando detuve el coche ante el control de peaje, la chica exclamó: "Uno diez". Eché mano al bolso que había dejado en el asiento trasero y tras rebuscar afanosamente, no había manera de encontrar la cartera por ninguna parte. En ninguno de sus cinco bolsillos, ni en el bolso propiamente dicho, oculta entre mis libros, mi libreta, mis lápices y una cámara de fotos. Busqué entonces en el bolsillo de la falda, sin éxito. Tiré ya con cierta agitación de la chaqueta, que también estaba en el asiento de atrás, y rebusqué con impaciencia en sus bolsillos. Nada. ¿En la guantera del coche? Tampoco. Y, sin embargo, yo había cogido la cartera. Estaba segura, porque minutos antes había hecho uso de ella en el parking. "Disculpa, joven. No encuentro la cartera. Espérame un momento...". Ella esperaba sin impaciencia, casi con bondad. Bajé del coche y abrí la puerta trasera, buscando en los asientos con los ojos y con las manos (se veía poco, a pesar de la luna casi llena que luego nos alumbró todo el "cómodo" camino solitario en medio de una gran neblina). Entre tanto, seis coches más hacían cola y ellos sí comenzaban a impacientarse... 

Tras constatar finalmente la evidencia de que debía de haberme dejado la cartera en el parking miré a la joven cajera con ojos de cordero degollado y me disponía a rogarle: "Mira, págame tú el peaje, por favor, porque he debido de perder la cartera en Madrid...". Pero sólo le dije: "De verdad te aseguro que tenía la cartera. Mira el ticket del parking. Si acabo de pagar...". Pero mientras le decía esas palabras bajé la mirada y mis ojos fueron a caer en una espléndida moneda, en el suelo, junto a la puerta delantera del coche. Me agaché a cogerla y vi otra monedita junto a ella. "¿Cuánto has dicho que tengo que darte?" "Uno diez", repitió ella, mientras yo le mostraba, incrédula, el euro con diez, recogidos del suelo. Hasta tal punto llegó mi desconcierto (y creo que el suyo) que llegué a preguntarle: "¿No lo habrás puesto tú, verdad?" (quería decir si no se le habría caído a ella desde la ventanilla de su puesto.) "No, claro", dijo ella, recibiendo las monedas de mis manos. "Pues adiós". "Adiós".

A veces pasan cosas que son... perfectamente explicables, claro. Aunque a una le queda la sensación de que ... no lo son. Son gratamente sorpresivas, extrañas, oportunas, y te dejan la impresión de que son más que un mero golpe de suerte o pura casualidad.


Por cierto, a nadie le recomiendo huír del atasco de Parla, por ningún motivo, al menos, de noche. La rápida y cómoda AP-41 queda un poco a desmano, parece una carretera fantasma y bancos de niebla la invaden cada poco en estas gélidas noches de invierno.

8 comentarios:

M Luisa dijo...

¿Casualidad? ¿Suerte? ¿Ayudita? Realmente asombroso tu relato y, aunque suene absurdo, anticuado, pasado de moda..., parece cosa de Dios que siempre está al quite en nuestras pequeñas cosas de la vida cotidiana. Ese caer en la cuenta del momento que se vive, de los pequeños «milagros» que se producen a cada instante y que, la mayoría de las veces, no vemos.
Bonita experiencia «toque de Dios». Un beso,

Víctor M. Fdez. dijo...

Búscame un enchufe, porfi, con tu Ángel de la Guarda.

Conchi dijo...

¡Y no veáis qué respiro en el aprieto me dio ese pequeño "milagro"! :)

Carmen dijo...

¿Y dónde estaba la cartera? ;)

Conchi dijo...

jajajajaja, Eowyn, esperaba esa pregunta.

Pues mira, al pasar la barrera, dejé el coche a un lado y de nuevo bajé para rebuscar en la parte trasera. Porque, claro, no podía continuar hasta la salida del peaje sin un duro para pagar, y como que encontrar otros seis euros a mis pies ya iba a ser demasiada providencia...
Así es que volví a buscar, esta vez más despacio y sin pitidos de coches a mi espalda, y encontré la cartera palpando el suelo bajo mi asiendo. ¡Qué respiro!

Carmen dijo...

Menos mal...
Me alegra leerte de nuevo. :)

Yentl dijo...

Los no creyentes dirían: ¡Qué casualidad! Los creyentes sin embargo decimos: Dios es providente, cuida de Sus criaturas.

La verdad es que me ha causado bastante asombro lo que te pasó. Tú dices que es explicable y, desde la lógica lo será pero el hecho de que fuese el importe exacto ni un céntimo más ni uno menos no lo veo tan explicable.

Un besote,

Conchi dijo...

Eso mismo dice Esperanza. Oye, justo 1.10, allí, recogidito, para que yo pudiera verlo. No desperdigado bajo las ruedas del coche ni nada. Seguramente se le cayó a alguien que fue a pagar y no se quiso entretener en recogerlo, aunque estaba bien a mano: justo justo al lado de la puerta delantera del coche. Justo... para que lo encontrara yo. Es que no hay otra.
¡Qué cosas!

Bueno, ¿y qué tal has comenzado el año, querida Yentl? Yo, silenciosa, pero tú... otro tanto. A ver si te digo lo de Isaías...
Un beso